La lógica del todo o nada

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Oscar René Vargas
Enero 28, 2021 08:13 AM

En la clase dominante existe un mito de una Nicaragua en donde todo va bien, cuando la realidad la situación es diametralmente diferente. Es un país donde la desigualdad social se mantiene alta. Donde hay una gran concentración de la renta y la promesa de que la riqueza de “los de arriba” se filtraría a “los de abajo” ha resultado una gran mentira.

Se ha producido un aumento en la participación de las ganancias en el producto nacional y la aportación de los salarios ha disminuido. Se mantiene la tendencia del excedente/riquezas a crecer en pocas manos tanto absoluta como relativamente a medida que el sistema público-privado se desarrolla.

Está claro que muchos miembros de la clase hegemónica tradicional sabían lo que realmente sucedía en el país, pero optaron por callarse. Todos los que no denunciaron la máquina represiva son colectivamente responsables del proceso de construcción del régimen dictatorial desde el 2007 a la fecha.

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La lucha por la democratización del país tiene que enfrentarse a la ignorancia de la clase política tradicional y de la elite dominante profundamente asentada en la burbuja intelectual conservadora. No escuchan análisis económicos, sociales y políticos sensatos, ni saben siquiera cómo suenan.                                             

Los dirigentes de los poderes fácticos se han echado en manos del pasado y quieren cortocircuitar el futuro. Los partidos tradicionales y el gran capital prefieren buscar un espacio electoral participando en unas elecciones no transparentes y machacando cualquier posibilidad de una salida democrática no controlada políticamente por sus representantes.

En las negociaciones, debajo y encima de la mesa, de los representantes de los poderes fácticos y del régimen han establecido dos estrategias que se implementan al unísono y de manera combinada.

La estrategia de la gradualidad. Para hacer que se acepte una medida que era inaceptable al inicio de la rebelión de abril, y que 33 meses después, se presenta de manera escalonada, a cuentagotas como la única opción posible. Poco a poco se han ido cambiando las primeras demandas de abril 2018 (justicia, libertad, democracia) poniéndolas en un segundo o tercer plano y sustituyéndolas por elecciones con el dictador en el poder.

                                                    

Simultáneamente, se aplica la estrategia de la postergación. Otra manera de hacer aceptar una decisión impopular y presentarla como “dolorosa, necesaria e ineludible”, para ir obteniendo la aceptación de la opinión pública. De esa forma, Ortega y sus aliados han conseguido postergar la presión/lucha social de la calle para favorecer la lucha electoral.

Al posponer una decisión impopular suele ser más fácil aceptar un posible hecho futuro que un hecho inmediato que pueda producir un “shock” o tsunami social. Primero, porque el hecho no es inmediato y porque se tiene la tendencia ingenua de que mañana “todo será mejor”. Lo cierto es que los políticos tradicionales no son tontos y saben que “nada irá mejor”, simplemente suponen que “los de abajo” lo son. La argucia de los poderes fácticos es tratar de invisibilizar la realidad y vender ilusiones.

Al demorar una decisión impopular da más tiempo a que la población se acostumbre a la idea que una elección con reformas mínimas o sin reformas, con el dictador en poder, es mejor que el deterioro económico-social y aceptarla como el mal menor.

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Romper esa dinámica política en marcha, supone voluntad política. No es una cuestión de testosterona, ni declaraciones pomposas. Ningún conflicto se soluciona descalificando a los interlocutores. La solución de la crisis requiere inventiva, tender puentes, altura de miras, sentarse y dialogar para buscar consensos entre las diferentes tendencias del bloque opositor.

En la actualidad, gran parte de los cuadros medios del partido de gobierno siguen ignorando que el régimen mutó hacia el neoliberalismo represivo. Muchos, mejor dicho, demasiados, han quedado empantanados en el mito de la vigencia de la revolución de los años ochenta del siglo XX. Buena parte de la base social del orteguismo preferiría destrozar el país antes que compartirlo, están orientados por los discursos de odio de la vocería oficial.

El régimen está decidido a no ceder nada. Se ha preparado para asestar fuertes y contundentes golpes a los movimientos sociales. No hay que olvidar que no se ha organizado militarmente para inflar chimbombas. Hará uso de golpes bajos y otras marrullerías para enmarañar todavía más el proceso electoral. Siguen aferrados a la lógica del poder o la muerte. Piensan que mientras tengan los “fierros” pueden conservar el poder.

El dictador ha caído en el ensimismamiento rayando en el endiosamiento. La soberbia le acompañará hasta el final. Su ambición va acompañada de una dosis nada despreciable de mesianismo. Está convencido que superará la crisis sociopolítica sin variar la estrategia represiva.

La memoria es importante para no repetir los crímenes del pasado. Repetir el pacto público-privado solo nos condenará a más de lo mismo, y peor aún, mantener la impunidad que conlleva a un claro estímulo a la repetición y a las masacres de abril 2018, sumadas al exterminio de campesinos opositores.

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Ahora es el momento de actuar sobre la crisis de la injusticia, una de las tantas crisis que sufre el país junto con la pandemia, la económica, la social y la política.

Es importante señalar que la financiación privada juega un papel clave en las decisiones políticas de la Alianza de Derecha (AD). Los fondos privados recibidos provienen de grandes intereses empresariales. Los dirigentes de la AD se reconocen como los representantes políticos de la clase de propietarios y gestores de las grandes empresas del país.

El régimen Ortega-Murillo solamente se sentará a buscar una solución a la crisis sociopolítica si el movimiento social retoma las calles o la presión internacional se incrementa, no lo hará por voluntad propia; ambas acciones tienen pocas probabilidades de realizarse por no ser tema prioritario de la comunidad internacional y por la ausencia de una estrategia unitaria de lucha del bloque opositor.

                                                    

En la historia política nicaragüense se ha demostrado una y otra vez que ir en solitario y caer en un aislamiento arrogante siempre fracasa. Iniciar una guerra verbal entre los sectores opositores, rechazar la unidad, descalificar o intimidar a los otros, o querer imponer a la brava un liderazgo determinado provocará una mayor división en el bloque opositor a la dictadura. Si no nos une el amor, entonces que lo haga el espanto ante las vidas segadas por la inclemente represión gubernamental. A veces por alcanzar algunos puestos, se sacrifica el valor de la unidad.

El encono de la presidente de CxL vicia cualquier posibilidad de diálogo y de unidad. Su nivel de agresividad verbal y gesticular demuestra un atrincheramiento cognitivo, amurallado en posiciones cerradas y sin capacidad de escuchar otros planteamientos que no sean los ya internalizados. En su intervención dominó el encono o la animadversión arraigada en el ánimo.

No se apoya la lucha contra la dictadura descalificando a otras fuerzas políticas ni excluyendo a los movimientos sociales. La lógica del régimen ha sido: dinamitar puentes, patear el tablero de la negociación, tolerancia cero con las protestas sociales e implementar leyes represivas. Esta estrategia sólo puede entenderse bajo la máxima de: cuanto peor, mejor; o sea, el todo o nada.

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