Memoria histórica, amnesia política y dictadura
“La historia es racional en el sentido de la conexión del pasado con el presente y el futuro. El conocimiento de la historia nos enseña que, aunque la mentira gana partidas, la verdad gana el juego. Por eso es necesario tener memoria histórica para evitar cometer los mismos errores”. ORVE
Oscar René Vargas
El estallido social del 2018, cuyo espíritu está presente, golpeó a la dictadura e inició un proceso que lo conducirá a su caída final. El estallido de Abril 2018 fue el producto del malestar social acumulado de todas las políticas aplicadas de manera ubicua por el régimen en alianza con el gran capital desde los albores de 2007. El estallido social de 2018 generó dinámicas que volcó el malestar social a la calle y lo convirtió en revuelta y transmutó al movimiento social en un instrumento político que estremeció a la dictadura.
En Abril 2018, explotó la olla que venía acumulado vapor incendiario fruto de un malestar que no fue encabezado ni los políticos ni los partidos tradicionales ni conducción política unitaria alguna. Abril 2018 fue una chispa que prendió un combustible que se venía juntando por años.
Precisamente, por la falta de una conducción unitaria y la ausencia de un plan de lucha concreta para derrocar a la dictadura, emergieron estrategias que funcionaron para descomprimir la beligerancia de los ciudadanos auto convocados y permitió que los poderes fácticos tradicionales lograran imponer sus dinámicas que determinaron el futuro del proceso sociopolítico posterior.
Las movilizaciones de Abril 2018, por la sensación de miedo que provocaron en la cúpula del poder, acostumbrada a controlar todo, decidieron desencadenar una represión en las calles de las principales ciudades nunca conocida en los años previos que desfiguraba la política tradicional, al convertir a todos los ciudadanos en sospechosos.
Para el régimen era vital el control del juego político nacional para mantener el poder autoritario; la represión fue el camino escogido para su sobrevivencia y evitar la pérdida del poder. La lógica implementada por Ortega-Murillo fue derribar todo, volar todo, quemar todo por la ambición y el deseo de mantenerse en el poder por cualquier medio.
Abril 2018 fue un golpe político social atestado en pleno corazón de la dictadura, que conmocionó a un país enfadado, a un país fastidiado, a un país en duelo que demandaba la salida inmediata del dictador, recordar la consigna: “¿Cuál es la ruta? Que se vaya el hp”. La respuesta de la dictadura adoptada entonces fue fruto de la lógica de “el poder o la muerte”, al aplicar la táctica “vamos con todo” que terminaría por mermar los propios cimientos del régimen.
La táctica “vamos con todo” y la represión alteraron las alianzas del tablero político nacional desde sus entrañas, causando una pérdida de legitimidad de la dictadura y generando un descontento y desafección en la propia base social tradicional del régimen Ortega-Murillo. Si se asesina a personas inocentes es difícil presentarse como un faro de los derechos humanos ante la sociedad nicaragüense y la comunidad internacional.
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El régimen tenía la necesidad de hacer algo con el objetivo de evitar su caída. Gente inocente, que ni siquiera había protestado, fue reprimida, detenida o asesinada. El régimen dio luz verde a toda práctica represiva en nombre de combatir un supuesto “golpe de estado” que nunca existió; sin embargo, fue el relato utilizado para justificar los asesinatos ante su propia base social y ante la comunidad internacional. Desde su perspectiva el supuesto “golpe de estado” es el filtro por el que la dictadura Ortega-Murillo verá todas las protestas posteriores.
La represión indiscriminada implementada por el régimen cambió el quehacer de la política nacional y abrió un escenario, aún seis años después, tiene consecuencias impredecibles para dictadura tanto en el ámbito nacional como internacional, como lo demuestra las resoluciones de la Organización de Estado Americanos (OEA), las declaraciones de la Unión Europea y de los Estados Unidos.
El régimen desmanteló los débiles andamios de gobernabilidad democrática que existían en Nicaragua. La ofensiva represiva es justificada, por el régimen, mediante la narrativa de la defensa de la “segunda etapa de la revolución de los años ochenta” (?); arremetida que trataba de crear un nuevo andamiaje con la presidencia imperial y acotado con la alianza con el gran capital.
Cuatro han sido los espacios principales de poder que han tenido acceso los profesionales orteguistas: el aparato del Estado en “sensu lato”: direcciones generales, asesorías, embajadas, órganos autónomos, alcaldías, etcétera. A esto se suma las instituciones académicas como las universidades confiscadas. Por otra parte, el acceso a los medios de comunicación controlados por el Estado y la familia en el poder. Por último, las organizaciones culturales, turísticas y sindicales. Todos ellos se han beneficiado de los recursos públicos.
La manera más fácil para que una dirección política opositora lleve al desastre a un movimiento sociopolítico es ignorar los hechos concretos, retirar las demandas más sentidas de la población, etcétera; a eso se le llama capitulación política e inmovilizar al movimiento social en contra de la dictadura, lo que significa echar a perder la victoria por la estrategia de apaciguamiento o por favorecer la “salida al suave” o “aterrizaje al suave”, dándole tiempo al dictador a recomponerse.
Seis años después (abril 2018 - mayo 2024), la gente está cansada del caos político de las diversas tendencias opositoras, de la falta de unidad y de la ausencia de una estrategia que aproveche los errores políticos de la dictadura para convertirlos en ventajas para el movimiento social. La gente “de a pie” percibe que la dirección política que encabezó el liderazgo político entre 2018-2021 ha fracasado, por esa razón no se puede volver a reconstruir la confianza de la población con el mismo liderazgo, hay que renovar.
Actualmente, el régimen se encuentra en una situación sin perspectiva de superar definitivamente las cinco crisis (económica, social, política, ambiental e internacional), la actual coyuntura no es del todo estable y enredada para el régimen. Sin embargo, Ortega es capaz de inventar cualquier realidad, aunque sus adversarios lo llamen mentiroso o manipulador, pero para sus partidarios fanatizados lo consideran capacitado para superar las cinco crisis. Ortega es terco, pero cuando hay un escenario no controlado, estalla. Tarde o temprano, algún error se cometerá, hay que saber aprovecharlo.
La táctica mediática del régimen ha sido transformar las verdades factuales incómodas en opiniones como si la represión y los asesinatos de más de 500 personas no fueran hechos históricos, sino un asunto de opinión de los periodistas independientes y de los organismos defensores de los derechos humanos. nacionales e internacionales. Los hechos pueden suscitar repulsa, pero no pueden ser cuestionados, son historia real.
El régimen promueve la falsedad deliberada, la mentira, destroza los hechos con el objetivo que no se vea la verdad. El régimen ha construido un castillo de mentiras, pero sus mentiras han sido, poco a poco, desenmascaradas. Promueve a sus falsos héroes, aunque la realidad demuestra lo que son: criminales de lesa humanidad. Los hechos reales demuestran que la dictadura reprimió y criminalizó la protesta, torturó, encarceló, limitó la libertad de expresión, de reunión y de asociación. Esas son las verdades fácticas. La dictadura lo sabe, por ello se refugia en la mentira para seguir oprimiendo al pueblo.
A la caída de la dictadura de los Somoza (1936-1979), se pensó que Nicaragua había superado definitivamente los gobiernos autoritarios que habían regido los destinos históricos del país; sin embargo, a partir del año 2007 se instala una nueva dictadura cuando llega Ortega al poder. Pareciera que Nicaragua está condenada a repetir el mito de Sísifo por la falta de memoria histórica. El “Mito de Sísifo” ilustra lo irracional de la condición humana, que invariablemente se estrella contra la misma piedra por la falta de una estrategia de superar los obstáculos.
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En forma análoga, las recurrentes crisis políticas nicaragüenses, expresa la codicia del poder autoritario de permanecer indefinidamente y certifica que los ciclos políticos padecen la misma escatología de Sísifo. Es decir, cuando después de una prolongada dictadura (Somoza), una persona (Ortega) que participa en el derrocamiento de la dictadura somocista se transforma en el nuevo dictador y los nicaragüenses comenzamos nuevamente la lucha para derrocar al dictador de turno. La cultura política tradicional facilitó que el espíritu de Somoza haya procreado a Ortega.
Al final de la dictadura somocista siguió una fase de ciertas libertades públicas (1990 a 2016), pero, luego nace la nueva dictadura (Ortega-Murillo) repitiendo el ciclo de Sísifo. Esta analogía es pura metáfora, la dictadura actual no era inevitable ni política ni socialmente. Aunque es el fruto de una cultura política atrasada expresada en el “Síndrome de Pedrarias” y operada por los poderes fácticos que se traduce en la alianza entre el poder político, representado por la dictadura, el poder económico, representado por el gran capital y el poder militar, representado por la policía y el ejército.
La escasa y/o falta de memoria histórica en los círculos políticos, mediáticos, académicos y en la sociedad en general, explica el que no exista conciencia que la dictadura somocista logró tener una vigencia de 43 años (1936-1979) por su alianza con el gran capital de la época, por crear y controlar a los dirigentes políticos zancudos, por hacer fraudes electorales, por reformar la Constitución Política para permitir la reelección indefinida y someter a las fuerzas armadas a su proyecto político.
Sin embargo, la tergiversación de la historia del país continúa dominando el relato del pasado y del presente. No hay plena conciencia ni pleno conocimiento de que Anastasio Somoza García logra iniciar su dictadura por su alianza con el gran capital, el apoyo militar y con la complicidad del partido zancudo de la época (conservador) en el pacto Cuadra Pasos/Somoza García de 1938/1939.
Así como no hay plena conciencia que el régimen Ortega-Murillo permanece en el poder por su alianza con el gran capital, el apoyo de los partidos zancudos, la obediencia de la cúpula militar y policial al proyecto dictatorial de la “nueva clase” el Pacto Ortega-Alemán y luego el Pacto Ortega-Montealegre (2006). Ortega sin el apoyo de estos factores hubiera sido imposible consolidar su dictadura, repitiendo la historia de Somoza García.
El modelo político Ortega-Murillo encaja perfectamente en el molde del capitalismo salvaje, implementando la versión del capitalismo de amiguetes. El régimen quiere hacer creer, a su base social como al conjunto de la sociedad, que los movimientos sociales son manipulados desde el exterior, sin aceptar que la realidad económica, social y política es la que los ha hecho crecer, reaccionar y hacerse visibles en el escenario político nacional.
Actualmente, se vive un proceso de represión molecular que se extiende por todo el país que ahoga la discusión política al interior del partido de gobierno y trata de callar las voces disidentes. La represión no puede ser nunca un instrumento válido en política. Cada persona víctima de la represión física, laboral e intelectual es un ataque contra los derechos humanos de todos los ciudadanos. El pensar diferente tiene un precio por no aceptar la “verdad” de la dictadura.
La prohibición de disentir ha dado lugar a la prohibición de pensar otra cosa que lo que diga el jefe infalible. El monolitismo del partido orteguista ha tenido como consecuencia la impunidad burocrática que a su vez es una de las causas de todas las variantes de desmoralización y de corrupción. El monolitismo es la expresión de todo un proceso de asfixia democrática.
Mientras tanto, la nomenclatura orteguista lucha por el derecho de legar sus bienes adquiridos al amparo del poder a sus hijos, trata de apropiarse de otros bienes del Estado y convertirse en propietaria accionista de muchas empresas.
La centralización, inherente a toda estrategia autoritaria, incrementó el poder de la burocracia y, por consiguiente, disminuyó la vigilancia sobre los muchos vicios burocráticos. Ortega, en sus distintas intervenciones manifiesta su desconocimiento total de la real problemática social, ambiental, etcétera; y, a la vez, da una prueba más de la pobreza de su memoria histórica.
La historia nos enseña que a todo dictador su caída siempre llega. Ya sea por un traspié por acá, un error por allá, por una pifia imprevisible, por una equivocación más tarde o por acciones fortuitas alimentando el proceso de implosión en desarrollo. El destino más probable de Ortega será su caída en el momento menos esperado. Es cuestión de tiempo.
El modelo de la dictadura Ortega-Murillo se ha agotado y no sólo ha perdido legitimidad, sino que constituye la mayor amenaza tanto para los sectores vulnerables como para la sociedad nicaragüense. Sin embargo, la dictadura está empeñada en reconstruir su alianza con el gran capital y basándose en esa estructura sociopolítica.
El régimen, que se siente vencedor, cree que puede mantenerse en la cima del Olimpo. Sin embargo, el régimen no ha tomado conciencia que su Olimpo ya ha comenzado a desmoronarse como indican las encuestas, e incluso, debajo de sus propios pies empezó a moverse el piso. Tirios y troyanos ven un mayor aislamiento de Ortega-Murillo y comienzan a comprender que hay un proceso de implosión en desarrollo que se debe de alimentar debilitando los pilares de sostenimiento de la dictadura.
Oscar-René Vargas, sociólogo y economista. Autor y co-autor de 57 libros. Ex preso de conciencia y miembros de los 222 desterrado, desnacionalizado y confiscado. El hecho de confiscar mis propiedades por parte de la dictadura es un acto de robo y violatorio de las leyes constitucionales e internacionales.
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