Ortega-Murillo y la normalidad autoritaria

Oscar René Vargas
Octubre 29, 2019 01:30 PM

A pesar de mantener durante 19 meses la represión, el régimen Ortega-Murillo no logra vencer la rebelión ciudadana como síntoma de su fracaso más amplio. La estrategia de su alianza con los grandes empresarios para perpetuarse en el poder ha fracasado.

Ni la militarización de las ciudades ni el accionar de los paramilitares ni la represión en las zonas rurales, han logrado acallar las protestas de los ciudadanos.

La represión policial ha evocado en la memoria de amplios sectores de la población el precedente de la tiranía somocista y exacerbado, de esa forma, el descontento sociopolítico.

A primera vista, la extensión y la intensidad de la rebelión civil de abril de 2018 podría parecer inexplicable en lo que aparentaba ser un gobierno que controlaba todos los poderes del Estado y que mantenía una “paz social” y un reducto apacible del modelo corporativo a través de la represión y la complicidad de los sindicatos progubernamentales.

Pero, si se observa con atención, se verá que el estallido social de abril 2018, venía precedido por pequeñas oleadas de malestar que se habían expresado, entre otros, por el movimiento campesino en defensa de la tierra, las protestas en las minas La India y El Limón, las movilizaciones de Rancho Grande y las incansables pequeñas luchas de ciudadanos en diferentes regiones del país.

Así, bajo la delgada cáscara de una normalidad autoritaria, cada vez más aislada de la sociedad y de un desarrollo económico engañoso, se dejó por fuera a importantes sectores de la población.

Sin embargo, el descontento fue creciendo de manera invisible para los medios oficiales y para la mayoría de la clase política; el enfado social se expresó en las calles y arrinconó al régimen autoritario que se sentía inmune a las turbulencias sociales y políticas que tuvieron lugar a partir de abril de 2018.

El régimen apretó la tuerca más de lo que podía apretar según se pudo observar. La absurda medida represiva en relación a la protesta por la seguridad social fue el equivalente a abrir la caja de Pandora que contenía múltiples rabias sociales por la desigualdad imperante, el elevado costo de la vida, los bajos salarios, la falta de libertad de reunión y de manifestación y la insustancialidad de la formalidad democrática.

En suma, el modelo corporativo instaurado por el pacto del régimen con el gran capital, un pacto de gobernabilidad autoritaria y ortodoxia económica, había llegado a su agotamiento. Lo sorprendente fue la aparición del descontento y, por lo tanto, el fin del ciclo político de Ortega-Murillo que se ha transformado en insostenible.

El discurso de Ortega en la presentación de las cartas credenciales de varios embajadores europeos, ha mostrado ser un político tradicional, al pronunciar un discurso patriotero y nacionalista que es de naturaleza meramente escenográfico y propagandístico.

Queda exhibido como un oportunista, dispuesto a exacerbar el patrioterismo sin importarle sus consecuencias, con el objetivo de obtener réditos en su base social debilitada. Es una trampa más para no perderlo todo.

Ortega es un ser críptico y enigmático, que añora y recuerda las viejas formas del poder autoritario de la época de la dictadura somocista. Mantiene el concubinato del poder político con el poder económico, para mantener la primacía de su poder personal.

Es necesario hacer un balance general de lo que ha sido el ciclo político iniciado en abril 2018. Estamos obligado a hacerlo, sobre una idea de fondo que ha desaparecido del debate político, el debate entre restauración/acomodamiento al régimen y el rompimiento/quebrantamiento con el régimen.

La política seguida hasta ahora por la Alianza Cívica, ha fortalecido al régimen y debilitado al movimiento social. El error ha sido en confiar en la palabra de Ortega. No se puede hacer política alternativa confiando en la palabra del dictador.

En la concreta la Alianza Cívica ha abandonado mantenerse como el centro aglutinador de las protestas sociales del país y demostrado que tiene muchas dificultades para dirigir las movilizaciones sociales. Ha sido rebasada por el descontento e insatisfacción de la población, al que no poder estar a la altura de la rebeldía social.

Las fuerzas opositoras siguen teniendo una asignatura pendiente, mostrar un proyecto alternativo de país. Hay que proponer algo que sea alternativo a la dictadura. El proyecto de país no puede ser igual al de Ortega-Murillo.

Hasta la fecha, el régimen Ortega-Murillo se ha enfrentado con amateurs políticos, han creído que la dictadura va a ceder solamente por tener el apoyo internacional. También, pensaron que con las sanciones de EEUU y UE (Unión Europea) el régimen iba a dimitir o adelantar las elecciones.

Después de 19 meses, está claro que el régimen le teme, principalmente, a las movilizaciones sociales de la población, las cuales presionan, de manera efectiva, a la comunidad internacional para mayores y contundentes medidas de presión. Sin presión interna, Ortega no piensa ceder en ningún punto importante que abra la fase post-Ortega.

La posibilidad que el renuncie no es realista. Las dictaduras no se suicidan, no se hacen el haraquiri, no se inmolan. La estrategia del régimen seguirá siendo dura, es lo que le garantiza, hasta cierto punto, la inmovilidad relativa del movimiento social y alarga la posibilidad de un tsunami democrático que deponga al régimen.

¿Está la crisis sociopolítica resuelta a favor del régimen? A mi juicio no. Todo el sistema político de la dictadura está sostenido con alfileres y los datos apuntan a un crecimiento marcadamente negativo.

A mi criterio su talón de Aquiles es la profundización de la recesión económica que puede dar origen a protestas con demandas sociales específicas como los temas alrededor de trabajo, electricidad, nivel de vida, vivienda, salud y tierra.

El futuro político de la rebelión de abril depende de cambiar de estrategia, adecuar el discurso político a las demandas básicas de la población, revitalizar la alianza de los sectores dispersos y desunidos en una unidad con una demanda de salir de la dictadura para alcanzar la justicia, la libertad y la democracia.

El debate de las fuerzas democráticas se debe centrar en el qué queremos, cómo hacerlo y con qué fuerzas. Hace falta un proyecto de país claro y programa a la altura de las circunstancias.

Hay impulsar una fuerza democrática, acumular fuerzas, generar cuadros y crear una perspectiva de lucha nueva.

Estoy convencido de que eso se puede hacer. Soy optimista sobre el futuro. El país del futuro tiene que ser otro.

 
San José/Costa Rica, 29 de octubre de 2019.

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