Cultura política: pragmatismo resignado y pensamiento provinciano
Generalmente el análisis político se infantiliza por la falta de visión estratégica, se limita fundamentalmente a reproducir las declaraciones de las organizaciones y de los candidatos. Lo cual es especialmente inquietante ante las perspectivas del futuro inmediato, porque se ha abierto una vía acelerada hacia la permanencia del autoritarismo vía el “orteguismo sin o con Ortega” que propone los sectores del gran capital, los políticos tradicionales y los promotores de la cohabitación. Es la premura que tienen los poderes fácticos ahora mismo.
La situación se va tensando y con posibilidad permanente hacia el establecimiento de una bronca política superior; pareciera como si los dirigentes políticos tradicionales vivieran una realidad paralela no ven el peligro que el “orteguismo sin o con Ortega” se incrementa la posibilidad de mayor efervescencia sociopolítica, pero la derecha política (CxL) y los partidos zancudos (PLC; PLI; ALN; APRE, PC) no tienen conciencia de ella, no tienen otro proyecto político que la satanización del adversario.
Por la falta de la libertad de información, existe un sistema de comunicación dominado por las redes sociales, donde se simplifica con un criterio obsesivo desde el que se construyen los mensajes, favoreciendo una confrontación en blanco y negro, que sólo busca alinear a los ciudadanos en grupos cerrados: los nuestros frente a los otros (enemigo o adversario) en una lógica convertida en estado natural de la política confrontativa.
El debate objetivo sobre estrategias y proyectos apenas existe porque sólo se busca la adhesión, es decir, poner énfasis en los mensajes —sin preocupación alguna por la verdad— que puedan atraer al espacio propio de pertenencia. Más que los cabilderos comparsas del régimen, lo que alarma son los cómplices al interior de la oposición amplia (CxL, Yatama y otros).
La falta de estrategia, en realidad, es una concepción atrasada de la política nacional, de larga tradición en la cultura política tradicional, que considera a los ciudadanos como menores de edad, y que por tanto no apela a su criterio sino a su sumisión.
Para combatir la simplificación de la política se necesita serenidad y estrategia para forjar un contrapoder, pero también arriesgarse en los momentos decisivos. La Coalición Nacional es rápida para amagar, pero lenta al actuar, padece una falta de determinación a la hora de concretar su apuesta. Contra la simplificación, grandeza política, esta sería la táctica inmediata.
No existe una estructura organizada de la resistencia pacífica ciudadana, sino que esta ha sido espontánea, sin estrategia ni coordinación y por tanto episódica. En consecuencia, no hay una fuerza de contrapoder interna con la cual se pueda presionar más a la dictadura. Esta ha sido la falla más grande de la Coalición Nacional. La división de la oposición plantea una situación difícil que hay que analizar a profundidad para definir qué hacer. Pero lo peor sería que la Coalición Nacional siga la lucha política sin construir un contrapoder.
Desde abril de 2018, poco a poco, la clase política se ha encerrado en sí misma, solo hablando entre ellos, y no se han preocupado de los intereses de las víctimas de la masacre (familiares de los asesinados, de los presos, de los heridos, de los desaparecidos y exiliados). Dan la impresión que sólo les interesa la gente más que para vender una opción en el mercado electoral. La clase política vive una crisis de legitimidad.
Esta es una repetición de lo que han sido las élites, la clase política, algunos liderazgos en toda la historia de Nicaragua, si ahora no somos capaces de reflexionar, analizar esta triste realidad no aprenderemos y seguiremos en la repetición perniciosa. Es necesario hacer un análisis más allá de lo que se ve, y saber que no es solo errores de las generaciones anteriores sino una cultura política permeada también en la nueva generación.
Abril 2018 cambió muchas cosas, pero otras son tarea de largo y mediano plazo, el daño social histórico por el pragmatismo resignado y el pensamiento provinciano, sumado a las ambiciones desmedidas de los liderazgos es un asunto que requiere transformaciones profundas y una visión crítica y autocrítica de manera inmediata.
Esta crisis es una oportunidad para ir más allá, para saber que nuestra apuesta no es de cambio de personas en el poder, y que tenemos una gran tarea, y que abandonar la esperanza solo alimenta al régimen y a quienes quieren cohabitar con él. El deterioro de las condiciones económicas y sociales nos señala que la gente no puede más y va a explotar nuevamente.
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