Oscar René Vargas: El arte mudo de la política

Mensaje a mis hermanas: Milú y Patricia “Quédate en mi memoria y en mis recuerdos, quédate allí, dónde nadie te toque, donde cada vez que te busque pueda encontrarte”. Mario Benedetti
Oscar René Vargas
Junio 23, 2024 11:20 AM
Oscar René Vargas, excarcelado político, sociólogo y economista. • Foto: 100% Noticias

La rebelión de abril 2018 despojó a la dictadura Ortega-Murillo del halo de santidad "revolucionaria", profanando, haciéndola asquerosa y ridícula a la par de la dictadura somocista.

La cultura política de los políticos tradicionales que sirvieron a la dictadura somocista aparecen nuevamente, como una pesadilla, en la actual coyuntura política, cultura política incrustada en el cerebro de los dirigentes orteguistas como pensamientos vivos del pasado dictatorial.

Cuando Ortega-Murillo y su círculo íntimo aparentan dedicarse precisamente a transformarse y a transformar las cosas, a crear algo nunca visto, es precisamente cuando conjuran en su auxilio los espíritus de la cultura política tradicional somocista, toman prestados sus actos, sus consignas, su ropaje, para, con el disfraz de revolucionario y con ese lenguaje prestado del somocismo, representan la nueva escena de la trágica historia política del país.

Con su sobrio practicismo, el gran capital, la vieja oligarquía y la burguesía tradicional aceptaron a la nueva oligarquía y al orteguismo como sus nuevos intérpretes y portavoces de sus intereses y privilegios y Daniel Ortega es su cabeza política. La elite empresarial completamente absorbida por la acumulación de la riqueza, ¿no se dio cuenta?, de que los fantasmas del tiempo pasado estaban dando nacimiento a una nueva dictadura.

Todo un pueblo que creía haber dado un impulso acelerado a la democratización del país por medio de la rebelión de abril de 2018, se encuentra de pronto retrotraído a una fenecida época autoritaria, la dictadura Ortega-Murillo hace aparecer viejas conmemoraciones, el viejo calendario de ritos revolucionarios, los viejos nombres, los viejos edictos y los viejos esbirros, que parecían haberse podrido desde hace mucho tiempo. Todo lo cual permite aparecer no solamente la caricatura del viejo Somoza, sino al propio Ortega en caricatura, tan necesario para los poderes fácticos para seguir controlando a la población a través de la represión.

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El cambio social del siglo XXI no puede comenzar su propia tarea antes de despojarse de toda veneración supersticiosa por el pasado de los años ochenta del siglo XX. La dictadura Ortega-Murillo necesita remontarse a los recuerdos de la historia de la revolución de los años ochenta para aturdir su propio contenido. Nicaragua es un país exhausto, pero consciente de la debilidad del entramado social, con la posibilidad de derruir los cimientos de la estructura del régimen.  ¿Estamos viviendo una fase de transición? Cualquier incremento del deterioro del régimen puede tener efectos catastróficos para la “nueva clase” orteguista.

La rebelión de abril de 2018 cogió desprevenida a todos los poderes fácticos, sorprendió tanto a la vieja oligarquía como a la dictadura, y el pueblo proclamó este “golpe de mano” inesperado como una hazaña de la historia política con la que se abría una nueva época. Sin embargo, el “espíritu de abril” fue escamoteado por la voltereta de un jugador tramposo en alianza de la elite empresarial, y lo que parece derribado no es el “pacto público-privado”, sino los derechos humanos y constitucionales que habían sido arrancados por las luchas sociopolíticas pasadas.

Lejos que la sociedad civil conquistara un nuevo pacto social, lo que ha sucedido es que el Estado nicaragüense volvió a su forma más antigua, a la dominación desvergonzadamente simple del fusil y dictadura, a la dominación del Estado por parte de la plutocracia, al nepotismo, a la corrupción y al Estado botín. Actualmente, la insatisfacción hacia el régimen es extremadamente alta; sin embargo, la oposición no consigue capitalizar la debilidad del régimen por la ausencia de una estrategia que socave/carcoma sus pilares de sustentación.

En el 2018, las luchas sociopolíticas en ascenso avanzaron de éxito en éxito, sus efectos se atropellaron, los hombres y las cosas aparecieron iluminados por fuegos de artificio, el éxtasis era el espíritu de cada día; pero estos ascensos fueron de corta vida, llegaron en seguida a su apogeo y un reflujo se apoderó de la sociedad, antes de haber aprendido a asimilar serenamente los resultados de su período impetuoso, fogoso, apasionado e impulsivo.

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En cambio, en la fase de reflujo sociopolítico (2019-2024), como lo que estamos viviendo actualmente, se critican constantemente a sí mismas, se interrumpen en su propia marcha, vuelven sobre lo que parecía terminado, para comenzarlo de nuevo, aparecen las indecisiones, los lados flojos y la mezquindad en sus liderazgos, retroceden ante la vaga enormidad de sus propios fines, se crea una situación que permite volverse atrás algunos liderazgos nacidos en la rebelión de abril que no derribaron a su adversario, al régimen Ortega-Murillo, lo que permitió que éste saque nuevas fuerzas y vuelva a levantarse más monstruoso, cruel e inhumano frente a los ciudadanos auto convocados desarmados.

Dado la debilidad del movimiento social, en reflujo, los políticos tradicionales se ha refugiado en la fe, en el milagro: el liderazgo cree vencer al enemigo con sólo descartar mágicamente, en sus pensamientos, a la dictadura con la idea de que está derrotado estratégicamente y se apunta a la presión internacional como su principal arma de lucha, descartando el fortalecimiento del movimiento social a través de la lucha de la calle, en las rotondas, en las plazas en las ciudades; se ha perdido la comprensión de la realidad de la coyuntura sociopolítica presente ante la glorificación de un posible futuro electoral como la “salida en frío” de la dictadura en el 2026. Todo esto ocurre ante un entorno económico y político global más desafiante.

Como diría Maquiavelo con referencia al gobernante, “es necesario ser zorro para conocer las trampas y león para amedrentar a los lobos”. El liderazgo opositor tiene que actuar con la taimada habilidad del zorro, al mismo tiempo, tiene que asumir el papel del león para desarrollar el combate político que se avecina implementando la estrategia de la implosión. Al comparar el 2018 con el 2024, no hay sondeo ni encuesta de opinión que prevea una consolidación del régimen. Más bien indican debilitamiento de su base social y de los otros pilares de su sostenimiento. Me preocupa que el liderazgo opositor no vea la necesidad de impulsar el desarrollo del proceso de implosión.

Ortega-Murillo no son jugadores de póquer, no son suicidas políticos; lo que pasa es que no ven que la estrategia de “el poder o la muerte”, que le fue útil entre el 2018-2022, ya no, es más. Esa misma estrategia, por el cambio de coyuntura sociopolítica, produce un efecto contrario; está facilitando la muerte política de la dictadura por no tener cintura política para adecuarse a la nueva realidad. Pienso que el narcisismo de Ortega-Murillo, también, los ha vuelto ciegos, ha facilitado la implosión y no ha consolidado su dictadura.

El régimen ha querido generar un electrochoque en la sociedad nicaragüense por la vía de la represión indiscriminada, pero los errores de la dictadura también facilitan el proceso de implosión. Es inevitable tener la sensación de que estamos en una fase de declive del régimen, aunque, superficialmente, se perciba lo contrario. La dictadura no puede hacer como si no sucediera nada. La dictadura Ortega-Murillo ha sido como un meteorito que ha subido hasta lo más alto del poder y que se autodestruye por sus propios errores que alimentan el proceso de implosión.

A mi criterio la implosión nos puede conducir, por la falta de un contrapoder de las fuerzas progresistas y democráticas, a una situación/coyuntura de empate estratégico; precisamente en esas condiciones suele aparecer, como alternativa política, una salida cívica-militar con el apoyo de los poderes fácticos para contrarrestar que “el espíritu de abril” domine la caída de la dictadura. El empate estratégico es el momento que la clase dominante suele aprovechar para conceder algunas reivindicaciones al movimiento popular para evitar el triunfo del “espíritu de abril”.

Oscar-René Vargas, sociólogo y economista. Autor y co-autor de 57 libros. Ex preso de conciencia y miembro de los 222, desterrado, desnacionalizado y confiscado. El hecho de apropiarse de mis propiedades por parte de la dictadura es un acto de robo y violatorio de las leyes constitucionales e internacionales.

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