Semejanzas y diferencias entre somocismo y orteguismo en Nicaragua
Este 21 de septiembre se cumplieron 65 años del atentado, perpetrado por Rigoberto López Perez, que cobró la vida de Anastasio Somoza García, fundador de la dinastía somocista.
El #somocismo cubrió 45 años de la historia de #Nicaragua, casi medio siglo: desde 1934 hasta 1979. Representó una etapa de transformaciones económicas y sociales en el país bajo la consigna de las «3 P» Plata para los amigos, palo para los indiferentes, plomo para los enemigos.
Un régimen político que duró tanto tiempo, necesariamente dejó huellas en las mentes de los nicaragüenses; huellas que no se limitan solo a las generaciones de la época, sino que, como ocurre en todo proceso social, hay sedimentos que se van transmitiendo de generación en generación. Por supuesto, también dejó huellas en los modos de hacer política.
Durante mucho tiempo las posiciones frente al somocismo tuvieron una connotación maniquea. Los menos, lo glorificaban. Los más, o no lo mencionaban, o lo repudiaban. Ese maniqueísmo persiste pero, por lo que se ve y escucha, la balanza de opiniones está modificándose. Una demostración más de que, a veces, el pasado, o la visión del pasado, se modifica desde el presente.
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En efecto, el entronizamiento y la barbarie represiva de la dictadura encabezada por Daniel Ortega, con pretensiones de reproducir también una nueva dinastía en nuestro país, ha contribuido a que ahora el somocismo se vea con otros ojos. Cada vez son más los que opinan que se le hace un favor a Ortega al compararlo con los Somoza porque consideran que el orteguismo es mucho peor que el somocismo.
Pienso que es tiempo ya para una valoración más serena y reposada sobre este extenso, accidentado y también trágico período de nuestra historia. Se trata de una época que debemos conocer: Un conocimiento indispensable, si queremos cambiar el rumbo de nuestro país.
Solo se puede transformar la historia, conociéndola.
Vamos a valernos del libro que con el título ¨Tacho Somoza y su poder¨ publicó hace algunos años el historiador Jorge Eduardo Arellano. El académico nicaragüense Pablo Kraudy en la presentación del libro expuso los rasgos básicos del régimen somocista que se desprenden de la obra. Compartimos con ustedes los principales:
La voluntad de acceder al poder, aún por la vía violenta o de las armas, según lo creyese necesario. En efecto, Somoza Orquestó dos golpes de Estado. Uno contra Juan Bautista Sacasa y otro contra Leonardo Arguello. ¿Recuerdan las asonadas, tranques y secuestros de Ortega «opositor»?
Anulación de la independencia de los poderes del estado, tanto el legislativo como el judicial y electoral. Desde ese control impuso fraudes electorales, reformas constitucionales y leyes a su antojo, y disfrutó de impunidad. ¿Alguna diferencia con Ortega?
La tendencia a asegurar colaboradores cómplices entre las organizaciones políticas, antes que legítimos competidores. Es decir, los famosos zancudos. Tristemente célebres ayer. Hoy solo les alcanza para la ridiculez.
La aplicación de métodos represivos a los opositores reales. Basta leer algunos testimonios de la época. Para no ir muy largo: Diario de un Preso y Estirpe Sangrienta, de Pedro Joaquín Chamorro Cardenal. Los Somoza, ayer, con Pedro Joaquín. Ortega, hoy, enseñándose en sus hijos.
La instrumentalización de los empleados públicos a favor del partido oficial. Humillados ayer, humillados hoy.
La guardia nacional como principal instrumento de poder. Ahora no se llama guardia nacional, aunque la población está también resucitando la palabra «guardias» para referirse a los órganos represivos del régimen. Ambos con sus correspondientes brazos de paramilitares.
El paternalismo, ejercido tanto en la esfera militar como civil, como forma de asegurarse una clientela política. Populismo y prebendas son las palabras de hoy.
El carácter sultánico y patrimonialista. Una forma de denominar el estado botín y el aprovechamiento del poder político como mecanismo de acumulación de riquezas. Es decir, la corrupción generalizada y el saqueo de los fondos públicos. Aquí la diferencia es que los Somozas se quedaron chiquitos en comparación con la fortuna acumulada por Ortega.
El nepotismo, la familia, como actora del poder. La misma confusión entre lo intereses de la familia con el patrimonio público.
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El control del partido y su utilización como brazo político del régimen.
El pactismo bipartidista como forma política de colaboración y legitimación. El Partido Conservador fue parte de «las paralelas históricas», medrando como socio minoritario del somocismo. Ortega, después de pactar con Alemán, está instalando un régimen de partido único con unos cuantos satélites de adorno.
La mediatización del movimiento obrero y sindical, combinando represión en unos casos y cooptación en otros. En el somocismo, algunos sindicatos se mantuvieron independientes y aún montaron huelgas y protestas. Basta recordar la huelga de la construcción, con el SCAAS a la cabeza, y las huelgas de los trabajadores de la salud.
Esta es la caracterización que se hace del somocismo, en la etapa de su fundador, Anastasio Somoza García (las frases en cursiva son del autor citado, los comentarios son del suscrito).
Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia, es una frase que utilizan en las películas que guardan semejanzas con la realidad. Aquí no estamos hablando de películas sino de crudas realidades. Una la padecieron nicaragüenses de otras generaciones. La otra la padecemos las generaciones del presente. De este relato podemos desprender las siguientes preguntas:
¿Estas semejanzas entre el régimen de Somoza y el régimen de Ortega son pura coincidencia?
¿Será que Ortega copió la receta de Somoza?
Pero queda una reflexión de fondo: ¿Será que en estos doscientos años de historia, como país independiente, hemos alimentado una matriz cultural, social y política que propicia este tipo de regímenes dictatoriales?
La respuesta a esta última pregunta no es asunto ocioso, todo lo contrario, se trata de un tema vital, en la acepción precisa de esta palabra. Vital, porque cobra vidas. La respuesta nos conduciría a identificar la naturaleza y alcance de los cambios que debemos hacer, no solo para salir de Ortega y su régimen, sino los cambios que debemos realizar en nuestras pautas de conducta, esto es, en nuestras mentes y comportamientos individuales y colectivos, para asegurarnos que ni somocismo ni orteguismo vuelvan a reencarnar en épocas venideras, con otros nombres y con otras generaciones.
Pero con las mismas tragedias.