Francisco Aguirre Sacasa: Reflexiones sobre el 9 de febrero, libertad y destierro de Nicaragua
En cuanto a mi vida acá, logré operarme de la cadera izquierda a un mes de haber llegado a Washington y me siento mejor de salud. Mi dolor más grande es no estar en Nicaragua y el saber que para muchos de mis hermanos y hermanas que estuvieron en el vuelo del 9, las condiciones en EE.UU. son difíciles
Francisco Aguirre Sacasa
Mi encarcelamiento por año y medio por supuestamente haber conspirado en contra de El Carmen y de la dictadura Murillo-Ortega fue sin duda la pesadilla más grande que he vivido.
Me golpeó fuertemente por mi edad y por el fuerte dolor que tenía en mi cadera. Pero lo más duro de este episodio ha sido mi exilio. Y no porque el gobierno me ha quitado mi nacionalidad porque ¡yo siempre he sido y seguiré siendo nicaragüense! Más bien lo ha sido justamente por la falta que me hace mi patria y mis amigos que están allá.
Además del destierro, me ha golpeado muchísimo el fallecimiento de Mike Healy. Mike y yo éramos buenos amigos. Pertenecíamos a un grupo que almorzaba semanalmente en un restaurante de Managua y él y yo éramos los únicos que tomábamos ron. Los otros optaban por vinos y otras bebidas, pero Mike y yo compartíamos una ”media.” Además, a ambos nos gustaba el campo y éramos correligionarios.
Una de las últimas veces que estuve con Mike fue una fiesta en la residencia de Jaime La Cadena, el Cónsul General de España en Miami, el 12 de octubre pasado. Él nos invitó a celebrar esa fecha, que es la fiesta nacional de España, y allí estuve con Mike e hicimos un largo aparte para platicar.
Volviendo al tema del 9 de febrero, la fecha de nuestra liberación me tomó por sorpresa, pero no el hecho de que se acercaba nuestra libertad. Esto porque durante las semanas que yo estuve en casa por cárcel, logré conseguir un celular. Los policías que vivían encima de mí lograron finalmente darse cuenta que tenía ese teléfono clandestino, pero no antes de semanas durante las cuales logré comunicarme con amigos, incluyendo con Chris Dodd, quizás el asesor más cercano del presidente Biden.
Chris y yo nos conocíamos desde que estudiamos en el mismo colegio y en la misma clase en secundaria. Y nos seguimos comunicando sobre lo que me estaba pasando a mí y a todos los nicaragüenses amantes de la democracia con la dictadura Murillo-Ortega. Chris tuvo mucho que ver con nuestra evacuación en el vuelo de la libertad que nos llevó a todos a Washington el 9 de febrero. Es más, me estaba esperando, junto con los miembros de mi familia, cuando aterrizamos en el aeropuerto de Dulles.
En cuanto a mi vida acá, logré operarme de la cadera izquierda a un mes de haber llegado a Washington y me siento mejor de salud. Mi dolor más grande es no estar en Nicaragua y el saber que para muchos de mis hermanos y hermanas que estuvieron en el vuelo del 9, las condiciones en EE.UU. son difíciles. Muchos no hablan inglés o no tienen familias en la Unión Norteamericana. Además, están regados por todo el país.
En ese sentido, sé que soy privilegiado. Mis hijos y nietos viven en los EEUU, aunque no en Washington donde yo estoy con mi esposa. Además, tengo hermanos y hermanas acá, y muchos amigos y amigas, algunos de los cuales los conozco desde que era adoleciente. Además, vivo cerca de mi finca en Virginia donde suelo pasar los fines de semana disfrutando del campo.
Repito, sin embargo, que me hace una falta enorme Nicaragua. Pero estoy optimista que en un futuro, ojalá no muy distante, mi patria será de nuevo libre. Sueño, además, que podremos regresar a Nicaragua y trabajar no para un país perfecto políticamente –porque supuestamente en búsqueda de eso perdimos los adelantos que habíamos logrado—si no para un país económicamente próspero, con justicia social y una democracia sólida.
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