"Hay bases para una democracia de verdad en Nicaragua": Gioconda Belli
Gioconda Belli (Managua, 1948) pertenece a los llamados sandinistas históricos en Nicaragua. Los que protagonizaron la revolución que en 1979 acabó con la dictadura de Anastasio Somoza, llevó a la guerrilla del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) al poder y a Daniel Ortega a la presidencia. Esa experiencia romántica en las filas del sandinismo la ha dotado de un excepcional punto de vista como mujer poetiza y novelista. Hoy es una de las autoras más reconocidas de América Latina y una de las críticas más fuertes de quienes fueran hace casi cuatro décadas sus compañeros de lucha: el presidente Daniel Ortega y la primera dama y vicepresidenta Rosario Murillo.
Desde el 18 de abril, han muerto más de 300 personas en Nicaragua. La brutal represión ha detonado el descontento contra un gobierno de 11 años durante los cuales, como lo advertía Belli y otros intelectuales, fue cerrando los espacios democráticos y cocinando a fuego lento las condiciones para el escenario de hoy: una oposición que, a diferencia de la revolución sandinista, protesta sin armas. Una pareja presidencial que luce aislada y desconectada de su pueblo, a la que incluso se le voltearon los empresarios que la habían soportado en silencio. Una iglesia que protege en las calles a la sociedad civil y está mediando en el diálogo entre el gobierno y la opositora Alianza Cívica por la Justicia y la Democracia, para encontrar una salida del orteguismo y transitar hacia la democratización del país.
-Usted luchó junto a Daniel Ortega y Rosario Murillo durante la revolución. ¿Qué tiene que ver esa pareja que hoy está en el poder con la que usted conoció?
Estamos frente a un hombre que ha tenido poder durante muchísimo tiempo, que no tiene idea de cómo existir sin eso. Ella, una mujer que ha sabido llevar a ese hombre al poder y ha sido instrumental con todo el rediseño del Frente Sandinista, su conversión al catolicismo, sus colores distintos. Ella hizo una reingeniería del sandinismo, lo convirtió en una cosa bien extraña que mezcla la superstición, la religión, lo hippie, la poesía, la retórica. Es soñadora, utópica, mesiánica, cree que está hecha para salvar al pueblo y vive en una realidad que no se ajusta del todo a ese discurso.
Él también, aunque por sí solo creo que no hubiera llegado a donde está. El hecho de tenerla como cómplice y facilitadora le ayudó. Él no es muy organizado, es más bien lumpen, estuvo preso muy joven y pasó sus años formativos en la cárcel. Siete años. No se formó más que en los manuales de marxismo leninismo que había en prisión. Tiene, sin embargo, una gran habilidad para generar intriga. Sabe manejar las contradicciones de la gente, dividir. Tiene una gran astucia, más que sabiduría política.
Entonces, tenemos esta conjunción de personalidades tan complejas. Esta misión que ellos sentían que tenían de salvar al pueblo de Nicaragua está combinada con una especie de ceguera, de no ver cómo chirriaba su discurso con la realidad. Claro, la gente los aclamaba, porque les estaban dando prebendas, con todos los millones de dólares que Venezuela puso y ellos administraron de manera discrecional. Tuvieron como nadie la posibilidad de cultivar una clientela grande y crear una ficción. Parte de lo que hizo Rosario Murillo con los árboles de la vida, los colores, los parques, era un decorado. Decoró con esa exageración alucinante que tiene.
-Pero de repente los aclaman menos, más bien parecen un enemigo del pueblo por la represión a las protestas en las calles…
Llegó un momento en que esa táctica que habían estado usando no funcionó más. No era la primera vez que la usaban. Yo he sido víctima de los antimotines en previas manifestaciones. Te quieren golpear, te tiran piedras. Ya había antes ataques a los muchachos que estaban protestando en la Universidad Centroamericana por el incendio de la reserva Indio Maíz. Para cuando comenzaron las protestas del 18 de abril ya estaban movilizados. Fue realmente horrible cómo les pegaron ese día. Y fue de día, todo está filmado, a diferencia de lo que pasó en las protestas de Ocupa INSS hace cinco años, que fue de noche. Esta vez, la violencia empezó a enardecer a la gente. Al día siguiente empezaron a matar estudiantes y la protesta fue in crescendo.
-¿Qué ha visto en estos dos meses largos de protesta?
Mi primera reacción fue una gran sorpresa. Aunque se venían acumulando los abusos y atropellos a la Constitución y a la institucionalidad democrática por parte de Daniel Ortega, existía una especie de inercia en la población. Hubo un gran trabajo de parte de mucha gente, de estar denunciando todos esos abusos. Por ejemplo, fui miembro de un grupo que se llamaba el Grupo de los 27, en el que hacíamos conferencias de prensa, hablábamos con la gente sobre lo que pasaba en Nicaragua. Lo que ha pasado no lo veíamos venir, pero se estaba cocinando a fuego lento, era la explosión social. Es interesante que esto sucedió desde el sector de los estudiantes, que habían sido criticados por ser apáticos, pero resultaron ser los que tomaron la batuta.
-Da la impresión de que hay dos versiones de Nicaragua: por un lado, la de la calle, donde hay represión policial y parapolicial contra población civil; y por el otro lado la que pinta el gobierno, donde se trata más bien de “bandas delincuenciales” actuando en contra del Estado. Esas dos visiones se encuentran esas en una mesa de diálogo, ¿le genera alguna esperanza?
Por la situación de la calle, veo que puede haber entendimiento y acuerdo. Sin embargo, creo que ese diálogo lo convocaron en primer lugar para perder tiempo. Pensaron que iban a solventar esta rebelión rápido. Pero el hecho de que haya tardado tanto, que la gente siga haciendo tranques, los tiene totalmente desconcertados. Entonces, aunque ahora no admitan nada, están empezando a ver que van a tener que negociar. Y lo noto porque ahora han cambiado su posición a una ofensiva de negar todo. Hace un mes no negaban todo, pero de repente llaman al Frente Nacional de Trabajadores, empiezan a convocar a su gente, a mandarla a los barrios, a trabajar en una ofensiva que empezó con la segunda mesa de diálogo. Vimos el discurso del canciller nicaragüense en la OEA, un discurso diciendo que ellos son libres de culpa y construyendo un enemigo.
-Los esfuerzos de la oposición y de los organismos internacionales parecen encaminados a que esto no se alargue indefinidamente como sucede en Venezuela: múltiples intentos de negociación mientras el gobierno mantiene su discurso de víctima, aumenta la represión y empeora la situación general del país…
Creo que la diferencia entre Venezuela y Nicaragua es que los venezolanos han vivido la democracia. Saben lo que es, lo entienden, es parte de su cultura. Nosotros no. Apenas empezábamos a entender lo que era una democracia después de los 16 años neoliberales, y todo se acabó con Daniel Ortega. La reacción popular no es estar esperando que les resuelvan el problema constitucionalmente, en la Asamblea Nacional. Aquí la gente ve que si no resuelven ellos, nadie les va a resolver. No creen en la legalidad, la democracia. Quieren la democracia, pero los instrumentos democráticos que han tenido Ortega se los metió en la bolsa.
Ortega cambió la Constitución muchas veces para hacerla a su imagen y semejanza, como le convenía a él para su proyecto de poder, sin consultar con el pueblo, con una Asamblea que logró a través de un gran fraude electoral para lograr una mayoría absoluta del 63%. ¿Cómo va a creer uno en esa Constitución? Aquí la gente confía en su propio poder, por eso desafía a Ortega de esta manera.
-Desde afuera, Ortega tiende a verse dentro del sandinismo y el sandinismo como una fuerza homogénea. En Nicaragua, sin embargo, se habla más bien de orteguismo. ¿Cuál es la diferencia entre orteguismo y sandinismo?
La diferencia es el ejecutor del sandinismo, más que el sandinismo propiamente. El sandinismo fue un mélange de esta figura heroica de la cual toma su nombre, César Augusto Sandino, que era un antiimperialista que creía en las cooperativas, que no era absolutamente comunista, pero tenía ideales socialistas. Era una mezcla. El sandinismo fue como una cajita donde la gente metió lo que quería, ajustándolo a su propia interpretación de la historia y la coyuntura. Cuando el sandinismo peleó contra Somoza, era clarísima su identidad, una identidad anti dictatorial, anti imperialista, por una economía mixta, en la que pudiera existir la empresa privada. Y teníamos lo que se nacionalizó de Somoza, que era el 60% del país, se podía empezar como una economía popular.
El orteguismo es otra cosa. Toma el legado del sandinismo, que no era de él. Nos usurpa a todos los que habíamos luchado contra Somoza. Usurpa todo el legado de los símbolos, los colores, la música, y lo llena de su propia agenda. Busca enmendar un poco los errores que se cometieron en los 80 de querer nacionalizar, de confiscar, de hacer cosas más radicalmente de izquierda, y trata de hacerse a una izquierda mucho más moderada, en la que el discurso es de izquierda pero el contenido sigue siendo neoliberal y ahí se aplica su alianza con la gran empresa privada.
-Esa ruptura de los empresarios es uno de los elementos más importantes que cambió el panorama político y económico. ¿Por qué se dio después de una década de alianza con el sector privado?
Es como la novela de la muchacha y el hombre poderoso. No es que los empresarios estaban enamorados de él, sino que lo estaban aprovechando. Eran gold diggers. Estaban buscando lo que Ortega les podía ofrecer. Ortega se enamoró del brillo del oro y ellos se enamoraron de él porque les daba más oro. Pero una cosa era aprovechar a Ortega y otra comulgar con él. Cuando se dan las protestas, como en el fondo de su corazón los empresarios son la antigua oligarquía nicaragüense que nunca estuvo con el sandinismo, su relación se rompe. Cuando se rompe el vínculo del pueblo, que ellos creían que amaba a Ortega, entonces ellos también pueden sacar su verdadero sentimiento con relación al presidente.
-En la mesa de diálogo, frente al Gobierno hay una alianza opositora que combina demasiados intereses y que tiene un enorme reto de permanecer unida y organizarse políticamente. ¿Lo ve viable?
En toda América Latina este es un fenómeno sin precedentes. Aquí se van a barrer los partidos tradicionales, que en realidad solo eran títeres, partidos de membrete. Hay una puja por la horizontalidad dentro de la gente más joven que ya no quiere esos partidos, en eso se parece a un movimiento que se ha dado en Europa y otros lugares, con la noción de que los partidos tradicionales ya no responden a las expectativas y la manera en que se quiere organizar esta nueva generación.
Creo que va a surgir algo diferente. Aquí hay mucha gente inteligente y capaz, pero los van a retar. Va a haber un reto de encontrar una forma de organización que no va a satisfacer a todo el mundo, pero sí a un grupo lo suficientemente cohesionado y con peso para lograr el poder en unas elecciones y reformular realmente el estilo de la democracia que queremos. Más que una democracia burocrática, la veo a partir de una autonomía municipal, universitaria, una serie de autonomías a nivel popular, que le den poder al pueblo pero de verdad, no en una ficción.
Aquí hubo una ley de autonomía municipal maravillosa que Ortega acabó. Estaba empezando a funcionar de manera fantástica. Hubo municipalistas, gente que trabajó duro por esa ley. Unos venían del sandinismo, otros no, pero durante el gobierno de Enrique Bolaños (2002-2007) esa ley les daba un poder enorme a las municipalidades. Pienso que se puede volver a esa ley y hay bases para empezar a crear un sistema diferente. Es un reto, porque hay cabezas calientes, gente que aún tiene la visión de la izquierda tradicional un poco leninista y peligrosa.
-¿Cree que el Frente Sandinista de Liberación Nacional pueda continuar como partido?
Va a continuar, pero esto ha sido su lápida. Yo siempre he sostenido que soy sandinista porque tengo el romance de lo que viví cuando era joven y lo que significó el sandinismo en Nicaragua. Pero ahora veo a la gente quemar la bandera del sandinismo. Me da una tristeza profunda que esta gente en el poder haya destruido lo que significó el sandinismo anti somocista. Hubo muchos errores que se cometieron, estos años han sido importantes porque los que estuvimos en ese tiempo nos hemos dado cuenta de que abusamos bastante y también estábamos enamorados de nuestra propia idea de la verdad. Reconozco a la gente que está resentida con el sandinismo y creo que el Frente se va a ir convirtiendo en un partido cada vez más pequeño.
-Hace un año nos entrevistamos en Bogotá, cuando no se sospechaba un estallido de la violencia como el que vemos ahora en Nicaragua. Pero usted dijo que Ortega, al cerrar el espacio democrático, estaba llevando a su país a condiciones que fueron las que motivaron la lucha armada, y que volver a eso sería terrible. ¿Hoy hemos llegado a esas condiciones?
Es el mismo escenario. Cuando te cierran la vía electoral, lo cual es notable por la abstención, porque la gente no cree, porque los partidos son títeres, sabes que te quedaste sin opción política. Estalla el descontento si no tienes posibilidad de cambiar por las vías normales. Eso fue lo que pasó cuando Somoza.
-¿Entonces es viable que la oposición se arme otra vez?
Tal vez aparecerán algunas armas. Pero yo, que fui parte de la armada de este pueblo, sé que armarse es bien complicado. Habría que ir al mercado negro, conseguir armas, conseguir dinero, meterlas al país, no lo puedes hacer en tres meses. Aquí la gran fuerza que tenemos es precisamente que se trata de una resistencia ciudadana, pacífica, en la que nadie está entrenado, no trabaja en células, no hay un entrenamiento de clandestinidad. Entonces no hay manera de armarse si no salimos del problema con estas manifestaciones pacíficas y el debilitamiento que está sufriendo Ortega. Con cada persona que muere, él se debilita. Ya empezaron a renunciar ocho fiscales, van a empezar los empleados públicos. Se irán quedando solos. Esa es mi predicción.
-Dentro de la oposición hay al menos dos vertientes: los que están en la calle y quieren la salida inmediata del presidente, y los que creen que es mejor esperar y aguantar con Ortega hasta unas elecciones anticipadas, probablemente en marzo de 2019. ¿En cuál vertiente se ubica?
Al mismo tiempo que pienso que va a ser muy difícil estructurar unas elecciones con él a la cabeza del Estado, también pienso que es muy difícil echarlo sin estar armado. Los 8 meses de resistencia cívica en la calle hasta las elecciones van a costar un montón de gente muerta. Si realmente se mete la OEA, la ONU, y aprueban supervisiones, prefiero pasar los 8 meses en ese tipo de lucha cívica, pidiendo que quienes van a estar en el Consejo Supremo Electoral no sean los mismos de Ortega, etc. Es una lucha distinta, no es solo estar aguantando para que se vaya. Veo muy complicado que la presión llegue a tal punto que lo obligue a salir antes de elecciones. Y como no tiene ningún otro interés en la vida, más difícil. Donde está tiene qué comer, en un complejo donde no le va a faltar nada y ahí va a seguir jugando Risk y teniendo una guardia pretoriana que lo defiende. Eso pienso, pero también corremos el riesgo de que hagan lo que van haciendo hasta ahora: el cinismo, la negación, el engaño. No hay una salida fácil.