Nicaragua frente al espejo boliviano
Al décimo octavo día, Evo Morales renunció. El régimen populista boliviano duró casi 14 años. Bastaron menos de 24 horas claves para que Evo renunciara. Todo sucedió después que las fuerzas armadas del país andino se definieran: primero se rebeló la policía, negándose a reprimir, y luego el alto mando militar se pronunció. Si bien es cierto que el mérito es de la movilización ciudadana sin descanso en las calles tras 18 días, al final las fuerzas armadas inclinaron la balanza.
Es complicado dar méritos a los militares en política porque no les compete, en especial con su herencia nefasta en Latinoamérica. Sin embargo, demostraron el peso que como actores siguen teniendo en nuestra región. No creo que lo de Bolivia sea golpe de Estado, como califica la izquierda del continente. Evo dio golpe de Estado desde que desconoció el referéndum que le decía no a su reelección, se postuló invocando una leguleyada, y cometió un fraude electoral descarado. Las próximas horas serán decisivas en Bolivia, en particular en la forma cómo se llena el vacío de poder que deja el desgrane del gobierno moralista, cuyos miembros huyen ante el repudio popular. En ese sentido, los militares deberían mantenerse al margen de esa transición por el bien propio y el del país. La “sugerencia” que hiciera el alto militar de renunciar a Evo está contemplada en la ley orgánica de dicha institución. Sin embargo, la línea es delgada. Es deber de la oposición y las instituciones bolivianas procurar y no permitir que militares o policías se impongan en el vacío de poder. De lo contrario, sería dañino para lo que han conseguido. Veremos cómo evoluciona.
El origen de este desenlace boliviano radica en el afán de Evo de aferrarse al poder. Evo era uno de los presidentes más potables del Socialismo del Siglo XXI, pero sucumbió ante la tentación de la reelección indefinida. La revuelta popular iniciada fue la chispa de todo. Reacomodó el statu quo vigente. Sin embargo, las protestas sociales por sí solas pueden ser incapaces de ganarle la partida a un caudillo aferrado al poder como garrapata. Si las fuerzas armadas boliviana no hubiesen tomado postura beligerante, seguramente las protestas hubiesen seguido días, semanas, y meses sin importar la magnitud de la rebelión. El paro o cualquier acción a las que pueda haber recurrido la ciudadanía o el empresariado, no hubiesen causado mayor efecto si la fuerza armada no le da la espalda a Evo.
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La ironía de estos regímenes “socialistas” —que se dicen acuerpados por el pueblo— es que en realidad son dependientes del fusil y las balas. La renuncia de Evo es un aliciente para las luchas sociales en Venezuela y Nicaragua. Nos invade la esperanza pero también las comparaciones. Nicaragua frente al espejo boliviano: “¿Por qué ellos pudieron y nosotros no?”
Veo las primeras reacciones a la liberación boliviana: “Que el paro indefinido, que la protesta sostenida, que los empresarios”. Recapitulemos: entre abril y julio de 2018, Nicaragua estuvo en protesta indefinida. Casi a diario. Las principales ciudades del país estuvieron trancadas. Paralización efectiva. Protestas incluso más feroces que las de Bolivia. El statu quo Gobierno-Capital se quebró. Hubo paros económicos parciales y un proceso de diálogo. No obstante, Ortega prevaleció y retomó el poder de las calles. La razón está en la lealtad del fusil.
Esa lealtad se manifestó con la creación de esquemas represivos y bandas paramilitares que actúan con la aquiescencia y complicidad de las fuerzas armadas nicaragüenses. En Bolivia, civiles leales a Evo salieron a las calles con armas, pero el fenómeno no trascendió como el de los paramilitares orteguistas. Sobre todo porque no hubo coordinación y apoyo logístico desde las fuerzas armadas bolivianas.
Evo no pudo llegar a más en Bolivia porque no tuvo la lealtad de las balas dirigidas a matar. Pero también porque los trabajadores públicos se le rebelaron al gobierno, algo improbable aún en Nicaragua (aunque hay descontento, es silencioso y sumiso). Vale resaltar el valor de la institucionalidad que debería prevalecer en Bolivia. El origen de la fuerzas armadas nicas es sandinista, y pese a su profesionalización en los 90, Ortega las pervirtió a su regreso al poder. Para eso estuvieron los petrodólares chavistas. Ortega sabía que esa inversión era necesaria. Ahora le saca dividendos. Igual sucede en Venezuela. Chávez dividió al cuerpo militar y le abrió las puertas al narcotráfico. Son dictaduras militares 2.0. Aunque es válido dudar del pasado y las intenciones del Ejército boliviano, por ahora parece que ataron su destino a la demanda popular. Pese a que Evo intentó congraciarse con ellos dándoles espacios en el gobierno, al final se desmarcaron de él con contundencia. En ese sentido, como tuiteó Fernando Mires, “con tal de que ningún general tome asiento en el sillón presidencial vacío, todo bien”.
A esta altura, en Nicaragua quizás hubo errores en la conducción de la lucha cívica. Sin embargo, con la magnitud de nuestras protestas, era para que Ortega desistiera, pero se sabía acompañado de las armas. ¿Si el Ejército no hubiese guardado silencio sería distinto? Es muy probable. Pero es un espejismo pensar que solo la calle puede contra un gobierno armado hasta los dientes, y un tipo como Ortega dispuesto a cometer crímenes de lesa humanidad por preservar el poder. En el tablero pulsean otros actores junto a la ciudadanía. Nicaragua dio muestras suficientes —con la pérdida de centenares de vidas humanas incluso— para que las fuerzas armadas se definieran. Pero la cúpula militar demostró que su adicción a los Ortega-Murillo es profusa. El general Julio César Avilés apareció negando la existencia de paramilitares, cuando han asesinados a jovencitos como Sandor Dolmus a vista y paciencia de todo el mundo.
Con paros o sin paros, con la economía quebrada o no, Ortega permanecerá en el poder mientras el fusil lo ampare. Y no quiero sonar pesimista absoluto, porque esa adicción y colusión también se desgasta a medida que pasa el tiempo. ¿Cuánto durará? No lo sé. Tampoco quiero sonar como alguien que sobre dimensiona el papel de las fuerzas armadas, pero insisto con resaltador: los militares al final son actores determinantes en las horas cero. En ese sentido, y en el nuevo contexto de demanda de justicia y democracia en Nicaragua, resulta imprescindible aprender las lecciones de Bolivia. Pero con cordura y sin caer en las comparaciones simplistas. Lo de Bolivia es distinto porque es una crisis que estalló tras un proceso electoral fraudulento. La protesta boliviana fue clave, le siguió el informe de la Organización de Estados Americanos (OEA) documentando el fraude, pero el empujón final lo dieron las fuerzas armadas. Esperemos que la ruta sea nuevas elecciones y que los sectores más derechistas de la oposición no copen el espectro.
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En Nicaragua, la principal presión hacia el régimen ya no está en la calle debido a la represión sostenida. Aunque la presión popular es bienvenida, debe alternarse con otras acciones de desgaste, como la presión internacional y las sanciones. Alistarse para otros escenarios. Es una reflexión en caliente, pero creo que se debe dimensionar el asunto. Porque Bolivia no esperó 12 años para disputarle a Evo el poder en las calles, quebrando status quo, sino que lo hicieron rápido. Nosotros, por desgracia, reaccionamos en masa hasta cuándo estábamos frente a la masacre.
Como sociedad le dejamos pasar a Ortega su alianza con el capital, los fraudes electorales, la reforma a la constitución para perpetuarse, aguantar la imposición de Rosario Murillo como vicepresidenta, entre otras violaciones selectivas a los Derechos humanos. Aunque vale decir que el sopor ciudadano era motivado por el miedo a las fuerzas de choque sandinista. La dictadura Ortega-Murillo se ha sumado ahora a la tesis de golpe de Estado en Bolivia para justificar la masacre de abril que cometieron. Pero lo más llamativo ha sido la orden dada a la militancia para propagar en las redes sociales. El mensaje dice: “Que no se confunda la derecha nicaragüense, acá tenemos una Policía y un Ejército leales”. Ellos lo tienen claro y evitarán, con todos sus medios, un lamento boliviano al estilo masista.
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