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“El Chipote” por dentro: Humillación y tortura sicológica, relato de algunos excarcelados en Nicaragua

Doce o 16 horas después de ser constantemente interrogado, el prisionero es trasladado a las celdas de castigo, también conocidas como “las chiquitas”, entre seis y ocho oscuros calabozos dispersos por el penal en grupos de a dos, con unos ocho metros cuadrados de espacio

Marzo 05, 2023 07:00 AM
fachada de carcel el chipote managua

“El Chipote”, utilizado como la cárcel de máxima seguridad de Managua, construida exclusivamente para presos políticos, es la más temida en Nicaragua. La mayoría de la gente la percibe como un lugar de represión y tortura, lo cual confirman los recien capturados nada más llegar a los Estados Unidos.

La mayoría de los que fueron acusados bajo las leyes represivas de Daniel Ortega, fueron  violentamente capturados en sus casas de habitación. Los operativos involucraron a cuatro o cinco camionetas y entre diez y doce policías, a veces por un solo prisionero.

Esposados, los hombres y mujeres son literalmente lanzados como cerdos a las tinas de las camionetas Toyota doble cabina. Desde sus casas y dependiendo del lugar donde fueron capturados, los prisioneros “viajarán” durante horas hasta El Chipote, custodiados por policías que a veces aplastan con sus botas las caras de los detenidos, contra el piso del vehículo.

El viaje es un calvario para los que habitan en los departamentos más alejados de la capital; por ejemplo, si vienen de la zona del Río San Juan --donde se realizaron protestas contra el proyecto de construcción de un canal interoceánico con China--, viajaron esposados durante al menos ocho horas hasta Managua.

Los presos llegan casi en shock al “Chipote”, donde bajan de los vehículos y son obligados a pasar ante una fila de policías, uno de los cuales sujeta a un enfurecido perro pastor alemán, que intenta morder al prisionero.

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Decenas de perros policías cuidan las instalaciones de esta cárcel construida y utilizada por Daniel Ortega y Rosario Murillo, exclusivamente para la persecución y represión de la oposición en Nicaragua.

Los prisioneros son llevados a “Operaciones”; un salón rectangular de mediano tamaño, con un gran mostrador o mesón de madera, con un pasillo en medio. Allí los policías despojan de sus pertenencias a los recién arrestados, depositando sus bienes en bolsas plásticas, anotando todo en un gran libro que se debe firmar.

Frente al mesón e iluminadas 24 horas por dentro y fuera, se ubican las primeras celdas que conocerá el presidiario: “la preventiva”, seis pequeños cubículos de concreto con menos de dos metros cuadrados de espacio vital, todas con una pequeña banca de cemento que solo permite al prisionero estar sentado o de pie, casi sin moverse, con vista al pasillo tras una puerta de barrotes, que es prohibido tocar.

Los policías malhumorados obligarán al recluso de nuevo ingreso a desnudarse por completo y realizar cinco “sentadillas”, para luego vestirse con el uniforme azul de la prisión. Las mujeres son desvestidas y registradas aparte, por mujeres policías.

Después de la toma de fotografías, huellas dactilares y firmas, será trasladado a uno de los cuartos de interrogatorio (el más popular es “la alfombra roja”), donde uno o más policías le informarán de qué lo acusan y lo interrogarán por al menos ocho horas consecutivas, con leves intervalos generalmente para comer y recibir atención médica, cuando fuese necesaria.

Todos los recién llegados, especialmente adultos mayores, enfermos crónicos, están nerviosos, cansados, estresados y descompensados, después de uno o dos días sin dormir ni tomar  medicamentos.

Cuando los “inspectores de varios rangos, incluidas algunas mujeres, se cansan de interrogar al aterrado prisionero, es llevado una y otra vez a “la preventiva”, donde apenas podrá descansar y dormir, sentado, si puede.

Las celdas de castigo

Doce o 16 horas después de ser constantemente interrogado, el prisionero es trasladado a las celdas de castigo, también conocidas como “las chiquitas”, entre seis y ocho oscuros calabozos dispersos por el penal en grupos de a dos, con unos ocho metros cuadrados de espacio habitable.

El espacio incluye un hediondo excusado que transpira heces día y noche, más una pila honda sobre la cual hay un grifo de agua. Alli se bañarán con una pana, ya que no hay ducha.

Completa el calabozo un camarote o litera doble de cemento –muchas de ellas sin escalera para subir a la de arriba–, cubiertas cada una con una colchoneta de unos diez centímetros de grosor, que al acostarte se reducen a cinco. Sellada a concreto por completo, la única ventilación viene de una pequeña ventanilla en la puerta de hierro, por la que cabe justo el plato de comida y los jugos y galletas que mandan las familias de los prisioneros.

Desde el techo, la celda es iluminada por un bombillo de luz tenue encendido las 24 horas. A veces se hace difícil saber cuándo es de noche o de día, excepto por los horarios de comida. Aunque tiene capacidad para dos reos, con frecuencia los castigados son dejados en solitario por días y hasta semanas.

"Esta es una celda de castigo: "La Chiquita" (aproximadamente 2.5 m²). Me llevaron ahí el día de mi detención y me mantuvieron solo varios meses. A veces no podía saber si era de día o de noche (llevaba el control de los días y fechas anotados en una barra de jabón)" relató en su cuenta de twitter el líder juvenil Max Jérez de la Alianza Universitaria Nicaragüense AUN.

Te dan de comer. El mismo día de la detención, un médico llegará a tu calabozo para preguntarte qué medicinas tomas habitualmente; al día siguiente te las estarán llevando dos o tres veces al día, según las necesites.

Pero de ninguna manera podrás tener las medicinas dentro de tu celda; el médico y los policías que acompañan a los doctores te las llevan; deberás siempre tomarlas y usarlas frente a ellos. De esta forma, quedas instalado en “El Chipote”.

Tortura sicológica

Aunque se dice que las técnicas de tortura a los presos políticos fueron enseñadas por adiestradores cubanos y venezolanos, lo cierto es que los sandinistas acumularon experiencia en represión y persecución política durante la revolución fallida de los años 80.

Los carceleros del “Chipote Nuevo" son maestros de la tortura sicológica.

Luego del arresto y los primeros interrogatorios, el tormento inicia cuando te obligan a suministrar los nombres, direcciones y teléfonos de tus familiares más cercanos, incluyendo hermanos, esposas, hijos y nietos (incluso bebés), sin importar la edad.

En el ambiente de terror que se vive en Nicaragua, eso hace temer al prisionero que cualquier miembro de su familia podría ser detenido en cualquier momento.

Durante los cuatro años de operar esta cárcel de Auxilio Judicial, nunca ha habido un régimen de visitas para los prisioneros propiamente dicho. En “El Chipote”, los presos políticos se mantienen totalmente aislados e incomunicados, violando todos sus derechos humanos y las garantías constitucionales, a un juicio justo, la defensa de un abogado, comunicarse con sus familias, etcétera. Desde que son capturados, jamás se les permite hacer una llamada telefónica, ni asistencia de abogados. A estos ni siquiera se les permite el acceso a las instalaciones policiales.

Aislados por completo del mundo exterior, los presos políticos en Nicaragua no pueden comunicarse con nadie, no escuchan noticias ni pueden acceder a ningún dispositivo electrónico. Volverán a ver a sus familiares hasta tres meses después de la captura.

Los carceleros

A comienzos de febrero 2023, cuando un acuerdo con Estados Unidos permitió la excarcelación y deportación a este país de 220 presos políticos, el jefe del penal era el general de la policía Luis Alberto Péres Olivas, mejor conocido por su sobrenombre “Lapo”.

Pero es una mujer, la sub comisionada Johana Wilford, conocida por todos como “la sub”, quien copiando el modelo de la “co presidenta” de Nicaragua Rosario Murillo, gobierna con mano de hierro el siniestro penal de alta seguridad de Daniel Ortega.  En Octubre de 2022, ella sustituyó al capitán Moreno. 

Wilford es una señora regordeta, de baja estatura, entre 37 y 40 años; de pocas palabras y fiero aspecto cuando se dirige a los prisioneros, es temida por todos, incluyendo su personal. Tiene bajo su mando a unos 20 policías de línea, todos de bajo rango, que se encargan de las tareas diarias; como dar de comer a los presos, trasladarlos hacia los interrogatorios, llevarlos al Juzgado, acompañar a los médicos en sus visitas rutinarias y sacarlos al sol de vez en cuando, entre otras asignaciones.

“Las porciones de comida eran pequeñas y bajamos de peso, la comida era utilizada como un mecanismo de tortura psicológica y siempre fue utilizado como como un mecanismo para ablandar o para recrudecer el encarcelamiento. A todos nos dieron muy poquísima comida los primeros meses, pero después de la campaña del retrato hablado que hicieron nuestra familia y con ustedes los medios de comunicación y en general la gente, comenzaron a darnos unas cantidades de comida exorbitante”, señaló en entrevista con 100% Noticias, la activista opositora Tamara Dávila. 

Con escasa educación formal ni la escuela política que caracterizaba a la Seguridad del Estado en los años 80, el trabajo es pesado para los policías carceleros que por un salario mensual de 200 dólares redoblan constantemente turnos de 24 horas, lavar los platos en que comen los presos y lavar y limpiar los pisos de los pasillos de la cárcel.

Esto sin embargo no parece importar a algunos de ellos, que son especialmente groseros y represivos con los presos, aplicando las estrictas normas de la prisión: prohibido hablar en voz alta dentro de las celdas, apenas se puede susurrar; prohibido cantar y prohibido rezar.

Cuando caminas por los pasillos rumbo a los interrogatorios, siempre esposado con bridas de plástico, el “oficial” (siempre debes llamarlo así) te llevará sujeto fuertemente por la nuca, obligándote a ver sólo hacia abajo, gritándote y amenazándote si te atreves a ver a los lados.

La amenaza siempre es la misma: horas o días en “la preventiva”, la temida celda de castigo.

“El Chuky”, la “Elena”, “Francisco”, “Rápido y furioso”, “Jerson” son algunos de los carceleros verdugos, constantemente rondando las celdas y ordenando a los presos que se callen, que bajen la voz, que no canten ni recen.

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