Los pilares de la dictadura
Los opositores formales y tradicionales a la dictadura Ortega-Murillo no constituyen un cuerpo homogéneo, desde Abril-2018 abrazaron dos ideas: 1) un país democrático a partir de una reforma electoral que hiciera posible contar los votos y que éstos contaran en los resultados; 2) un país más igualitario, pero el desempleo, bajos sueldos, hacinamiento, migración demuestran que la desigualdad persiste.
El lenguaje de los políticos tradicionales –una combinación de solemnidad y estrépito– está enclavado en tres convicciones: el movimiento social no tiene dirigentes, desconfianza sistemática del opositor competidor y el uso de un lenguaje político opaco, confuso, simplista y oculto. En ausencia de instancias orgánicas, la narrativa articula al movimiento opositor.
Para algunos opositores la idea de democracia está vinculada con el desarrollo de una economía de mercado. Para muchos los desatinos y errores de la dictadura debían resolverse con una reforma tanto jurídica como política bajo el enunciado de estado de derecho. En síntesis, la idea política predominante se sintetiza en democracia, más mercado, más estado de derecho y confianza en que la dictadura permita unas elecciones transparentes.
Esa idea política predominante hace un lado la realidad, ya no tienen una posición frente a economía de mercado, al capitalismo de compadres. Tampoco toman en cuenta el contexto político, la supremacía del partido de gobierno que controla el uso mafioso de los instrumentos del gobierno ni el contubernio con el gran capital. Con Ortega, los barones del dinero se han enriquecido de manera extraordinaria y esta historia no ha terminado lo que determina su propuesta política.
No toman en cuenta que el país ha sufrido una derrota en el proceso de la modernización económica que se expresa en la incapacidad de inclusión social y productiva para la mayoría de la población. La derrota de la modernización política ocurrió porque no se ha podido desmantelar, fracturar y sustituir los cuatro pilares que sostienen al régimen autoritario. Ortega es sin duda el padre de la desigualdad moderna, pues se ha dedicado a entregar los bienes de la nación y del pueblo a sus allegados.
La mayoría de los miembros del gran capital están a favor del “orteguismo con Ortega” no sólo por temerosos, ellos saben cómo están las cosas, pero se tragan sus recelos y aceptan a Ortega para preservar sus intereses. Cobardía e intereses componen la esencia estratégica de las elites empresariales y financieras. No entienden que el tiempo no es reversible, que el pasado no volverá y que el futuro se merece que lo pensemos todo de nuevo.
Las falsedades y dobleces enturbian la política de las elites. Empezaron con el escepticismo, difundieron la imposibilidad de derrotar al dictador y culminaron en la capitulación política, cuando las elites que conocen la situación deciden plegarse a las mentiras del régimen. Lo único que quieren es mantener su cuota de poder o seguir controlando la política económica en su beneficio. Están convencidos de que si piensan moralmente al actuar inmoralmente no es tan grave. Como si la incorrección moral no existiera en la acción.
La cúpula empresarial, que al principio se pronunció en contra de la dictadura, se ha plegado, ha mantenido silencio, se ha encorvado al orteguismo y empezado a promover el pacto redivivo, a pesar de saber que al hacerlo causarán muchos sufrimientos y penurias a la gran mayoría de la población. De manera muy clara, la campaña contra las protestas callejeras se transformó en un acto de sabotaje político en contra del espíritu de Abril-2018.
En el nuevo pacto redivivo, producto del “diálogo y consenso” propuesto por Ortega, es difícil que se repongan los derechos políticos sin un monto de impunidad para los jerarcas del sistema. Lo más escabroso del nuevo pacto es que Ortega puede consentir algunas concesiones superficiales no a cambio de más justicia, sino de menos justicia. Es difícil que el régimen admita disputar el poder en elecciones limpias, si eso significa la posibilidad de enviar a parte de la nomenclatura a la cárcel.
En este marco de referencia, es inevitable pensar que es imposible que un nuevo pacto produzca o haga posible, el surgimiento de la democracia o nuevas formas de coexistencia política social con el “orteguismo con Ortega” en el poder.
Brevemente los cuatro pilares son: el círculo íntimo del poder, el ejército y la policía, el gran capital y los otros poderes fácticos (judicial, electoral, legislativos, sindical, funcionarios del Estado y de las Alcaldías). En los próximos artículos voy analizar los pilares, uno a uno.
La dictadura se transfiguró en un Ejecutivo demarcado, pero no por los otros poderes constitucionales, sino por los poderes fácticos. La débil democracia fue sustituida por un pacto oligárquico entre Ortega-Murillo y el gran capital cuyo lubricante fue el reparto de recursos públicos y las exoneraciones. Las reglas informales continuaron imperando al lado de un activismo legislativo de leyes.
La mayor derrota del Estado, pero también de la sociedad fue la “guerra contra los participantes de Abril-2018”, como lo demuestra dolorosamente la cantidad de muertos, exiliados, desaparecidos, encarcelados y personas afectadas en su vida por las bandas paramilitares con la complicidad de las fuerzas armadas y policiales del propio Estado.
La narrativa de Ortega-Murillo para justificar su poder proviene de seis fuentes discursivas. La primera rememora son las diversas luchas nacionalistas y antiimperialistas de Andrés Castro, Benjamín Zeledón y Sandino.
La segunda proviene de los movimientos sociales y estudiantiles de la lucha de los años 60 y 70, recuperada buena parte en la lucha final contra la dictadura somocista.
La tercera se nutre de la revolución de 1979, muy vinculada al papel del FSLN, es decir, el conjunto de convicciones que alimentaron el proceso social de los años ochenta del siglo pasado.
La cuarta fuente de la narrativa del Ortega comienza a construirse a partir del año 2007, que continúa con el pacto con el gran capital entre 2007-2021 y el rechazo a la rebelión de Abril-2018 expresada mediante el lema de la lucha contra el “el golpe de estado”. Al mismo tiempo, expresa el falso discurso antioligárquico, antisistémico, antielitista y nacionalista, lo que le permite mantener el apoyo de una base social cada día más limitada, pero fanatizada.
La quinta fuente Ortega, en sus discursos, califica la lucha por los derechos políticos y humanos de “terrorismo” sin aportar ninguna prueba. Regularmente, Ortega hace afirmaciones extravagantes sobre la existencia de “grupos terroristas” que nadie está en condiciones de verificar. En consecuencia, ha dejado fuera de la ley a las organizaciones de profesionales, medios de comunicación, defensoras de los derechos humanos y organizaciones no gubernamentales. Entre las asociaciones afectadas se encuentran las que promueven los derechos de las mujeres y los valores democráticos, así como las que documentan las violaciones de los prisioneros políticos y denuncian los crímenes de los paramilitares.
Por último, desde finales de mayo 2021, la dictadura trata de construir una narrativa turbia con destino a justificar la represión política en contra del liderazgo opositor basada en las supuestas evidencias que relacionan financieramente a la oposición con el “lavado de dinero” al recibir dinero de países y organizaciones internacionales.
Vivimos tiempos extraños y peligrosos, unos donde los cambios sociales se han precipitado sin el control de las clases hegemónicas. Las elites se niegan aceptar que el pasado reciente que nos ha traído hasta aquí está lleno de sangre, presos, exiliados y víctimas; no entienden que el cambio es tan inevitable como la historia.
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