Despacho 505: Las mujeres y el 18 de abril

No es ni ético ni políticamente democrático pretender continuar desconociendo el aporte de las mujeres en esta lucha, ni invisibilizar su participación o regatear su condición de ciudadanas.
Azahalea Solís
Abril 18, 2020 08:59 AM

 El aporte de las mujeres a la democracia es amplio, diverso y de décadas. A la par, el déficit por la justicia es continuo y recorre todas las clases sociales y señala responsabilidades a sectores de distintas procedencias políticas o ideológicas.

El reconocimiento a las mujeres en muchas ocasiones es más un saludo a la bandera que la convicción de su condición de ciudadanas de pleno derecho. Suelen estar invisibles en todas las narrativas y se omiten sus grandes aportes a la historia, a la ciencia, al desarrollo, a la vida, a los derechos.

Omisiones importantes como el desarrollo de las lenguas romances, su papel en la abolición de la esclavitud o en la Revolución Francesa, en la profundización de los derechos humanos, la química, o al wifi, entre otros.

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En Nicaragua, no somos ajenos a esa invisibilización, no se registra que el movimiento de mujeres fue el primero que alertó – en 2005 – de los peligros de una dictadura, de lo mal que era para Nicaragua un triunfo de Daniel Ortega en las elecciones de 2006 y de lo oneroso para la sociedad nicaragüense la aprobación de la concesión canalera, señalamiento que hizo – antes – de la acción vende patria efectuada el 13 de junio de 2015.

VIOLACIÓN SISTEMÁTICA

El estallido de Abril de 2018 en Nicaragua no es espontáneo, es una acumulación de violaciones sistemáticas de la dictadura orteguista en contra de la sociedad. Unas son inmediatas, otras de más largo tiempo.

Entre las inmediatas, se ha señalado invariablemente la ineficiencia gubernamental con el manejo del incendio en la Reserva Indio Maíz, pero también está de previo, el intento de controlar las redes sociales que despertó rechazos, principalmente en sectores de jóvenes, no necesariamente por motivaciones políticas.

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Para 2018 Nicaragua ya era un caldero: asesinatos en el campo, invasiones a los territorios indígenas, centralización absoluta del poder, mando unipersonal y abusivo al margen de la ley, por sobre las atribuciones limitadas de un gobernante y en contra de los derechos individuales. El Carrizo, don Mercedes y doña Irinea en 2011. Doña Elea, de la comunidad de San Pablo en la Cruz de Río Grande, reclamando desde 2017 los cuerpos asesinados de su hija Yojeisel y de su hijo Francisco. Son algunos de los nombres y lugares de la macabra estela de muerte que ha dejado la dictadura antes de abril de 2018.

Por ello diversas organizaciones y actores expresaron que algo grande iba a ocurrir. Como en efecto estalló el 18 de abril. El régimen no supo entender que su unilateral reforma en el seguro social iba a significar la ruptura del sistema corporativista con el que venía gobernando, el encuentro de diversas generaciones, la vuelta de la juventud a la calle. Y, como había ocurrido en otros momentos en el pasado reciente, el apoyo generalizado de la sociedad nicaragüense a la lucha de unos jóvenes que estaban protestando con sus manos desarmadas y su corazón desbordado.

Las mujeres estuvimos presentes desde el inicio de las protestas. La mañana del 18 de abril en León, Masaya y Managua. Ese mismo día por la tarde en el Camino de Oriente y en la UCA. Y así en los días posteriores. Como antes habíamos estado en todas las protestas sociales contra la corrupción, contra la impunidad, por los derechos humanos, por el derecho al agua, en contra de la minería de cielo abierto, a favor de políticas de públicas para la niñez y adolescencia; por el derecho a la educación y a la salud. Las mujeres siempre han estado y dicho presente.

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De tal manera que ante el estallido social no sólo era un movimiento organizado y con mucha experiencia de reclamo y protesta, sino también con una historia de represión por parte de las fuerzas antimotines que impidieron nuestra libertad de movilización en marchas contra la violencia, el 25 de noviembre o por el Día de la Mujer, el 8 de marzo.

Por todo lo anterior, no es ni ético ni políticamente democrático, pretender continuar desconociendo el aporte de las mujeres en esta lucha, ni invisibilizar su participación o regatear su condición de ciudadanas. Las mujeres hemos sido desde siempre demandantes de libertad, de justicia, democracia y no impunidad.

La nueva Nicaragua debe honrar la deuda histórica con las mujeres, con la democratización del Estado, de la sociedad y la cultura. En otras palabras, una democracia verdaderamente incluyente y respetuosa de sus ciudadanas.

La autora es feminista y defensoras de los derechos de las mujeres.

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