Nicaragua cierra festival Centroamérica Cuenta: "somos voces para ejercer presión"
La escritora nicaragüense Ligia Urroz, hija y nieta de políticos, vivió los fines de semana de sus primeros 11 años visitando con sus padres a un amigo de la familia: Anastasio Somoza Debayle.
Ella lo veía como un tío que además era presidente de Nicaragua, hasta que la revolución sandinista estalló. Aquel 1979 empezó a escuchar que a Somoza lo llamaban “dictador”. Las balas y las bombas llegaron del campo a la ciudad y afuera de su casa.
Nunca olvidó a un joven guerrillero que entró buscando armas y le apuntó mientras ambos se preguntaban con la mirada, desconcertados, qué hacían allí. Tres días después tuvo que ver cómo calcinaban el cadáver de ese adolescente porque no se lo llevaba ni el camión que recogía los muertos.
Urroz, ya adulta y exiliada en México, Inglaterra o España, mezcló recuerdos y ficción para escribir la novela "Somoza" (Planeta, 2021) que cuenta la preparación del comando que mató en 1980 al ya derrocado dictador en Paraguay, y cómo esa niña veía su propio mundo derrumbarse.
La presentación del libro cerró el Festival Centroamérica Cuenta, que terminó el sábado pasado en la librería Rafael Alberti, en el oeste de Madrid.
El evento, fundado por el escritor y exvicepresidente nicaragüense Sergio Ramírez, celebró su décima edición en Ciudad de Guatemala, donde en mayo volvió a ser presencial, y en la capital española. Es la segunda vez que lo acoge el consorcio público Casa de América, con apoyo de la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo.
Dirigido desde 2015 por la gestora cultural Claudia Neira, nacida en Brasil, participaron autores de Nicaragua, España, Guatemala, Costa Rica, México, Chile, Colombia y Venezuela.
Durante seis días se sucedieron los diálogos “Escrituras en búsqueda”, sobre buscar el origen; “Historias de familia: entre la memoria, la novela y los secretos familiares”, y “Trascender la frontera: la realidad como ficción, la ficción como realidad”.
El encuentro lo completaron “El dolor y la pérdida: del desarraigo a la huella de los otros”; la lectura de crónicas “Cuenta Centroamérica”; la discusión “¿Hacia dónde va Latinoamérica” y, en la librería Rafael Alberti, el espacio de lectura “Versos que cuentan” y la presentación de Somoza.
“Somos voces para ejercer presión”, definió Ligia Urroz el rol de los escritores nicaragüenses en el exterior respecto al Gobierno de Daniel Ortega. Lo considera similar al dictador que los sandinistas derrocaron en su día. Una de ellas fue Gioconda Belli, poeta, novelista y activista exiliada primero por el somocismo, después por sus diferencias con el régimen orteguista.
Junto con otros autores, incluidos dos jóvenes nicaragüenses, leyó algunos de sus poemas en “Versos que cuentan”, como "Secreto de mujer", sobre la liberación del cuerpo femenino.
Carlos F. Grigsby ganó con 18 años el Premio Loewe a la Creación Joven por su libro “Una oscuridad brillando en la claridad que la claridad no logra comprender” (Visor, 2018). Una selección de poemas del libro “Rilke y los perros” (Visor, 2022) le valió en 2020 el Premio de Poesía Ernesto Cardenal in Memoriam. En Madrid leyó algunos de ellos, como “El rinoceronte es un animal imaginario”, sobre la extinción del rinoceronte blanco.
William González Guevara fue el menor de todos. Nació en 2000 en Managua, pero creció y vive en un barrio obrero del distrito madrileño de Carabanchel. Estudia Lengua y literatura más Periodismo en la Universidad Rey Juan Carlos, y su primer libro, “Los Nadies”, lo convirtió en el primer nicaragüense y segundo latinoamericano que gana el Premio Internacional de Poesía Joven Antonio Carvajal.
Entre los 11 y los 17 años escribió los poemas que lo componen. “Es una síntesis de dos tradiciones poéticas, la española y la nicaragüense”, dijo Gioconda Belli cuando lo introdujo. Los versos que leyó iban dedicados a Nicaragua, a la pobreza o al ser migrante en España, “a las empleadas de hogar latinoamericanas que cuidan mayores y limpian edificios”, como su madre y tantas mujeres que pueden leerse en el poema "Lejía", ese cloro o lavandina para desinfectar que expone a agentes tóxicos.