Diario La Prensa destaca: El calvario hacia el exilio de Leticia Gaitán, periodista de 100% Noticias, perseguida por el régimen de Ortega
A un año de la ocupación policial y robo que ordenó la dictadura de Daniel Ortega de las instalaciones de 100% noticias, https://www.laprensa.com.ni/ presenta el testimonio del exilio de la periodista Leticia Gaitán, quien huyo a Costa Rica, luego del asalto armado al medio de comunicación independiente, así como el encarcelamiento de Miguel Mora y Lucia Pineda Ubau.
Franklin … ha llegado a la frontera con su hijo Benjamín en brazos. El niño tiene dos años y medio y luce ajeno al nerviosismo de su padre. Franklin es un muchacho de ojos redondos y pequeños, nariz alada y cabello rizado. Ha decidido salir de Nicaragua. “Ya no puedo seguir aquí”, aclara.
Nicaragua y Costa Rica comparten una frontera terrestre de aproximadamente 290 kilómetros. En varias zonas tiene cruces ilegales, comúnmente llamados “puntos ciegos”. A uno de estos ha llegado Franklin. Está a punto de convertirse en uno más de los miles de nicaragüenses que se han visto forzados a dejar su país en el contexto de la crisis. La incertidumbre por lo que pueda pasarles en el camino lo pone nervioso.
Un hombre se le acerca. Es el “coyote” que le recomendaron. Cobra 60 dólares por pasar personas burlando a las autoridades de Migración, militares y policías. Nunca había visto su cara. Quiere que le explique el camino y le aclare de los peligros. El tipo se lo puso sencillo. Como si se trata de dar un paseo por el parque. Le dijo que sería rápido y sin sustos. La breve conversación, sin embargo, lo dejó más nervioso. No cree que sea tan sencillo como se lo pintó el coyote:
—Vamos a caminar por vereda. Vamos a bordear el puesto de Migración —explicó el coyote.
—Son como 20 minutos caminando. —Voy con el niño, ¿qué digo si me paran? —preguntó Franklin con preocupación.
—Es su hijo, así que si nos paran enseña la partida de nacimiento —respondió y después echó un vistazo a su celular, desde donde negocia el precio con otros clientes antes de quedar el día y la hora del cruce.
—¿Le pago ahora o cuando hayamos cruzado? — dijo.
—Me paga hasta que hayamos cruzado a Costa Rica — indicó el coyote, que al ver que no había más preguntas se fue a esperarlo unos metros más adelante, dándole unos minutos a Franklin para que decidiera empezar. Darle su tiempo para que agarrara fuerzas. Esa que se necesita para tomar un riesgo de este tipo, en estos tiempos en que el régimen de Daniel Ortega mantiene una despiadada cacería, se mantiene en el poder a punta de plomo y que ha provocado una masiva huída de personas.
Franklin empieza a caminar con Benjamín en brazos sobre un camino de tierra. El coyote va a su lado y le ayuda a cargar dos de las cuatro maletas. Toda su pertenencia en este viaje de angustia son esos cuatro bolsos. Atrás deja a su madre, sus hermanos, amigos, un carro que no ha terminado de pagar, ropa, juguetes del niño y su trabajo de contador. “No había tenido tiempo para pensar todo lo que dejo con este viaje, hasta ahora que estoy a punto de cruzar”, reexiona.
Es un desplazamiento forzado. Si pasa con éxito al otro lado, empezará de cero. Como otros miles de nicaragüenses que se fueron al exilio en el contexto de la represión que ha desatado la dictadura de Daniel Ortega en Nicaragua.
El punto ciego está en las narices de Migración de Nicaragua, un edicio donde los ociales de Migración sellan pasaportes y revisan maletas, aparentemente ajenos al cruce ilegal que se produce a solo unos metros a la derecha. Cruzar la frontera por “punto ciego” es adentrarse en una especie de mercado persa, anquear puestos de comida de donde se percibe el olor a la carne asada y cerdo frito, pasar al lado de un grupo de personas que cambian córdobas y colones y matan el tiempo haciendo bromas, para vislumbrar la vereda, tupida de árboles.
“Pensaba que el camino era más desolado”, piensa Franklin mientras ve que en cambio está invadido por una romería de gente va y viene sin parar, en silencio y con prisa, cargando maletas en sus cabezas como se hace con un canasto de frutas, con mochilas al hombro. Exhaustos por la travesía ilegal y viendo de reojo a todos lados, desconando hasta de su propia sombra.
Es casi mediodía y el sol aplasta. Quema. También es el momento crucial de Franklin, quien vino con ropa cómoda: una camisa tipo Polo con rayas horizontales azul y blanco, jeans azul y unos zapatos deportivos. Por si tiene que agilizar el paso, o correr. Y es que “cualquier cosa puede pasar”, pensó cuando se alistaba esta mañana. Camina en silencio pero su cabeza es un hervidero de pensamientos. Suspira constantemente. Para que ese cóctel de sensaciones no lo congelen mientras da el paso, empieza a orar. Es un hombre creyente y por eso se encomienda a Dios. “Te pido que todo nalice bien”, repite en su mente.
Benjamín, que suele ser inquieto cuando está fuera de casa y grita si no le complacen con algo que quiere, hoy ha pasado tranquilo. Casi no habla y la mayoría del tiempo se entretiene con su juguete favorito: un dinosaurio. Trató de armar berriche cuando iba rumbo a la frontera pero se calmó después de asomarse a la ventana del vehículo en que viajaban. Los árboles que aparecen en la carretera fueron su calmante.
Un día antes de que Franklin y Benjamín intentaran cruzar por punto ciego, a 514.7 kilómetros de Managua, en San José, la capital costarricense, Leticia Gaitán partió con dos camisas, dos pantalones y una gorra en una mochila. Días atrás se enteró que un viejo conocido viajaría desde San José hasta Liberia, a solo 77 kilómetros de la frontera de Peñas Blancas. No vaciló en pedirle ayuda y él tampoco se la negó.
El automóvil partió al alba de aquel día. En el interior del vehículo, la música tenue y hasta ceremoniosa sonaba: “Dejó caer en mi arena sus pies… fuimos casi un muro casi viento casi sal, fuimos casi nada y todo de una sola vez, todo de una sola vez”. Durante algunos ratos la tonadita sube de volumen y luego el silencio anunciaba el inicio de una conversación.
—Y entonces, ¿estamos listos? — dice él.
Ella respira profundo y asiente con la cabeza. “Cuando yo crucé mi papá me pintó el pelo”, relata mientras se ríe. Leticia, una de las periodistas más populares durante las protestas en Nicaragua, salió huyendo de su país en la víspera de la Nochebuena del año 2018 después que el régimen de Daniel Ortega allanó el canal 100% Noticias, el medio de comunicación donde trabajaba, y encarceló a sus jefes Miguel Mora y Lucía Pineda Ubau-actualmente liberados. Ahora. Leticia es una más de los 68 periodistas nicaragüense en el exilio.
Mientras el vehículo avanza ella cuenta que cambió de casa cuatro veces durante los dos primeros meses de su exilio. Ingresó a Costa Rica ilegal, también por un punto ciego, aunque en la travesía se topó con ociales del Ejército de Nicaragua quienes – aparentemente– realizan un registro paralelo al control migratorio.
“Cuando me vine estuve viviendo en la casa de una tía lejana, yo ni la conocía”, dice la joven. Su tía se vino de Nicaragua en los años ochenta durante el primer mandato de Daniel Ortega y “odia a los sandinistas porque la hicieron vivir la guerra”. La casa de su pariente está fuera de San José y el ambiente era tenso. “Ella me decía que yo estaba loca por querer seguir ejerciendo el periodismo, que por eso estaba como estaba”, relata.
Tres horas después el sol comienza a elevarse en el trópico costarricense y al llegar a Liberia el automóvil se detiene en un restaurante de comida rápida ubicado junto a la carretera. En este país el gallopinto lo preparan con frijoles negros y las tortillas las compran en los supermercados. “Aún no me acostumbro”, dice Leticia, mientras toma un sorbo de café negro.
Después de desayunar el amigo tiene que ir a su reunión, pero antes le pide a otro que lleve a Leticia a un hotel. Para ella el tiempo en el hospedaje es una eternidad, está pendiente del teléfono, envía mensajes de voz, revisa las noticias, las redes sociales.
Solo se oyen los pasos secos de Franklin y el coyote cuando pisan la maleza. Todavía caminan del lado nicaragüense y la angustia le sigue apretando la garganta a Franklin. “Tengo que seguir”, piensa mientras Benjamín sigue quieto, con la cabeza arrimada al hombro de su padre.
—Ánimo, todo va a salir bien — le alienta el coyote — ya verá que no va a haber problema. Cerca del nal del lado nicaragüense están los militares haciendo de ociales de Migración. Después empieza el territorio costarricense. Franklin observa que todos los migrantes que van o vienen, lo hacen sin problemas. Que nadie muestra nerviosismo. Como si fuera legal. “No veo a nadie teniendo problemas”, piensa y alivia a sus tribulaciones.
Ya están frente a los militares. Sacan de la bolsa pequeña de una maleta la partida de nacimiento de Benjamín. Los soldados le echan una mirada sin mostrar interés y listo. Pueden pasar. Retoman el paso y Franklin siente que ha vuelto a la vida. Que Dios no lo ha dejado solo, que escuchó todas sus plegarias.
Ahora se han internado en una nca tica. El coyote se encarga de ver si no hay ociales de Migración de Costa Rica. Ve a un lado, al otro. Al frente. “Es mejor esperar unos minutos”, asegura. Bien podríanser pillados por la Migra y ser devueltos a su país. Existe esa probabilidad, pero Franklin está tranquilo. Sereno. Ni la sombra de cuando empezaba el camino. Tiene una sonrisa en su rostro ahora lleno de vida. Feliz. “Es el momento”, dice el coyote y en seguida retoman el paso.
El día más esperado para la joven periodista ha llegado. Su familia está cruzando la frontera y ella estará ahí para recibirlos. Liberia se localiza a una hora y seis minutos del puesto fronterizo de Peñas Blancas y desde las 10:00 de la mañana va, otra vez con el amigo rumbo a la frontera, donde se abraza Nicaragua y Costa Rica, y donde ella pretende hacer lo mismo con su esposo y su hijo.
El vehículo avanza velozmente y Leticia relata que lo más difícil del exilio es “dejar todo atrás” porque “a tu familia, a tus amigos no te los puedes traer en una maleta” y peor aún es saber que no puede regresar mientras no haya un cambio de gobierno en Nicaragua.
Ya cerca de la frontera los nervios la hacen titubear. Recuerda que el día que ella cruzó la línea entró en un monte del lado nicaragüense y salió a través de una nca costarricense, pero su memoria le falla momentáneamente y no tiene idea de cuál de todas las ncas es por donde saldrá su familia. Toma el teléfono y llama al coyote, el mismo que la cruzó a ella, pero no es capaz de entender las instrucciones.
El amigo le sugiere que llame nuevamente al coyote. Ella acata automáticamente pero continúa confundida. Él le pide que lo comunique y Leticia le pasa el teléfono. Después de unos segundos el amigo sabe cómo llegar hasta el punto indicado.
Cuando el vehículo se estaciona en el lugar indicado, Leticia tiene una sonrisa dibujada en el rostro. “Siento que se me va a salir el corazón”, dice. A unos veinte metros vienen caminando Franklin con su pequeño Benjamín en brazos, acompañado por el coyote, que pese a ser un trayecto no más de 30 minutos le ha dejado el ritmo cardíaco como si hubiesen sido kilómetros.
La joven baja del vehículo apresurada y camina con prontitud para abrazar a Benjamín, lo besa y lo carga entre sus brazos, pero él apenas la mira. Franklin trata de disimular sus emociones, ella coloca al niño en el suelo para abrazar a los hombres de forma colectiva.
Mientras los adultos se abrazan y lloran sus penas sin importar que llueve fuego, Benjamín salta sobre las piedras que hay en el camino. Su madre lo llama pero él la ignora y continúa jugando. Como si no la conociera. Hace dos meses se habían separado. Leticia tuvo que huir para estar a salvo. Pero hoy es un renacer para la familia. Está unida, refugiada en Costa Rica. Tratarán de retomar la vida allá, a esperas de regresar cuando en Nicaragua haya un verdadero cambio.
Tomado de La Prensa
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