El efecto de estar sin periódicos en Venezuela
Ana Peraza, venezolana de 60 años, extraña la rutina que cumplía fielmente cada mañana en su hogar o en el trabajo: se servía el desayuno, colaba un cafecito negro y leía enteramente al menos un diario impreso. Desde hace meses, añora el último, pesarosa.
Los periódicos son una especie extinta en Zulia, su estado natal. Los seis diarios de la región, epicentro de la industria petrolera y la provincia más poblada de Venezuela, dejaron de circular de manera progresiva desde 2017 por el monopolio oficial de su materia prima y por la crisis económica.
Peraza siente que la desaparición de la prensa la ha dejado huérfana en lo informativo.
“En verdad uno se siente muy mal. ¿Cómo nos enteramos ahora de lo que pasa en este o en otro país?”, se pregunta, una mañana de viernes bajo la sombra de un frondoso árbol de la calle 5 de Julio, una de las más transitadas de Maracaibo, a la espera de un bus del transporte público.
El Instituto de Prensa y Sociedad (IPYS) ha registrado el cese de circulación de 68 periódicos en Venezuela desde 2013. El último en clausurar su versión impresa fue El Caroreño, del estado Lara, que el 25 de enero publicó su última edición con el titular “apagamos la rotativa”.
Encargada de un taller de servicios para vehículos, Peraza recuerda que cada mañana, sin falta, detenía su carro en algún semáforo para comprar el periódico del día a un vendedor ambulante.
Hoy, se siente irremediablemente lejos de ser lectora nativa y ducha del mundo digital. “No es lo mismo ver noticias en el celular. Si no tienes wifi, te ‘comes’ los megas” de navegación, advierte.
La mujer desconfía de las líneas editoriales de los canales -públicos o privados- de la televisión venezolana. Tampoco halla dónde publicar un aviso clasificado para contratar mecánicos o tantear las ofertas de supermercados, como estilaba en la prensa de los viernes.
“Es grave. Esto me ha afectado mucho”, dice Peraza, enfadada. “Estás desubicado, porque no tienes cómo informarte. Venezuela necesita periódicos urgentemente”, añade, seria.
Vigor en decadencia
La oenegé venezolana Espacio Público, especializada en libertad de expresión, denunció que 40 periódicos cerraron y 13 redujeron sus ediciones o eliminaron secciones solamente en 2018.
Según sus últimos registros, 10 de los 23 estados de Venezuela no tienen prensa en circulación. La organización atribuye sus cierres a la falta de dinero en efectivo de sus lectores, al monopolio del papel prensa de parte del estatal Complejo Editorial Alfredo Maneiro y a la crisis económica.
Carlos Correa, director de Espacio Público, indica que el país solo tiene a mano el 15 por ciento del “volumen de la superficie impresa” que generaban los 105 periódicos existentes hace siete años.
Explica que el control cambiario en Venezuela, vigente desde 2003, dificultó la importación de papel prensa y, luego, el Estado monopolizó su distribución, en detrimento de los diarios críticos.
Correa destaca que la prensa regional en Venezuela era “vigorosa”: impulsaban la economía, obligaban a la rendición de cuentas de alcaldes y gobernadores y dictaban la agenda informativa en los estados.
“Eran diarios con una enorme penetración local. Muchos de esos periódicos ya no están saliendo. Migraron a proyectos web, han desaparecido o se han debilitado profundamente”, apunta Correa.
En la actualidad, lamenta, se ha reducido esa esfera del debate sobre lo público. “La sociedad venezolana tiene menos información y menos información de calidad”, certifica.
Impacto ciudadano
Henry Namías, de 65 años, parece devorar con sus ojos el semanario que sostiene, detenido en las cercanías de la plaza La República de Maracaibo. Con un cigarrillo encendido pendiendo de su boca, hojea este viernes las 24 páginas de la publicación Qué Pasa casi con desespero.
Era uno de los seis diarios que circulaban en Maracaibo y otros poblados de Zulia. Dejó de circular en 2019 por insuficiencia de papel, pero volvió a la calle este mes con una sola edición cada viernes.
Namías detalla que, durante los turnos nocturnos de su oficio, comenzó a leer libros que le prestaban sus hijas. Antes, hacía lo propio con periódicos.
Su semanario, a cambio de 20.000 bolívares -tres centavos de dólar-, lo tiene exultante. “Estoy contentísimo”, comenta el hombre, delgado, de pelo cenizo y que trabaja como vigilante privado.
Fanny Finol, de 60 años, cree que la existencia de un solo periódico cada siete días es insuficiente. Cita la Biblia para argumentar que los pueblos perecen por falta de conocimiento.
“Me siento desinformada. Ahora tengo que estar viendo televisión, porque no tengo teléfono inteligente (para leer diarios o noticias)”, declara. Los diarios, recuerda, le servían para tomar decisiones importantes, como por quién votar o dónde comprar alimentos.
Amable Simancas, de 67 años, extrañó leer en un diario la crónica del nocaut del venezolano Jorge Linares al mexicano Carlos Morales, en el Honda Center de California, Estados Unidos.
“Donde veo lectura, hermano, estoy pegao”, dice, coloquialmente. Su sección de periódico favorita es la deportiva. Crítico de los diarios que, a su juicio, “atacan” al gobierno en disputa de Nicolás Maduro, echa mano a la jerga boxística para ilustrar su desilusión.
“Pega, ‘mano’. Pega salir a la calle sin noticias y no conseguir buena información”, dice Simancas, frente a la vidriera de un comercio de la calle 5 de Julio, casualmente empapelada con ejemplares viejos de Versión Final, uno de los seis diarios zulianos que han desaparecido en los últimos tres años.
Noticias en "Archipiélagos"
Andrés Cañizález, autor del libro 'Veinte años de censura en Venezuela' (1999-2018), juzga que los venezolanos son protagonistas de una dinámica social donde se informan de forma fragmentada.
“El acceso a la información ocurre a través de archipiélagos: de lo que me entero yo, no se entera el vecino, porque no hay medios de referencias”, diagnostica.
El periodista, profesor universitario e investigador cree que la ausencia de la prensa tiene una repercusión negativa “sumamente grave” en la sociedad venezolana.
“Los periódicos eran los organizadores de la lógica informativa, las radios leían sus titulares. Dictaban la agenda. Hay un quiebre importante en esa dinámica”, subraya.
Cañizález opina que las redes sociales no jerarquizan la información ni son capaces de atar el compromiso tácito entre lectores y periodistas de corroboración y confianza de los datos publicados.
Advierte que las versiones digitales de los diarios dependen de servicios precarios en el país, como la electricidad -racionada en múltiples estados- y las telecomunicaciones -que fallan frecuentemente-.
Heilet Morales, integrante de la Mesa de Edición del centenario diario Panorama -dejó de circular el 14 de mayo de 2019-, observa que las redes sociales resultan “peligrosas” en cuanto a su veracidad.
Califica como “anormal” el cese y cierre parcial de decenas de periódicos en Venezuela. Lo valora como un evento “atípico” en el contexto latinoamericano.
Morales opina que es “inestimable” la posibilidad del lector venezolano de consultar múltiples enfoques en cada diario. Que los periódicos cerrados vuelvan a circular es su deseo.
“Es normal en una democracia que el contrapeso del poder, que son los medios, todos a la vez, le toquen la puerta al poder político. En un escenario tan duro como el que vivimos en Venezuela, es poco menos que una proeza echar a andar de nuevo las rotativas”, anticipa.
Noticias "en coma"
Desgastado y oxidado, el quiosco de Minerva Araujo refleja que la mujer, de 57 años, está a punto de cumplir tres décadas vendiendo periódicos en una acera de la calle 5 de Julio.
Hoy, exhibe sobre su carrito de metal una sola revista de carreras de caballos, la Gaceta Hípica, y una decena de ediciones del Qué Pasa que apenas reinició sus operaciones hace tres semanas.
Entre mayo de 2019 y enero pasado, estuvo ocho meses sin vender un solo ejemplar de los diarios locales. Y, antes, vendía “cerros y toneladas” de periódicos, dice.
“Vendía 450 ediciones de El Nacional y 500 de Panorama un domingo cualquiera. Yo levanté a mis cinco hijas y ayudé a mis padres vendiendo periódicos”, declara, orgullosa.
Sus finanzas, sin la quintaesencia de su quiosco, se desplomaron. Sus clientes, acota, también sufrieron la pérdida de información “caliente”, del momento. “Quedamos como cuando te meten al quirófano o a cuidados intensivos: en coma”, ironiza, con una media sonrisa.
Sus clientes, remarca, están ávidos de periódicos. Ellos, tanto como ella, no se conforman con un semanario. Minerva ruega en nombre de todos que regresen sus productos mejor vendidos.
“¡Que vuelvan! ¡Ojalá vinieran todos, como antes!”, dice, ahora sí, sonriendo a plenitud.