El 25 de noviembre de 1915, la población de León se enteró de que en horas de la tarde llegaría
Rubén Darío, procedente de Corinto, luego de estar en Guatemala. Le acompañaba su esposa, Rosario Emelina Murillo Rivas.
Al detenerse el tren y bajar el poeta, una multitud rodeó a Rubén, solicitando les acompañara a pie, en manifestación. Se explicó que no venía en buen estado de salud por lo que se iría en un coche.
Entendida la situación ocurrió un hecho que no se ha repetido en la historia de Nicaragua. Numerosas personas desengancharon los caballos del coche, jalándolo hasta la casa donde se hospedaría el poeta, propiedad de su amigo Francisco Castro, situada de la iglesia La Recolección dos cuadras y media al este, segunda calle noroeste, donde en una parte está ahora un hostal.
Durante días fue muy visitado y atendido, en especial por el señor Castro y su esposa Fidelina Santiago de Castro, el Dr. Luis H. Debayle, convertido en su médico de cabecera. El 9 de diciembre viajó a Managua en tren expreso. Se hospedó en casa de su cuñado, Andrés Murillo Rivas. La primera vez que había estado en Managua fue en 1882, a los quince años de edad.
El viaje lo hizo a caballo de León al Puerto Momotombo, en el Lago Xolotlán, donde tomó el vapor Amelia hasta el Puerto de Managua,
en el mismo sitio donde está ahora el Puerto Salvador Allende. El propósito era estar presente en la inauguración de la Biblioteca Nacional, el 1 de enero de 1882. Tenía preparado su poema “El Libro”, que no fue posible leer, sino el 17, con motivo de iniciar sesiones el Congreso Nacional. Estaban sus miembros, el presidente Joaquín Zavala y altos funcionarios del Gobierno.
Al escuchar el poema leído por el joven Darío, el Presidente del Congreso, Pedro Joaquín Chamorro Alfaro, se opuso a que le dieran una beca que había ofrecido el Gobierno para que estudiara en España. Finalmente se decretó que: “El Gobierno hará colocar por cuenta de la nación al inteligente joven pobre don Rubén Darío en el plantel de enseñanza que estime más conveniente para completar su educación”. Rubén no aceptó la beca. Fue una afrenta, solo comparable con la de mayo de 1884, cuando en León se le procesó y sentenció por vago, condenándolo a la pena de 8 días de obras públicas, aunque después la sentencia fue revocada.
Agonía y muerte
El 7 de enero Rubén regresa a León, en compañía de su esposa, Rosario Emelina. Por su salud, ya quebrantada, sería sometido a dolorosos tratamientos. El 10 de enero se confiesa con el presbítero Félix Pereira y recibe los santos óleos de manos del obispo Simeón Pereira Castellón, quien el 31 de enero le administra la extremaunción, en una imponente y solemne ceremonia.
También el 31 testó ante los oficios notariales del Dr. Antonio Medrano. Declaró heredero único y universal a su hijo Rubén Darío Sánchez “Guicho”, entonces residente en España y de 8 años de edad, procreado con doña francisca Sánchez del Pozo. Le dejó la casa de León que le heredó su tía abuela y madre de crianza, doña Bernarda Sarmiento. También los derechos de autor de todas sus obras. Fueron los testigos Santiago Argüello, Luis H. Debayle y Francisco Castro.
A “Güicho” poco le benefició la herencia de su padre, tampoco a su descendencia. Él se casó en Nicaragua con Cecilia Salgado. Del matrimonio nacieron Rubén Benito y Salvador del Carmen, Elena Argentina, ya fallecida, igual que su madre. Los hermanos Darío Salgado viven en Managua. Su padre partió para México donde falleció el 22 de julio de 1948. Otro hijo, Rubén Darío Villacastín, no tuvo mayores beneficios. Fue procreado en España con Rosario Villacastín. Estuvo en Nicaragua en septiembre de 1996 y falleció en marzo del 2011, en Villarejo del Valle, Ávila, España.
El sábado 5 de febrero, Rubén entra en agonía. Tenía en sus manos el Cristo que le obsequió el poeta mexicano Amado Nervo. Además de doña Rosario Emelina, estaban en la casa, Lola Soriano, hermana de madre y Francisca Zapata, hermana de padre. También Santiago Argüello, Francisco Paniagua Prado, Abrahan Argüello, Alfonso Valle, Andrés Murillo Rivas, Arturo Alvarado y la señorita María Alvarado.
A las 10:18 de la noche del domingo 6 de febrero, expiró Rubén Darío. El hecho quedó registrado en la Sección Libros Sacramentales, Serie Obitus (entierros), Libro 1901-1932, página 81 del Archivo Diocesano de León. En el Registro Civil de las Personas de la Alcaldía de León, tomo 0014, año 1915-17, folio 116, partida 232. Alejandro Torrealba, a la hora de la muerte, rompió la cuerda de un reloj marca Ingersol. Poco después se escucharon las campanas de los templos de León y cañonazos en El Fortín, anunciando el deceso. Octavio Torrealba dibujó dos bocetos, uno cuando agonizaba y otro muerto. José López le sacó una mascarilla de yeso. El barbero Adán Castillo, procedió a resurarlo y afeitar.
En la misma casa donde falleció, en otra habitación, se realizó la preparación del cadáver, a cargo de los doctores Luis H. Debayle y Escolástico Lara, con los practicantes Luis E. Hurtado y Sérbulo González. Comenzó a la una y media de la madrugada y finalizó a las seis de la mañana. Estuvieron presentes doña Rosario Emelina; como testigos Andrés Murillo Rivas y Joaquín Macías y el doctor Enoc Aguado, llamado para certificar el hecho.
El cadáver fue vestido de levita cruzada y guantes negros.
A las nueve de la mañana del 7 de febrero, Andrés Murillo Rivas tomó una pequeña caja de madera que contenía las vísceras y fue a sepultarlas en el cementerio de Guadalupe, junto a los restos de doña Bernarda Sarmiento. Se organizó un comité para programar los funerales. En Managua, en la empresa funeraria del ebanista don José Félix Cuevas se hizo el ataúd, con madera de caoba, color nogal oscuro, que fue llevado en tren a León, el 9 de febrero.
Lucha por el cerebro
El día 7 de febrero iniciaron los funerales de Rubén. Por la noche,
el cuerpo fue regresado a la casa donde falleció con el propósito de extraerle el cerebro. El equipo médico, dirigido por los doctores Debayle y Lara, inició su labor a las dos de la madrugada y finalizó a las cinco de la mañana. Pesó el cerebro 1,415 gramos. Se procedió a tomar las medidas. Se cerró el cráneo y suturó el cuero cabelludo.
Los médicos fueron sorprendidos por la llegada intempestiva de Andrés Murillo Rivas, el cuñado de Rubén, que fue una presencia maléfica en su vida. Tomó el cerebro y salió rápidamente a la calle, seguido por el doctor Debayle y otras personas. En plena calle comenzó una lucha y forcejeo por la posesión del cerebro. A los gritos acudieron varios vecinos.
El cerebro cayó al suelo y fue recogido por un policía.
El doctor Lara se lamentaba de los daños que estaban causando al cerebro que fue llevado a la Dirección de Policía de León, donde permaneció varias horas. Informadas las autoridades de Managua del hecho, ordenaron que se le entregara a Murillo Rivas. Todo indica que fue por ambición, pues
se rumoró que se había ofrecido mucho dinero por el cerebro.
A partir de ese momento, surgen varias versiones sobre el destino del cerebro de Rubén. Una de las más aceptadas, es que hubo un cambio de cerebro, tomando el doctor Debayle el de Rubén para entregarlo, dentro de una cajita, a Monseñor Pereira y Castellón, quien se lo dio al escultor Jorge Navas Córdonero para que lo enterrara en el ángulo nororiente de la sepultura. Esta versión fue publicada en Cuadernos Universitarios, el 21 septiembre de 1962.
Los funerales
El día 7 de febrero, las cámaras de Senadores y de Diputados de la República de Nicaragua
declararon duelo nacional por el fallecimiento de Rubén Darío y decretaron “permitir que el cadáver de Darío sea inhumado en la Santa Iglesia Catedral de León”. El Poder Ejecutivo acordó tributarle honores de Ministro de la Guerra y Marina, también autorizó el pago de 800 córdobas a doña Rosario vda. de Darío “por los gastos de funerales y entierro”.
Monseñor Pereira y Castellón, obispo de León, ordenó que “los funerales eclesiásticos del señor don Rubén Darío se harán en nuestra iglesia catedral con la magnificencia propia del ceremonial establecido para los funerales de los Príncipes y Nobles”. Agregó que “el día señalado para las exequias de cuerpo presente, todas las iglesias de la ciudad acompañarán los distintos toques funerales de las campanas de Catedralˮ.
Desde el día 7 hasta el 13 de febrero, el cuerpo de Rubén Darío fue llevado al Palacio Municipal y a la Universidad Nacional, edificio que era de una sola planta, donde está ahora el edificio central de la UNAN-León. El día 12 fue conducido a la Catedral, envuelto el cuerpo con un blanco sudario, en la cabeza una corona de laurel. Varios trenes transportaron a León numerosas delegaciones.
De Masaya enviaron un vagón lleno de flores, incluyendo flores acuáticas de la laguna de Tisma.
Al salir de Catedral, en el atrio, Monseñor Pereira y Castellón pronunció un sentido discurso. Más adelante, en un balcón de la casa del general Anastasio Ortiz, dijo un discurso el padre Azarías H. Pallais. A las diez de la noche llegó el cortejo a la Universidad. Tomaron la palabra los doctores Luis H. Debayle, Francisco Paniagua Prado, Leonardo Argüello, además Juan Ramón Avilés y Ramón Sáenz Morales. Esa noche el joven pintor Alonso Rochi pintó un boceto al óleo de Rubén.
Otros escritores e intelectuales que rindieron homenaje fueron: Antonio Medrano, Joaquín Sacasa, José Sansón, Jerónimo Aguilar H., Modesto Barrios, Guillermo Fajardo, Carlos A. Bravo, Andrés M. Zúñiga, Mariano Barreto H, J. Wenceslao Mayorga, Joaquín Macías, Domingo Mairena Hernández, J. Antonio Flores, Juan Rafael Salinas, Manuel Tijerino, Horacio Espinoza.
El día del entierro
El domingo 13 de febrero, a las tres de la tarde, salió el cortejo fúnebre. Para un mejor entendimiento del recorrido, tomaremos como referencia las actuales direcciones, tal como están en las esquinas de las calles y avenidas de León.
Del Edificio Central de la UNAN-León, tomó la Avenida Central, una cuadra al norte, hasta la esquina donde está la Universidad Cristiana Autónoma de Nicaragua (UCAN). Sobre la Tercera Calle Noroeste avanzó una cuadra para continuar hacía el sur, en la Primera Avenida Noroeste que pasa por el Edificio Central de la UNAN-León, el auditorio Ruiz-Ayestas, la iglesia La Merced, la cuadra donde ocurrió la masacre del 23 de julio de 1959.
El cortejo llegó a las esquinas del edificio de la Alcaldía de León y el Parque Central, dirigiéndose hacia el oeste, en la calle conocida indistintamente como Real, Central Poniente y Rubén Darío, pasando por la iglesia San Francisco, el Centro de Arte de la Fundación Ortiz-Gurdián, hasta llegar a las esquinas del Museo y Archivo Rubén Darío y el Colegio La Salle. Recorrió una cuadra al sur, en la Cuarta Avenida Suroeste.
El funeral continuó en la Primera Calle Suroeste, llamada Calle de Marcoleta, más conocida por los leoneses como Calle de La Marcoleta, por el apellido de don José de Marcoleta, el diplomático que vivió en León. En el recorrido se pasa por el antiguo Hospicio, ahora Capilla San Juan de Dios, el sector llamado la Zona Rosa, de atractivo turístico, hasta llegar al colegio La Asunción, donde dobló hacia el norte para dirigirse a Catedral.
Ya viene el cortejo…
El cortejo fue imponente.
Se estima que los funerales de Rubén Darío fueron más concurridos que las procesiones de Semana Santa. Delante del féretro iba un grupo de canéforas, entre ellas Mercedes Fernández, Virginia González, Virginia Rojas, Mercedes Ayón. Marina, Amelia, Estela, Leticia, Carmela y Margarita, todas de apellido Argüello. Berta, Fidelina y Adriana Castro. Anita Navas y Julia Barreto.
Las jovencitas iban vestidas de blanco con cintas negras en el corpiño.
El discurso de despedida fue pronunciado por el doctor Leonardo Argüello, en el atrio de Catedral. El ataúd, con el cuerpo de
Darío, fue sepultado al pie de la estatua de San Pablo, en cuya columna estaban las cenizas de Monseñor Rafael Jerez.
Al momento del enterramiento se escucharon cañonazos, salvas de fusilería, toque de campanas y la composición musical del maestro Luis A. Delgadillo “La Marcha Triunfalˮ, ejecutada por la Banda de los Supremos Poderes. A las nueve y cuarto de la noche todo había concluido.
En la tumba se colocaría
un león con expresión de tristeza, obra del escultor granadino Jorge Navas Cordonero. Se cumplió el deseo que expresó Rubén a Santiago Argüello: “Quiero que mis despojos sean para Nicaragua. Ya que mi patria no me guardó vivo, que me conserve muerto”.
* Roberto Sánchez Ramirez. Academia de Geografía e Historia de Nicaragua
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