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Carta abierta a los sandinistas partidarios de Daniel Ortega

Noviembre 21, 2018 01:46 PM

Hubo un tiempo, del que yo vengo, en que ser sandinista era poner la vida en la línea de fuego. Era un tiempo cuando el FSLN era una organización clandestina, donde pertenecer al FSLN era un secreto que solo uno sabía; un tiempo donde Somoza proclamaba que “Sandinista visto, era Sandinista muerto”. Murieron muchos compañeros en esos años de formación del FSLN. A mí me reclutó Camilo Ortega. Mi juramento Sandinista me lo tomó Leana, la compañera de René Núñez, en el Parque de las Piedrecitas, dentro de un carro. Yo conocí a compañeros que mató la GN: Ricardo Morales, Óscar Turcios, José Benito Escobar, Arnoldo Quant, Óscar Pérez Cassar, Blas Real, Gaspar García Laviana, Eduardo Contreras, el mismo Camilo, entre tantos otros. Fui parte de los equipos de información que contribuyeron a la acción del 27 de diciembre de 1974 con la que el sandinismo “rompió el silencio” para dar un golpe contundente a la dictadura de Somoza. La Seguridad de Somoza me siguió durante dos meses día y noche. El tribunal militar que juzgó a muchos compañeros después del 74 me condenó a cárcel por “asociación ilícita para delinquir y traición a la patria” pero pude salir antes y me exilié en México y Costa Rica, donde montamos las redes de solidaridad y la retaguardia que apoyó la lucha interna con armas, dinero y dio la batalla por una opinión internacional favorable. Durante los diez años de la Revolución trabajé en las estructuras del partido, ganando veinte dólares al mes. No fui miembro de la Asamblea Sandinista, fui una sandinista trabajando a nivel medio. Quienes me acusan a menudo de haber “mamado de la teta del poder” se equivocan conmigo. Hasta la casa que me dieron para vivir en los 80, devolví. Me he ganado la vida honradamente, criado cuatro hijos con mi esfuerzo. Me casé con un italiano-norteamericano periodista en 1987. En 1990 me fui con él a Estados Unidos, pero seguí viniendo a Nicaragua continuamente. Trabajé en la campaña del MRS en 1996, y me salí del MRS cuando este participó con el FSLN en la contienda electoral del año 2000. Ya para entonces, yo no reconocía al FSLN manejado solamente por Daniel Ortega, como el FSLN con el que yo había militado desde 1970. Regresé a vivir a Nicaragua en 2013. No tengo tierras, no me beneficié de la “piñata”. Cuanto tengo lo he pagado con dinero personal, honrado, producto de mi trabajo y del de mi esposo. Porque tengo esa historia, creo que merezco ser oída.

Daniel era un hombre que no escuchaba críticas, ni aceptaba que nadie más que él tuviera la razón. Para él cualquier crítica “amenazaba la unidad del sandinismo” En 1990, en vez de tratar de modernizar al FSLN que perdió las elecciones con el 42% de los votos y convertir esa fuerza en un partido de oposición que se ganara a quienes, por miedo a la guerra, votaron contra el sandinismo; él decidió “gobernar desde abajo” Lo que él hoy llama “delincuencia”, se parece a lo que él mismo organizó contra Doña Violeta en las calles. Su discurso, sus actuaciones lo fueron aislando de sus compañeros y del pueblo cansado de la guerra. Por eso no había manera de que ganara otra vez el poder con un voto mayoritario. Perdió contra Doña Violeta, contra Alemán, contra Enrique Bolaños, siempre obteniendo el mismo porcentaje de votos menor del 40%. Los nicaragüenses le tenían miedo. Para ganar, él tuvo que “pasarse en limpio” Se vistió de blanco, se casó por la Iglesia, se alió con Monseñor Obando y le prometió que prohibiría el aborto terapéutico, se alió con Arnoldo Alemán y le perdonó la cárcel que merecía por corrupto, para que se bajara el porcentaje para ganar las elecciones en primera vuelta de 45% al 35%. Rosario dirigió su campaña. Cambió el rojo y negro sandinista por colores sicodélicos, usó canciones de los Beatles. Habló de amor, de luz —porque todavía no era tan religiosa como ahora pero ya tenía las ideas esotéricas que hoy mezcla con citas de la Biblia-. Haciendo cantidad de concesiones, convirtiendo al sandinismo en un partido que distaba mucho de ser el FSLN de Carlos Fonseca, favorecido por la muerte repentina de Herty Lewites, y por la división del liberalismo, por fin Ortega ganó con un 38% de los votos, las elecciones del 2006.

Desde entonces, ha hecho cuanto ha podido por cambiar la Constitución, por centralizar el poder. Con maniobras ha logrado dominar a la cúpula del Ejército, poner a su consuegro en la Policía (algo prohibido por la Constitución, igual que poner a su esposa de vicepresidente) Daniel manda en los tribunales, manda en la contraloría, manda en los ministerios, manda en el Consejo Supremo Electoral, manda en la Asamblea Nacional.  La democracia es un sistema donde, para evitar que una sola persona maneje todo el poder, se crean instituciones independientes que pueden controlar el poder del presidente y de los otros poderes del Estado. Daniel Ortega descabezó todas esas instituciones.

La rebelión del 18 de abril surgió de una represión salvaje contra un grupo de jóvenes y jubilados que protestaban por lo del Seguro Social. A esas personas las mandaron a vapulear con motorizados y gente vieja y curtida que sigue llamándose de la “Juventud Sandinista.” Cuando los estudiantes se refugiaron en las universidades, el Gobierno mandó francotiradores a asesinarlos y a asesinar a los que los apoyaban como Alvarito Conrado que solo estaba pasando agua. El país se levantó enardecido por la crueldad y saña que desplegaron los matones. Se levantó contra lo que sintió era un retorno del somocismo. Daniel y Rosario jamás imaginaron que la gente que aceptó sus abusos de poder por once años, y que creían dócil y callada, reaccionaría con la explosión social que vio regresar trincheras y masas demandando el fin de su autoritarismo, de su poder absoluto, y la justicia para los crímenes.

Muchos sandinistas comprometidos con una Patria Libre o Morir, con un pueblo y no con una pareja que se ha arrogado el sandinismo como un sistema de poder personal, recapacitaron; se dieron cuenta que apoyar la represión era violentar sus principios y el legado de tantos que murieron para derrocar una dictadura. Hemos visto a Ligia Gómez, exsecretaria política del FSLN en el Banco Central, explicar lo que sintió esos días y cómo su trayectoria sandinista le impidió aceptar lo que sus superiores le ordenaban. Eso que se le pedía no era el sandinismo en el que ella creía. Ella no vio un golpe de Estado, sino una insurrección popular. Pero la propaganda contra quienes, con todo derecho, demandan un poder democrático, justo y de principios, empezó a calificar a campesinos, obreros, y estudiantes, de vándalos, derechistas y proimperialistas coludidos para dar un golpe de Estado. La falsedad de esas acusaciones ha roto la sociedad. Un gobierno no puede gobernar solo para que se cumplan sus órdenes y defender a sus partidarios. Cada ciudadano nicaragüense tiene derecho a reclamar un país donde se respeten su libertad de pensar diferente y de protestar si no está de acuerdo. Pero aquí, el ejercicio de ese derecho ya le ha costado la vida a más de quinientos compatriotas, nicaragüenses. Y esa violencia que también ha afectado a policías y partidarios del régimen, fue y sigue siendo promovida por la sordera y la ceguera de quienes rehúsan ver la realidad de miles de descontentos, y quieren gobernar bajo la consigna de “quien no está conmigo, está contra mí”. Ese es el argumento de fondo. La lucha a la que se incita, no es por el buen gobierno para todos, sino por la hegemonía de una sola manera de pensar y actuar. Esa mentalidad nos está llevando al precipicio, al derrumbe del país y del futuro de nuestros hijos y nietos.

Esa negativa de ver la realidad, de dialogar para encontrar la fórmula de una Nicaragua de todos, ha llevado a este régimen a sacar del clóset el fantasma del imperialismo que, por once años, estuvo quieto apoyándolos con préstamos y un lenguaje mesurado. Los ha llevado a culpar a la derecha que, por cierto, también tiene derecho a existir, de lo que ha sucedido. Derecha dicen. Revisen la gente que está presa. Son hijos e hijas del pueblo: campesinos, estudiantes, trabajadores humildes, vendedores de hamacas, artesanos de Monimbó. Que los empresarios los apoyen no los hace derechistas. Quien piense eso tendrá que admitir que el primero en derechizarse fue el gobierno de Ortega que gobernó agarrado de la mano de los empresarios más ricos del país.

Este Gobierno que tanto se ufana de estar del lado de los pobres, le está haciendo un daño enorme a los pobres. Son pobres los muertos. Los ataques de la Policía y los paramilitares están filmados y los cadáveres de jóvenes enterrados por sus familias dan cuenta de su extracción de clase. Pobres son los presos; pobres son los desempleados, pobres los que se han ido del país; pobres son los que sufrirán más el desplome de la economía. Pobres fueron los que pintaron de azul y blanco a otros pobres en actos reprobables, pero que no representan, ni han sido, la actuación cívica de la mayoría que ha salido a las calles por miles a riesgo de sus vidas y su libertad.

Tenemos que entender que este callejón sin otra salida que la desgracia, la represión y la pobreza, solo favorece a los Ortega-Murillo, su familia y el pequeño grupo que, con ellos, se han enriquecido. Por eso, no les corresponde a ellos que son los menos, sino a todos nosotros, romper el estancamiento de esta situación que solo han contenido con las armas de paramilitares y policías. Sandinistas, danielistas, empleados del Estado, militares del Ejército, los nicaragüenses de uno y otro lado, tenemos que darnos cuenta de que somos nosotros los únicos que podemos resolver esta situación y salir de este círculo de violencia que ha sido la maldición de este país. La única vía de reconciliación no es otra campaña de propaganda y palabrería. Necesitamos un diálogo serio, maduro, donde la familia gobernante acepte escuchar y responder a los reclamos de la mayoría de Nicaragua y ponga sus cartas sobre la mesa. Para esto se requieren voces valientes en el FSLN, en el Estado, que se nieguen a ser cómplices del infortunio que se nos viene. Hay que exigir soluciones en vez de continuar cantando zequeda. Por otro lado, a estas alturas, el diálogo debe ir más allá de pedir la rendición de unos u otros.  Solo si usamos ese poder popular que tenemos y con seriedad y por nuestros muertos exigimos la madurez que esta grave situación requiere, es posible que veamos la luz al final del túnel.

*Tomado de Confidencial

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