Suicidios, estrés postraumático y ataques de pánico, trastornos mentales que ha dejado la crisis en Nicaragua
Por Fabián Medina SánchezCarlos Fornos tenía 22 años. Fue uno de los miles de jóvenes que en abril de 2018 salieron a las calles a protestar contra el gobierno de Daniel Ortega, y de quienes en algún momento pensaron se estaba a punto de tumbar a lo que desde entonces se comenzó a llamar “dictadura”.
Hubo marchas callejeras que reunieron a por lo menos medio millón de personas y unas 180 barricadas o tranques en calles y carreteras paralizaron el país. La respuesta de Ortega fue brutal. Armó un ejército de paramilitares que junto con policías dispararon a matar contra las personas que estaban en las barricadas y carecían de medios para defenderse, hasta desmontarlas una por una. El saldo fue de al menos 327 muertos, según las cuentas de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), unos mil presos políticos y cerca de cien mil nicaragüenses que marcharon al exilio en busca de seguridad para sus vidas.
Fornos fue uno de miles que se fueron al exilio a vivir en condiciones marginales, principalmente en Costa Rica, país vecino al sur de Nicaragua. Recientemente regresó a Nicaragua a buscar cómo reanudar su vida. Sus compañeros de lucha del Movimiento 19 de abril (M19)) reportaron que el joven habría “estado en depresión en los últimos días” y se suicidó la madrugada del miércoles 15 de enero pasado.
“Nos dolemos por ti Carlos, así como por Valentina, así como otros que tomaron tal fatal decisión, apenas tenías 22 años, en mayo 18 cumplías 23 años, eras estudiante, eras un hijo predilecto, nos duele a tu familia y al pueblo azul y blanco este acto”, escribió el M19 en su página de Facebook el día que anunció su muerte.
Al menos cuatro jóvenes, vinculados a las protestas contra el régimen de Daniel Ortega se han suicidado en este último año.
La respuesta de Ortega a la demanda ciudadana que exigía un cambio de gobierno no se quedó en el desmantelamiento de los tranques ni en el apresamiento de centenares de opositores. Desde julio de 2018, Nicaragua vive un estado de sitio de facto, donde está prohibida cualquier manifestación de protesta, existe un constante asedio contra los hogares de los opositores más conocidos, y la policía patrulla las calles y mantiene presencia en algunos puntos de las ciudades como si el país viviese una guerra.
Más allá de los asesinados, presos y exiliados, está también el saldo en trastornos mentales del cual poco se habla, y sobre el que sicólogos han venido tocando la campana de alerta desde hace varios meses.
Una reciente encuesta sobre “afectaciones socioemocionales” de la Fundación Nicaragüense para el Desarrollo Económico y Social (Funides) reveló que el 62.5 por ciento de los encuestados dicen sentirse más angustiados ahora que hace dos años. Las afectaciones más marcadas son, según el estudio, trastornos de sueño, ansiedad, desesperanza, depresión, falta de apetito, crisis nerviosa y ataques de pánico, entre otras.
“A partir de abril 2018 hubo un cambio radical, del que nadie se escapa, ni los que están fuera”, afirma la sicóloga Auxiliadora Marenco. “Y cuando hablo de los que están fuera me refiero a los que se fueron hace mucho, no por la crisis, y tienen como un voltión de 180 grados, donde emocionalmente hay un golpe profundo que afecta a nivel de depresión, insomnio, ansiedad, preocupación, de incerteza, que tiene que ver no solo con los muertos o los encarcelados sino también con el futuro”.
Según la sicóloga, el nicaragüense en general se pregunta: “¿Y cómo es que yo no vi que esto estaba tan mal? ¿Cómo es que estábamos en manos de un gobierno asesino? ¿Qué va a suceder ahora si no tenemos control, certeza, de nada de lo que va a pasar?”
Yessenia Paz Aragón es sicóloga de la Comisión Permanente de Derechos Humanos (CPDH) y atiende casos persecución política, detención ilegal, tortura, secuestros y violencia intrafamiliar entre otros. Dice que en 2019 atendió entre 100 y 150 de estos casos.
“La mayoría de los pacientes presentan trastornos mentales como ansiedad, depresión, estrés postraumático, sensación persecutoria, trastorno de sueño y descontrol alimenticio”, dice. “Estas personas tienen vivencias mediante imágenes, recuerdos, el famoso “flash back”. Tienen diferentes estados emocionales y sucumben a la depresión”.
Dice la sicóloga que algunos de los pacientes que estuvieron presos, intentaron suicidarse cuando estuvieron en la cárcel, y si bien la mayoría ya no tiene esas ideas, alguno sí “porque probablemente no tienen el apoyo de la familia, tienen problemas de pareja, tienen que mudarse a otro lugar o a otro país, la mayoría no trabaja y vive del apoyo de la familia o amistades”.
En tres de los casos que ha atendido esta profesional, los pacientes se lesionaban los brazos y cuellos en la cárcel y en otro, un joven tomó muchas pastillas pero “solo lo dejaron sedado”. “Probablemente hay muchos casos pero no les gusta decir”, expresa.
“La población en general sufre de alguna manera”, considera Paz Aragón. “Desde el temor de salir a la calle, la inseguridad en todos los sentidos, saber que probablemente sus derechos no valen nada, y muchos de ellos están tomando su propio control. Muchos de estos jóvenes han perdido sus estudios, se ven si futuro, sin metas”.
Auxiliadora Marenco recuerda que “cada persona, según su historia, según su origen, según el asunto que lo afectó, responde de diferentes maneras, aun cuando sea mayor o menor el nivel de exposición al que ha estado sometido”.
“No se puede hablar en términos generales por dos razones: una, porque cada quien tiene su propio código de respuesta al estrés y a la tensión que produce la situación; y dos, porque no todo mundo se ha visto afectado de la misma manera. Hay gente que se ha visto afectada económicamente que pudiera estar peor que los que se han visto afectados porque han estado encarcelados o han estado siendo perseguidos”, explica.
“Hay unos que están como en un estado de alerta, otros tienen trastornos digestivos, depresión, y se tiene que seguir funcionando porque hay que conseguir los frijoles (comida), en una depresión larvada que solo se manifiesta en determinadas conductas: pensamiento pesimista, como por ejemplo, “nada vale”, “nada sirve”, “nada me interesa” o en insomnio o en cambios de humor. Se ponen muy irritables, están molestos con todos, se están peleando mucho, están castigando a los niños, son muy poco tolerantes a las frustraciones, al tráfico, a las frustraciones de la vida cotidiana”.
Marenco añade que las consultas al sicólogo han aumentado en Nicaragua pero los pacientes no conectan que muchos de sus problemas tienen que ver con la crisis como detonante. “Es como si la crisis impactara en la vidas de una manera indirecta y el motivo de la consulta no es “estoy deprimido por la situación”, sino que “me estoy divorciando”, “no aguanto más”, “ha aumentado el índice de alcoholismo”, “ha aumentado la actitud agresiva”. ¡Las parejas se están peleando de una forma terrible! Y detrás está una depresión, está ese temor al futuro o que uno de los dos está sin trabajo y el que está trabajando le echa en cara al otro que está sin trabajo”.
Advierte que las redes sociales “deben ser analizadas de una manera más concienzuda porque muchas veces alteran el estado de ánimo cuando pasan noticias falsas, suposiciones, deducciones o alguien juguetea con una noticia. Las redes sociales son muy delicadas y están en manos de cualquiera”.
En 2018, el año que inició la crisis sociopolítica de Nicaragua, se registró un incremento del 12 por ciento en los suicidios, con respecto al 2017, según los datos de la Policía Nacional.
“Algo muy importante es que probablemente ellos tenían algún trauma desde la infancia más este otro trauma viene a desencadenar diferentes traumas y es ahí donde la persona sucumbe a realizar este tipo de actos”, concluye Yessenia Paz Aragón, sicóloga de la CPDH.
Marenco coincide con ella. “Cada uno de nosotros somos sensibles según la historia de la que venimos, según como nos ha tratado la vida antes de los sucesos”, dice. “Por ejemplo, si antes de la crisis yo tenía una depresión porque me divorcié o porque vengo de un padre alcohólico o violento, estos sucesos lo que hacen es exacerbar mi patología, mi malestar, y puede que esta ola de suicidios sea la respuesta. Pero ya existía una predisposición. La crisis solo fue un detonante para coger valor y exacerbar el estímulo”.
Paz Aragón recomienda buscar ayuda profesional, dormir las ocho horas para que funcione durante el día, y que se busque apoyo de amigos y familiares.
Marenco, por su parte, invita a que cada nicaragüense pregunte qué puede hacer dentro de sus propias posibilidades para bienestar del que está al lado. “Que podés hacer por tu vecino, por tu familia, por tus hijos que están tan dispersos, por tu pareja. Revisarse uno mismo y preguntarse qué puedo dar de parte mía, que no necesariamente es un paquete de comida y llevarlo a los presos. La gente centra su obligatoriedad con ayudarle material a la gente y una vez que entregás el paquete de comida ya te sentís que ahora podés pedirle a otros que hagan”.
“Hay una actitud generalizada de pedirles a otros que hagan, que resuelvan, que intervengan y cada persona está de una manera pasiva esperando que venga alguien a hacer el milagro o el cambio”, concluye.