Marisol Balladares, su exilio forzado por ejercer como periodista en Nicaragua
La persecución y el hostigamiento han sido el común denominador en la vida de la nicaragüense Marisol Balladares Blanco, incluso antes de convertirse en periodista.
Nació en Bluefields, en el Caribe Sur, de donde tuvo que salir en 1983 por amenazas hacia su padre. “Mi papá se fue del país, huyó y todavía sigue en el exilio, él está en Costa Rica”, le contó la comunicadora a la Voz de América.
Su vida comenzó entonces desde cero en Puerto Cabezas, con la mala suerte de presenciar la Navidad Roja, como se conoció la operación de traslado de 42 comunidades de indígenas misquitos desde la franja fronteriza del Río Coco con en Honduras hacia el interior del país.
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“Yo llegaba todas las mañanas, recuerdo que tenía unos diez años, 11 años, a ver a la gente que llevaban trasladado. ACNUR llevaba en el aeropuerto y muchas familias”, recuerda Marisol.
Pero no todo fue malo. Allí también comenzó a estudiar y a apasionarse por su oficio.
Con tan solo 13 años, de manera empírica, incursionó en Radio Caribe, a través de un programa juvenil: “Para mí, la radio es inspiración… Es un pilar para apoyar a las personas que no tienen”. Después, ingresó a la Radio Voz Educativa Regional, dos años después, hasta llegar a la Radio Voz del Atlántico Norte, en 1997.
A raíz de su pasión por el reportaje, dejó la Costa Caribe y llegó a Managua, donde estudió derecho y, posteriormente, comunicación.
“A mí me tocaba, por ejemplo, cubrir temas de narcotráfico, temas de propiedades, temas que eran muy espinosos. Por ejemplo, los robos de propiedades, la deforestación de árboles, y esos temas casi a nadie le gustaba tomar porque era muy riesgoso”, recuerda la periodista nicaragüense, quien además señala que cuando se enfrentó al cubrimiento del huracán Félix, denunció robos de parte de las autoridades que le costaron amenazas.
Después trabajó en Radio Corporación y la revista Conexión Caribe, durante 15 años, publicando informes sobre “lo que pasaba en el Pacífico, dentro del país, temas políticos, temas de propiedades, temas que realmente pues molestaba mucho al gobierno de Daniel Ortega. Eso pues, llevó a una cacería, diría yo, intento de homicidio, amenazas y constante llamadas e, incluso, habían simpatizantes del Gobierno que llamaban a la estación de radio, amenazándome de que hasta me iban a mutilar la lengua”, recuerda.
A raíz de la investigación sobre la expropiación de tierras que sufren los indígenas de la Costa Caribe, tomadas por los denominados "colonos", haciendo referencias a exsoldados y paramilitares enviados por el gobierno de Daniel Ortega y “los atropellos que el gobierno” contra el pueblo, Marisol dice que han intentado amedrentarla: “No hay libertad de expresión, no hay algo que diga nosotros vamos a plantear nuestras ideas y vamos a dar a conocer porque no es permitido”.
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Para Balladares “defender la verdad es algo que cuesta hasta con la muerte. Defender a las personas más vulnerables para el Estado es como un delito muy grave. Acusar con nombre y apellido de que están siendo expropiados por gente que son enviados del mismo Gobierno (…) eso es un delito grave (...) y se debe seguir denunciando ante la comunidad internacional”.
Larga travesía
A pesar de sufrir una constante persecución, Marisol había soportado su situación que la llevó a vivir incluso fuera de su casa y a trasladar a su hija a otro lugar. Pero su paciencia llegó hasta que un día, su hija, Gloria Elena Escorcia Balladares -quien también es periodista y fue una de las estudiantes que se sumó a las protestas contra el Gobierno- fue a cambiar dólares y autoridades de Managua la detuvieron por tener una cantidad de supuesta dudosa procedencia, contó Balladares a la VOA.
“Mi hija estuvo dos horas detenida. Le tomaron fotografía, la manosearon, la tenían casi desnuda, sin nada. La fotografiaron así, el dinero fue también fotografiado”. Aunque recuperó su plata, se sentía insegura, no podía dormir y la zozobra la afectada cada día.
Así fue que el 14 de julio decidió salir de Nicaragua en busca de nuevas oportunidades. Varios han sido los tropiezos, expone. Llegó a Honduras, donde le ayudaron con permisos para moverse hasta México. Pero, en dicho país, fueron retenidas por no contar con un permiso para circular: tras pagar una multa, consiguió un documento de tránsito.
Pasaron por Veracruz, Villa Hermosa, Tijuana, Acapulco, entre otras ciudades, hasta llegar a Monterrey, donde explica que ha vivido una de las situaciones más duras: permanecieron durante 14 horas en un bus rodeado por reclutadores de carteles, en una zona bastante insegura. Pero no fue lo único, en otra localidad, tuvo que pagar por su seguridad, hasta llegar el 22 de julio a Estados Unidos.
“Traspasamos toda esa travesía y pasando a las doce y media, nosotros ya estábamos en territorio de Estados Unidos y pasar esa selva fue también espantoso porque una de la mañana, lloviendo, la luna estaba llena. Y escuchar al fondo la selva, los coyotes, a tigres y a mí se me pararon los pelos”, dijo Marisol a la VOA, refiriéndose al paso por el Río Colorado y la selvas cercanas para llegar a territorio estadounidense.
Balladares explicó a los agentes de inmigración su situación y su aspiración de solicitar refugio en Estados Unidos, a causa de la persecución política. Sin embargo, tras ser identificadas y trasladadas a un espacio para tomarle fotografías y huellas digitales, Marisol dice que las autoridades las dejaron por tres días en el denominado ‘Congelador’, un lugar frío donde no habían medidas de bioseguridad y donde vivió un episodio de hipotermia.
Posteriormente, fueron trasladadas a El Paso, Texas: “Nos trasladaron, nos pusieron unas esposas en las manos, en los pies una cadena y en la cintura amarrada en un avión”, cuenta Marisol.
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Tras la travesía, la periodista llegó con su hija a Ciudad Juárez, en México, donde según cuenta, fueron amenazadas en dos oportunidades, debido a la inseguridad del área y desde donde fue “rescatada” por una colega.
Marisol vive actualmente en un asilo de ancianos donde lava baños y ayuda con los quehaceres de los inquilinos, mientras espera una respuesta positiva de sus abogados para que atiendan sus peticiones sobre “una posible visa humanitaria”. Incluso valora la posibilidad de solicitar refugio en Canadá, aún sin pensar si volverá pronto a los anhelados micrófonos.
Eso sí, asegura que de hacerlo, por ahora será fuera de su país.