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Doña Chica, la campesina desterrada

Vive bajo techos de plásticos y una vez durmió, sin saber, encima de una serpiente. La líder campesina cuenta el drama del exilio que afronta en Costa Rica, desde donde intenta organizar al campesinado para regresar a Nicaragua a presionar a la dictadura.

Febrero 13, 2020 11:04 AM

A juzgar por las fotografías, pareciera que Francisca Ramírez, doña Chica, está en La Fonseca, Nueva Guinea, cultivando algunas de las 200 manzanas que por años fueron parte de su patrimonio: camina acompañada de otros campesinos entre las hileras de plantas de frijoles que se extienden por un verde paisaje montañoso. Sin embargo, la realidad es que está al otro lado de la frontera de Nicaragua, en Upala, Alajuela, cultivando las tierras de una finca que rentan entre varios y con las que buscan alcanzar la sostenibilidad de 50 familias desplazadas por la dictadura de Daniel Ortega. Doña Chica está lejos de su tierra y de sus tierras.

El sábado 8 de febrero, esta lideresa anticanal y azote contra el dictador Daniel Ortega, narró el drama humanitario que sufren decenas de campesinos en Costa Rica y de lo muy poco se informa. Los medios de comunicación que acompañaron a Kelly Clements, Alta Comisionada Adjunta de Naciones Unidas para los Refugiados, mostraron a esta mujer robusta y de baja estatura viviendo en condiciones de pobreza extrema; siendo gráfico, bajo champas de plásticos y sobre camas construidas con palos y retazos de maderas.

Ella, como miles de ciudadanos nicaragüenses, huyó de la dictadura orteguista para resguardar su vida en un país cercano. Tras una fuerte represión que dejó un saldo de 325 personas muertas en 2018, Francisca decidió cruzar la frontera por puntos ciegos con la esperanza de organizar desde el exilio a estudiantes y campesinos, pero encontró desolación y desesperanza. “Vi a jóvenes baleados  durmiendo en el mero suelo, sin comer. Eso fue doloroso y dramático”, recuerda.

Francisca encarna el drama de campesinos que han sido desplazados. Al contarlo evoca recuerdos de su familia que por 1960, en los tiempos del dictador Anastasio Somoza Debayle, fue forzada a migrar del Occidente de Nicaragua hacia las tierras boscosas del Caribe Sur de Nicaragua. Cincuenta años después, le tocó a ella dejar su propiedades y establecerse en un país al que nunca pensó llegar. En el siglo pasado Somoza echó del Pacífico a miles de campesinos para extender el cultivo del algodón mientras en la década de 2010, Ortega pretendió arrebatar a otra generación de campesinos las propiedades para construir un canal interoceánico que partiría en dos el país.

¿Usted cómo ha logrado sobrevivir en Costa Rica, sin sus tierras de La Fonseca?

(El exilio) ha sido uno de los sufrimientos más duros que he vivido. Los campesinos luchamos por cinco años para no ser desplazados de nuestras tierras y nos sentíamos seguros porque trabajábamos la tierra, teníamos todas nuestras necesidades alimentarias cubiertas. Salir desplazada y encontrarte con tanta crisis humanitaria, con tanta gente sufriendo, ha sido el dolor más grande de mi vida.

¿Cómo fueron esos primeros días o meses de exilio?

Triste. No me quería ir de mi país, yo quería seguir luchando en Nicaragua, pero estábamos en desigualdad.  Nosotros estábamos luchando con una bandera azul y blanco y el Gobierno con armas. No tenía sentido seguir poniendo el pecho.

Usted llegó a San José, ¿vivió ese drama de vivir en casas de campaña para refugiados?

Cuando yo llegué a Costa Rica tuve un gran respaldo de las organizaciones de Derechos Humanos. Algunas organizaciones me ofrecieron que me fuera a México u otros lugares, pero yo decidí luchar con la gente, con el sufrimiento de todos y no quise moverme de  Costa Rica. Decidí quedarme para estar con mi pueblo, además que quedarme en Costa Rica era como estar en Nicaragua, porque sólo una frontera nos dividía y eso me daba una gran esperanza.

Hace unos días vi un vídeo en el que usted sale en un campamento improvisado, ¿hay gente viviendo en condiciones de pobreza extrema en Costa Rica?

Montones de personas. Todos los días hay personas que quisieran que uno les dé dónde acampar, al menos con un plástico. Hay muchas personas durmiendo en el suelo debajo de un plástico, bajo cuatro varas y plástico. Hemos buscado mecanismos para lograr colchones, mosquiteros, sin resultado. No hemos tenido condiciones humanas para vivir. Yo quisiera vivir una vida digna. En Nicaragua, no éramos ricos, pero no vivíamos de esta forma. Para mí ha sido bien difícil ver a personas durmiendo en el suelo. Es triste, y es tan duro que hasta que lo ves, los creés.

Doña Francisca, ¿usted está durmiendo en una champa?, ¿o ya le ha tocado?

No es que me ha tocado, estoy viviendo y durmiendo en una casa de plástico. Fui una de las primeras en venir a esta finca que nos rentaron y dormí en el suelo. Una vez dormimos encima de una culebra, nos dimos un gran susto cuando levantamos una carpa, y ahí estaba la serpiente. Cada día trato de apoyar a otras familias, y siempre quedo de último en conseguir techo. No ha sido fácil, pero me siento feliz por lo poco que puedo hacer por los demás.

Guarda silencio e intenta seguir contando su historia de exilio con la voz quebrada, con la pena de ser nadie en un país ajeno.

Nació en La Fonseca, en 1977, y desde muy niña, a los 12 años, Francisca empezó a trabajar la tierra hasta hacerse ducha en el negocio agrícola, comprando granos a los finqueros y vendiéndolos en los mercados de Nicaragua. Así, de a poco, se convirtió en propietaria de 200 manzanas de tierras y una flota de camiones con los que movía mercancías desde su comunidad y puertos de montaña a los centros de compras populares. “Hoy no contamos con nada, más que con la esperanza de salir adelante”, me dice.

Bajo un cielo nuboso, la lideresa campesina de piel tostada por el sol y de 1.50 metros de estatura, posó para Despacho 505 a la par de extensas plantaciones de frijoles. Doña Chica se mostró como una mujer acostumbrada al trabajo rudo y duro, fuerte y con la sensación de estar empezando de cero, pero con la certeza de que su estancia en Costa Rica es momentánea. El hecho de estar haciendo lo que saber hacer, llegó a decir, le ha servido para enfrentar las consecuencias sicológicas del exilio. “Cuando tengamos un granero esperamos ayudar a más nicaragüenses”, agrega con optimismo, mientras cuenta que han logrado rentar otras propiedades en las que plantó plátanos y otros cultivos que comercializará en mercados de Heredia.

El campo es su vida y lo que ha emprendido en el país vecino es sólo una preparación de terreno que le dé ánimos al campesinado a seguir en esta lucha sin cuartel contra la dictadura de Daniel Ortega y Rosario Murillo. Todos los campesinos que la acompañan han sido despojados de sus tierras y tras las amenazas de muerte que sufren en las zonas rurales del país, tomaron la dura de decisión de mudarse a Costa Rica con mujeres y niños.

Usted qué hace actualmente en Costa Rica, vi que está cultivando frijoles…

No hay  ninguna organización, ninguna ONG, que respalde la crisis humanitaria que vivimos en Costa Rica. Yo toqué muchas puertas cuando la gente estaba pasando hambre, pero me dijeron que no había ningún rubro con el que pudieran ayudar. El campesino es el más vulnerable, sin tierra no trabaja y hay familias que trabajamos de sol a sol en un mercado para alquilar una propiedad. Comenzamos a alquilar, a pedir dinero a algunos nicaragüenses, nos hicimos de deuda, pero hoy tenemos esperanzas de tener algunos cultivos como el plátano, que en un mes tendremos la primera cosecha, y frijoles que tenemos 40 hectáreas, equivalente a 80 manzanas. Hay varios grupos de campesinos, en diferentes lugares.

¿De cuántas familias estamos hablando?

Somos un grupo que no tenía condiciones alimentarias y decidió juntarse con  57 familias, que equivalen a más de 200 nicaragüenses. Freddy Mairena, Nury Sequeira, Nelson Oseda y Manuel Sosa, que luchábamos desde que nos opusimos al proyecto del canal, apoyamos a familias que andaban con todos sus miembros. No contábamos con nada. Cuando tengamos un granero esperamos ayudar a más nicaragüenses.

Estos productos son para autoconsumo o pretenden ser autosostenibles como negocio…

El objetivo es alimentarnos, pero no hemos tenido financiamiento más que de dos organizaciones (Acnur, que nos financió 20 manzanas de frijoles y 10 de plátanos) y Pan para el Mundo que nos ha ayudado con techo. Alguna parte de la cosecha la tendremos que vender para pagar deudas, pero esperamos seguir luchando para alcanzar la sostenibilidad.

¿Y qué pasó con sus bienes en La Fonseca?

Nosotros contábamos con un terreno de 200 manzanas, mi hijos tenían sus casas, mi familia no era rica pero teníamos mejores condiciones. A mi me encantaba el negocio, tenía mi transporte, recogía toda la producción de los campesinos de la zona. Trabajé por 20 años en el mercado Oriental, llevaba 10 y hasta 20 camiones a los mercados cargados de granos. Tenía mi finca, mi ganado, tenía una vida diferente. Y me he encontrado con personas que tenían sus empresas en Nicaragua y los veo limpiando en los mercados, buscando trabajo, con lágrimas en los ojos, pero esa es la realidad que estamos viviendo muchos, no solo doña Francisca, sino miles.

¿Cuántos camiones tenía?

Tenía más de 100 cabezas de ganado, tres camiones, una camioneta, varias motos. Teníamos una economía muy buena. Teníamos negocios de abarrotes en los puertos de montañas, nunca hice un inventario porque nunca creí que íbamos a llegar a esto. Una de las fincas aún se mantiene, pero 70 manzanas que estaban inscritas ya están ocupadas por unas personas. Creemos que es nuestra tierra y cuando regresemos la vamos a recuperar.

Actualmente, cuál es su patrimonio…

(Ríe) No contamos con nada, más que con la esperanza de salir adelante. Tenemos un camioncito que un costarricense nos dio al crédito para que trabajáramos en un mercado de Heredia. Ese camión es el que mueve al campesino. No tenemos nada, pero sí la esperanza de seguir luchando por nuestra patria. Tenemos cuatro propiedades rentadas para sembrar yuca y frijoles.

Francisca Ramírez y Medardo Mairena fueron dos de los campesinos más visibles de la lucha anticanal que lideraron a través del Consejo Nacional en Defensa de la Tierra, Lago y Soberanía, creado con el objetivo de oponerse a la construcción de un canal interoceánico, a manos del empresario chino Wang Jing. Desde el surgimiento del movimiento, junto con miles de campesinos azotaron con protestas a Daniel Ortega para que derogara la ley que entregaba por 50 años, prorrogable a 50 más, el territorio nicaragüense.  Esa acción motivó que Ortega los reprimiera sin compasión por más de cinco años. Resistieron, y en abril de 2018 se sumaron a Rebelión Cívica, protagonizada por los estudiantes universitarios.

Ahora ambos líderes se encuentran en aceras distintas. Mairena sufrió vejámenes en la cárcel durante once meses, mientras Ramírez se fue al exilio el 27 de diciembre de 2018, a la espera de un pronto retorno. Ella en Costa Rica y él en Nicaragua han reorientado sus objetivos y, sin ser explícitos, se acusan mutuamente de dividir al campesinado nicaragüense. En su defensa, la lideresa dice que las bases territoriales están desesperadas y que no quieren que el país caiga en los mismos errores del pasado de los políticos tradicionales. La unidad, agrega desde su calvario, es urgente.

Doña Francisca, son ideas mías o usted ha hecho a un lado el trabajo de incidencia política. Al principio la noté más activa en su liderazgo en San José.

Las bases luchan donde sea. Cuando se dieron las protestas no mirabas a nadie que quisiera arriesgarse, pero mirabas estudiantes, campesinos, ciudadanos de barrios. La prioridad debe ser la gente, y las organizaciones se hacen de bases, y vale la pena no dejar solo a nadie. El poder lo tiene el pueblo y es el pueblo que tiene que luchar. Hay pobres que luchamos por justicia y decimos “no se puede cambiar sino hay justicia para las víctimas y presos políticos”. Tenemos diferentes intereses, nosotros luchamos por justicia, porque haya libertad, porque haya Estado de derecho. Unos luchamos por derechos y otros piensan que el poder es lo más importante. Eso es lo que me motiva, saber que vale la pena luchar por la gente.

Usted confía en el liderazgo de Medarno Mairena, es el representante del campesinado más visible en Nicaragua ahora…

El Movimiento Campesino surgió de diferentes procedencias, nosotros no veíamos ideologías, nacimos con el objetivo de luchar por el derecho de los campesinos a sus propiedades. Nosotros tenemos un objetivo que es el respeto a los derechos campesinos, no te puedo decir que Medardo está haciendo malas cosas, él sabrá qué hace porque lamentablemente no me he podido ver con Medardo, no sé cuál es su estrategia, ni qué ruta. Pero puedo decir que las bases campesinas siguen con la misma visión del campesino.

¿Usted se siente representada por él?

Nosotros hemos dicho que cualquier persona que quiera representar a los nicaragüenses tiene que hacerlo con transparencia, con honestidad porque estamos cansados de que las cosas se hagan a la espalda del pueblo, que se hagan en encerronas. Nosotros no aceptamos ninguna negociación porque no somos objetos, somos sujetos de derechos. Cualquier persona que quiera representarnos tiene que ser transparente. Habrá que esperar y darle tiempo y ver si es Medardo, pero sí tenemos una necesidad de que se forme la Coalición, con la unidad de todos.

No pretendo que hable mal de Medardo, pero insisto: ¿Medardo es el representante de los campesinos, ve en él esas cualidades que menciona?

Lo que te puedo decir es que nosotros sentimos mucho dolor y mucha tristeza por los partidos políticos tradicionales. ¿Cómo puedo confiar en alguien que fue a elecciones con Ortega sabiendo que le iban a robar? Los partidos políticos tradicionales nos han hecho tanto daño a Nicaragua y solo negocian espacios, negocian cada muerto, negocian a cambio de poder. Yo quisiera que dejen sus intereses y vean por el pueblo. Que vean sus errores.

Se tiene la impresión que las dirigencias del campesinado están divididas y enfocadas en aspectos distintos. ¿Usted estaría dispuesta a encontrarse con Medardo?

Hemos tenido las puertas abiertas toda la vida. Nadie de los dirigentes nos ha venido a visitar, pero estamos abiertos a recibirlos. Repito, las bases quieren que sean tomadas en cuenta, y eso lo tiene que escuchar Medardo. La esencia del problema no es doña Francisca y Medardo, el problema es que las bases sean tomadas en cuenta.

¿Usted mantiene contacto con el campesinado que aún resiste en Nicaragua?  ¿Qué le dicen?

Sí, seguimos en comunicación. La gente sigue planteando demandas y una nueva forma de hacer política porque no quieren más caudillos, más dedazos. No queremos un fracaso más en la historia, no queremos repetir errores. Queremos una coalición sin exclusión, pero deben tomar en cuenta a las bases.

Usted me dijo que 2020 es clave para el país y coincido con usted, para mí es clave porque es el año en que se debe consolidar la unidad, pero es algo difícil de lograr, hasta utópico.

Se mira una tarea difícil. Hay gente que está durmiendo tranquilamente sin las dificultades del exilio, pero tengo la esperanza de que todos los sectores reflexionen, vean el sufrimiento del pueblo y piensen en la unidad. La gente tiene que limar asperezas. Tenemos que salir de la dictadura de Ortega. Todos tenemos que hacer un ejercicio de conciencia. Yo quisiera regresar mañana a mi país, yo no quiero estar en el exilio, y por la misma necesidad, depresión, sofoque, tristeza, me ven como que genero conflicto, pero es que estás demandando rapidez.

Han regresados algunos líderes a Nicaragua, ¿bajo qué condiciones usted retornaría al país?

Vamos a seguir esperando. Tengo la presión de muchos campesinos, que están organizados en Costa Rica y Nicaragua, de regresar al país, pero la gente quiere una ruta clara. Ayer un campesino, me dijo: “Yo quiero estar claro por quién voy a ir a morir, si vamos a volver a las calles debemos tener una ruta clara”. Cuando haya una ruta clara por la cual ir a la calles, vamos a regresar. Cada día que pasa es un día de sufrimiento en el exilio.

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