Crónica de un Viaje a la Memoria
Imaginaba en El Salvador un bombardeo visual de publicidad político partidaria en las calles, con slogans y promesas de campaña, como sucedió en la última elección relativamente decente del 2006 en Nicaragua, o por ejemplo, para ser más actuales, las elecciones del 2023 en Guatemala. Nada. Como si no estuvieran a una semana de votar
Prepararse para un viaje puede representar, a veces, cierta ansiedad; retar al tráfico y llegar a tiempo, hacer “check in”, explicar en el aeropuerto el motivo de tu salida y por qué siendo nicaragüense se cuenta con un documento de viaje costarricense y no un pasaporte, entre otros gajes del exilio con los que se lidia aunque no sean necesarios.
También hay espacio para las emociones agradables; cambiar la rutina, la emoción que implican los aviones y verte a miles pies de altura, saber que alguien te espera en el país de destino y entre tantos pensamientos, ser consciente de tu propósito en una nueva aventura: observar.
Inició el abordaje y tuve la fortuna de que mi asiento tuviera ventana. Un vuelo relativamente vacío, pero lento. Eran alrededor de las 3:30 pm y sabiendo que me dirigía al triángulo norte, lo primero que hice fue tratar de no dormirme y estar pendiente del momento en que pudiera ver dos volcanes y un lago. Pensar que al menos por aire podría ver a la Nicaraguita, era suficiente motivo para estar despierta. No lo logré.
La escala era en Guatemala, a eso de las 5:40 pm el aterrizaje se sintió extraño. Hace tan solo unos meses este país estaba en una lucha por el respeto a la elección popular y las luces vespertinas de la Metrópolis, vistas desde el avión, daban la impresión de un lugar próspero, moderno y que nunca ha vivido la presencia de gases lacrimógenos.
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Al llegar a la sala para trasbordar, mi sorpresa fue ver un grupo de al menos treinta personas negras provenientes de Haití con las que compartiría el vuelo hacia El Salvador, solo que por lo que pude percibir, ese no era su destino. Compartí asiento con padre guatemalteco que se dirigía hacia San Salvador para una competencia deportiva donde estaría su hijo. “Tantas realidades diferentes en un mismo lugar”, pensé.
La tripulación anuncia que hemos llegado y que podemos encender los celulares. Notifico a mi anfitriona que estoy en su tierra, me envía un sticker de pupusas por whatsapp y le respondo con un emoji riéndose. Al dirigirme a migración trato de identificar algún indicio de que se está en campaña electoral, pero sólo logró asomarse un tímido rótulo de Miss Universo 2023.
Salir del aeropuerto fue un poco tardado, las filas se desbordaban de personas y sin mayores interrogatorios, uno a uno nos sellaban nuestro documento. Rumbo a la puerta de salida, me aborda una pareja para pedirme el favor de tomarles una foto en un espacio que se ha recreado de la sala presidencial. Dos sillas vacías en medio y a los costados las fotografías en grande del actual presidente Nayib Bukele y la primera dama Gabriela Rodríguez. Emocionados, toman asiento y posan. ¡Click!.
La anfitriona me espera y nos saludamos con cordialidad, en medio de quienes efusivos se abrazaban con sus seres queridos al verles llegar de Estados Unidos. Salimos a la brevedad posible y aunque eran las 9:30 pm debíamos pasar por unas pupusas. En la carretera noto postes de luz con iluminaciones azul y blanco. Pensé inmediatamente que su motivo se debía a la próxima fiesta cívica: Las Elecciones Presidenciales 2024.
Después de eso, imaginaba un bombardeo visual de publicidad político partidaria en las calles, con slogans y promesas de campaña, como sucedió en la última elección relativamente decente del 2006 en Nicaragua, o por ejemplo, para ser más actuales, las elecciones del 2023 en Guatemala. Nada. Como si no estuvieran a una semana de votar.
Llegamos a una pupusería y pedimos cuatro para llevar. Me explicaba Andrea, mi anfitriona, que las campañas de cada partido se han desarrollado más en redes sociales y en efecto, como si el 5G del celular escuchara nuestra conversación, el algoritmo de Tiktok empezó a llevarme a videos, en su mayoría del partido “Nuevas ideas”.
Andrea cuida lo que comparte en torno al contexto político de El Salvador, tratando de no emitir juicios personales, me contextualiza sobre la situación y cómo, quizás en la ciudad no son tan evidentes las vallas publicitarias, pero sí en las zonas rurales y turísticas. Camino a su casa nos encontramos dos pantallas Led invitando a votar por Ernesto Castro, actual presidente de la Asamblea Legislativa y quien en este periodo va por su diputación.
Hay vida nocturna y a diferencia de unos años atrás, se ven más personas nacionales incluso haciendo turismo interno. Durante el paso de los días de mi visita, me llama la atención el color de los conos viales colocados en la ciudad. Celeste y blanco. Pensé que a nivel mundial todos debían ser anaranjados.
Entre amistades, organizan un viaje a Chalchuapa, municipio de Santa Ana, con el objetivo de enseñarle a “la nica” cómo hacen los buñuelos salvadoreños. Me invitan a recorrer el pueblo y me topo con una joya que abarca una cuadra completa: delantales. Sigo caminando y me doy cuenta de que se trata de una cuadra completa de artesanías; tazas, cerámica, delantales, llaveros, camisetas. “Nunca he visto delantales de Daniel Ortega”, me dije. O quizás sí existen y ni me doy cuenta.
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Cerca de mi regreso, quedamos en hacer una reunión de despedida. Desde la mañana cuadramos hora y lugar. A mediodía cancelaron dos personas por motivos de la militarización en las calles de la ciudad. Antes de la cita, salgo a la farmacia a buscar antigripales y me topo con una fila de guardias del ejército salvadoreño, armados y merodeando la zona.
Le pregunté por ellos a una señora que estaba haciendo limpieza en un andén, quizás había pasado algo y no me di cuenta. “Nos están cuidando”, contestó.
Para otros, el despliegue de militares transmitía otro mensaje: “Te podemos llevar en cualquier momento, quien seas.” Basándose en el régimen de excepción que desde 2022 figura en el Gobierno de El Salvador.
Prepararse para un viaje puede representar, a veces, cierta ansiedad, pero prepararse para un viaje de despedida; nostalgia por los rostros, las comidas, los olores, las risas y las impresiones de la dinámica social en la que te involucraste por un corto tiempo.
Me preparé para abordar de vuelta a casa pensando en que al menos esta vez, era un vuelo directo. Nuevamente iba en la ventana. Pensaba en El Salvador y las similitudes en Nicaragua; su historia, las heridas abiertas de la guerra y las ganas de vivir de su gente, entonces me percato, desde tantos pies de altura que lo logré. “Estoy cerquita en Nicaragua”, me digo. Volando sobre los dos volcanes y el lago.
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