Nicaragüenses en el río Bravo, para algunos "el sueño americano no existe”

Un reportaje de 100%Noticias que reúne la historia actual de migrantes nicaragüenses y el testimonio de un fundador de la policía sandinista que cruzó el río Bravo, quien hoy vive con una pequeña pensión de jubilación pese a que cotizó en Estados Unidos.
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Marzo 25, 2022 07:00 AM
Cortesía: La Voz de Coahuila • Foto: None

El éxodo masivo de nicaragüenses hacia Estados Unidos ha desnudado la desesperanza social que abraza a Nicaragua. En las últimas semanas el río Bravo ha evidenciado con tragedias mortales este fenómeno silencioso y peligroso para vivir el “sueño americano”.

La tarde del lunes 22 de marzo ocurrió la muerte de una nicaragüense por ahogamiento en Piedras Negras, una localidad fronteriza del noroeste de México, situada a orillas del río Bravo. La capitalina Tatiana Gabriela Espinoza Pérez, de casi 33 años, falleció luego de ser arrastradas por las fuertes corrientes río abajo cuando intentaba llegar a suelo estadunidense.

Luis González, un pescador de la zona acudió al llamado de auxilio de la joven mujer y aunque intentó salvarla, de poco sirvió, no pudo evitar la tragedia. Tatiana llegó a la orilla mexicana sin signos vitales. 

Por siete minutos, la Voz de Coahuila, un medio local mantuvo preocupada a su audiencia a través de Facebook. En una transmisión en vivo se observaba a González junto a otra persona rescatando el cuerpo de Gabriela ya sin vida, vestida con una blusa manga larga roja y un pantalón de mezclilla. 

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“Súbanle la cabeza”, repetían los socorristas de Protección Civil y Bomberos que acudieron a la ribera del río para brindar los primeros auxilios.  

Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho, nueve … los salvavidas repitieron con Gabriela el ciclo de treinta compresiones en su pecho, inyectaron su brazo derecho para reanimarla, pero ya no respiraba. “Apenas se movió la patrulla y se tiraron ellos”, dijo González visiblemente nervioso. Agregó que les advirtió de no pasar, pero ni ella ni su acompañante quien si logró llegar al otro extremo atendieron su llamado.

Pidió la bendición

Esa misma noche, sus familiares en Nicaragua se informaron del deceso de Gabriela. Su madre María Mercedes Pérez había recibido una llamada minutos antes de la tragedia. Su hija le había pedido la bendición antes de ingresar a las turbulentas aguas. Cuenta que le sorprendió ver tanto movimiento en la casa sin que nadie le dijera nada. Ella fue la última en informarse del deceso de su única hija mujer y menor de cinco hermanos. 

“Se fue solo a agarrar la muerte en ese río”, dijo entre lágrimas esta madre desde Managua quien además explicó que su hija tomó la decisión de emigrar a Estados Unidos para “darles un futuro mejor y mejorar sus condiciones económicas”. 

Fue a través de la pantalla del celular que vio como los socorristas lucharon para salvar a su hija. A la pérdida irreparable de su hija a María Mercedes se le suma el dolor de no contar con los recursos necesarios para repatriar a Gabriela y darle cristiana sepultura. El pasado 25 de febrero, Gabriela abandonó el país emprendiendo una larga y peligrosa ruta. Viajó sola y pagó cuatro mil dólares al coyote que la guiaría hasta la Unión Americana. 

“Por un 2022 lleno de muchas bendiciones. Que me bendigas. Y me abras caminos y todo me salga bien en lo que solo Dios y yo sabemos”, escribió Tatiana en enero pasado.

Aunque las cifras de años anteriores eran menores a las actuales y las tragedias son las encargadas de visibilizar este fenómeno silencioso, los nicaragüenses siguen llegando a través del río Bravo, localizado en la frontera sur estadounidense para buscar una mejor vida en esa nación. Solamente en el mes de febrero de 2022 se documentó el encuentro de 13 mil 356 migrantes, superando los 748 del 2021 y 303 de 2020, según datos del Servicio de Aduanas y Protección Fronteriza de Estados Unidos.

En lo que va del mes de marzo, cuatro nicaragüenses ha perecido en las profundidades del río y medios mexicanos han documentado el rescate de más de diez migrantes en este tramo peligroso. Según el Proyecto Migrantes Desaparecidos (MMP, por sus siglas en inglés), el río Bravo se ha convertido en el epicentro de la muerte de migrantes ocurridas en la región fronteriza de México y Estados Unidos. Solo en Coahuila y Texas 15 migrantes han fallecido ahogados en lo que va del 2022.

Fenómeno de la migración

Ni siquiera habían transcurrido 24 horas de la muerte de Gabriela cuando al caer la noche, en un lapso de minutos, seis nicaragüenses intentaron cruzar las peligrosas aguas del río Bravo. 

“Somos nicaragüenses andamos luchando por una mejor vida”, respondió una joven al ser consultada por un reportero mexicano segundos antes de cruzar la corriente. 

Después de tres minutos una pareja logró llegar a suelo estadounidense y la segunda volvió desorientada confirmando que la corriente estaba “honda y fuerte”.

 “Que sea la voluntad de Dios, pero está hondo”, dice la mujer tomando la mano de su compañero quien le responde que intente nuevamente pasar “haciendo una cadena” humana. Se despojan de la mayor parte de prendas de vestir y se les une una nueva pareja.

Los cuatro forman una cadena humana, pero las fuertes corrientes les obliga a romperla, al cabo de tres minutos con el agua en la cintura, una de las migrantes entró en pánico, se soltó y gritó por “auxilio”, su acompañante la logra sujetar y ruega a los observadores que le ayuden a cruzarla. Todos los presentes se niegan para evitar ser enjuiciados por trata de personas. 

En medio del río, los cuatro se quedan paralizados, quieren llegar al otro lado, pero saben que un paso en falso les puede costar la vida. Entristecidos deciden regresar a tierra firme.

“Es silencioso, pero real el tema de la migración. Uno se da cuenta por dos vías. Uno por gente que está organizada y te comparte que va a salir o la familia te informa que se fue. Otro es a través de la confesión o dirección espiritual. Te dicen tengo este plan de irme o la familia te pide rece por mí o por mi hijo o mi hermano que emprendió el camino de irse fuera del país”, aseguró Boanerges Carballo, párroco de la iglesia Santo Domingo de las Sierritas en Managua.  

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El sacerdote añadió que, aunque no se lleva una contabilidad exacta, el fenómeno de la migración es real en Nicaragua. 

“Yo diría que a veces es respetable y aceptable la decisión de irse del país de forma ilegal, si bien es cierto es muy peligroso, pero lo respeto porque es una decisión tan difícil y delicada que solamente estando en los zapatos uno entiende esa valentía que se necesita para emprender ese viaje”. 

Según Nicaraguan American Human Rights Alliance (Nahra) el incremento de nicaragüenses cruzando las fronteras entre México y Estados Unidos se disparó al 1.500% este último año. Destaca que entre octubre del 2021 y febrero de este año, se contabilizó un total de 63 mil 312 migrantes pinoleros que intentaron entrar a la nación norteamericana.

Entre tanto, el mexicano Instituto Nacional de Migración (INM) recoge la cifra de 73 mil 034 migrantes extranjeros entre el 1 de marzo y el 8 de marzo de este año. De esta suma, 61 mil 469 eran mujeres y hombres adultos, 11 mil 565 menores de edad y 2 mil 259 niños, niñas y adolescentes y 9 mil 303 menores estaban no acompañados.

Sobrevivir al río Bravo

 A Ronald Martínez le parece revivir su historia con cada migrante. A sus 63 años, le pesa que sus compatriotas abracen ciegamente el sueño americano, tanto como lo hizo él en el pasado, pero se desencantó después de vivir seis años en Estados Unidos. 

Asegura que sufrió discriminación, fue asaltado tres veces debió alimentarse de los contenedores de basura cuando estuvo seis meses sin empleo en esa nación. 

En 1986 este nicaragüense tuvo que abandonar el país y exiliarse debido a las constantes persecuciones y amenazas del gobierno sandinista. Reflexiona que poco le sirvió haber sido fundador de la policía o haber inaugurado la estación tres o haberse integrado desde muy joven a la militancia de ese partido. 

“Con la entrada del sandinismo al poder yo trabajaba como bombero en una oficina del Sistema de Nacional contra Incendios (SINACOI) y me trasladaron a la Policía, ya para 1979 yo había sido integrado en la dirección como jefe de Investigaciones de Tránsito”, donde se mantuvo por varios años en el cargo. 

Martínez asegura que se le adjudicaron falsas acusaciones y fue dado de baja, pero en la vida civil continuó el asedio en su contra.

“El asedio era constante”, narra que intentó rehacer su vida laboral, pero el ambiente era hostil y fue apresado cinco meses por un supuesto hurto de un cheque. “Decidí irme del país un 31 de diciembre de 1985”, sin decirle una palabra a su familia emprendió su viaje junto a sesenta personas con destino a Nueva York, Estados Unidos.

Al cabo de cinco días, llegó a México sin dinero tras pasar múltiples dificultades en Guatemala y Honduras donde el bus que los movilizaba tomó fuego. “Estando en el DF, hice una llamada a un exvecino que vivía en New York y prometió darme una mano”. A Martínez lo recogió una coyote y lo guio a la ciudad fronteriza de Reynosa, Tamaulipas.

 “Por 15 días me mantuvieron solito en una casa de seguridad. “Me dijeron no hables con nadie, no salgas, no mires por la ventana, no hagas ruido y me daban dos tiempos de comida: me daban mole“.

Fue trasladado al río Grande de lado mexicano para cruzar a la ciudad estadounidense de McAllen al sur de Texas, sin embargo, Ronald Martínez se acobardó al ver la inmensidad del río Bravo. “Me rehusé a cruzar y me movieron como cien kilómetros hasta Matamoros del mismo estado Tamaulipas, donde el nivel del agua era más bajo”.

A eso de las diez de la noche llegó este migrante al río y el coyote le pidió que se desprendiera de su ropa y siguiera sus pasos en el agua. “Cuando íbamos por el centro del río el agua nos llegaba a las rodillas de pronto comenzamos a sentir como remolinos y el nivel del río empezó a subir y no había llovido. Perdimos el equilibrio y la corriente nos arrastró casi como cincuenta metros”. Martínez logró llegar a la otra orilla con la ayuda del coyote que le pasó una vara para sostenerse.

“Estábamos desnudos y como ahí todo el que pasa va dejando prenda, logró conseguir un calzoncillo y me lo puse. Me dijo corramos que ya vienen los cheles”. Recuerda que llegó a una zona donde solo veía arboles pequeños con espinas. 

“Yo iba descalzo corriendo y la piel se me iba rayando y los pies espinando, pero ya no podía volver atrás”. Salieron a una carretera y esperaron que llegara otro coyote a recogerlo, sin embargo, no apareció. 

Me dijo ese coyote si te quieres quedar quédate, pero yo me voy y ahí en medio de la nada me dejó abandonado”.

Recuerda que pasó la noche y la madrugada titiritando de frío con una neblina que no le permitía verse las palmas de las manos. Manos que escondió bajo la tierra para darse calor. 

“Casi eran las seis de la mañana encontré una bolsa negra, le abrí tres hoyos y me la puse como camiseta, así salí a la carretera y un carro me llamó me dijo que si yo me iba para allá me iba a j**, me regaló una calzoneta y una camiseta. Yo atemorizado y perturbado retrocedí al puente y crucé a Matamoros, del lado de México”.

“Es una travesía difícil llevando o no llevando dinero. Los países no te acogen y cada uno está sobreviviendo a costillas del otro”.

Aunque evita profundizar en el tema coincide que la mayor peligrosidad de la ruta está en México y con los años, la violencia se ha incrementado. Recuerda que estando en suelo azteca, fue asaltado en Tapachula con metralletas. 

“Uno aguanta hambre, sed y de todo en el camino. Nos quedamos en un hotelito que tenía dos camas, 13 personas y por casi un mes comimos bolillo y avena.

Martínez logró comunicarse vía telefónica con su contacto de Nueva York y después de dos horas lo recogieron y lo transportaron a Reynosa. 

“Estuve un mes esperando que me cruzaran, pero ya no soporté y les pedí que me llevaran al punto del río y así lo hicieron. Esta vez era de día. Seguí los mismos pasos y crucé solito. La coyota a cargo me compró un boleto y recorrí Texas, New Orleans, La Florida y llegué a Nueva York”.

Cuenta que al ser recibido su amistad le informó que le debía 1.500 dólares por haberlo ayudado a llegar y esperaba que al iniciar a trabajar le abonara, pasado unos meses lo corrió del apartamento por haberse negado a realizar prácticas sexuales. “Uno cree que la gente allá le va ayudar desinteresadamente, pero no. Uno se lleva grandes decepciones”.

 Al cabo de tres años en suelo americano, Ronald Martínez se legalizó y obtuvo permisos de trabajo. 

“Los primeros tres años estuve en construcción y los últimos en una industria dedicada a fabricar amarres plásticos para distribuirlos en Estados Unidos y Canadá.

“El sueño americano no existe”

En 1990 con el triunfo de Violeta Barrios, Ronald Martínez decidió retornar al país y encontrarse con su hijo y quiso darse la oportunidad de continuar con su vida. 

“Yo estoy convencido que el sueño americano no existe y es simplemente una fantasía. Cuando llegamos a los Estados Unidos nos desnaturalizamos y vivimos para trabajar. Nos volvemos fríos y con suerte uno encuentra empleo rápido”.

Este hombre llama a la reflexión a quienes se encuentran pensando en emigrar y les advierte que los riesgos y sufrimientos son mayores a los que él enfrentó.

“En México, muchos no tenían para pagar y se tiraron el río y les dispararon. Nunca más supimos de ellos. Ahora existen estos carteles criminales. Yo creo que es arriesgado llevar niños y están exponiendo sus vidas, su tiempo y su capital”.

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Añade que, a la Unión Americana, llegan migrantes de todo el mundo y cada vez son más difíciles aspirar a una plaza laboral. 

“Cuando los migrantes son secuestrados, las familias en Nicaragua no tienen dinero para su rescate y se le está cargando a la economía de los pobres que queremos ayudar para que no los maten. Con lo poco que tenemos, lo estamos compartiendo para salvar sus vidas”, lamentó Martínez quien es un paciente diabético que vive de su jubilación.

Ronald es padre de dos hijos, el mayor de ellos se encuentra hospitalizado con cáncer de colon en fase terminal. Narra que al volver a Nicaragua cumplió con el número de cotizaciones, pero ha luchado para acceder a la misma por su condición de discapacitado.

En los últimos cuatro años Ronald Martínez le han sido amputadas sus piernas. Al mes recibe una pensión de 6,012 córdobas que le ha costado tres años de reajuste porque inició con la mitad de esta cantidad. Su meta es reunir dinero para comprar sus prótesis. “A mí no me viene nada de allá —Estados Unidos— por los años que coticé”.

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