Monseñor Silvio Báez: "lavarnos los pies unos a otros" que significa "renunciar a dominar"
Monseñor Silvio José Báez, Arzobispo Auxiliar de Managua exhortó en su homilía de este jueves santo a "lavarnos los pies unos a otros" que significa "renunciar a dominar". El obispo Báez cumple tres años de exilio en Miami por persecución del régimen en Nicaragua.
Les compartimos su homilía de forma íntegra.
Queridos hermanos y hermanas:
Esta tarde hemos escuchado en la segunda lectura de la Primera Carta a los Corintios que “el Señor Jesús, la noche en que iba a ser entregado, tomó pan en sus manos, y pronunciando la acción de gracias, lo partió y dijo: Esto es mi cuerpo, que se entrega por ustedes. Hagan esto en conmemoración mía. Asimismo, tomó el cáliz después de cenar y dijo: Esta copa es la nueva Alianza en mi sangre. Cuantas veces la beban háganlo en memoria mía” (1 Cor 11,23-24).
Aquel gesto sencillo que Jesús realizó con un trozo de pan y una copa de vino estaba destinado a hacerlo presente en medio de sus discípulos a lo largo de los siglos. Para no olvidar a Jesús, repetimos amorosamente cada día el gesto del Maestro. Celebrando la eucaristía conservamos su memoria y no caemos en una amnesia espiritual que nos llevara a olvidarnos de él. Al dar el pan a sus discípulos Jesús les dijo: esto es mi cuerpo, es decir, este pan soy yo, cómanlo hasta saciarse y poder vivir el gozo de ser hijos del Padre y hermanos de todos los hombres. Al darles la copa de vino les dijo: esto es mi sangre, es decir, es mi vida entregada por amor, bébanla hasta embriagar sus corazones de la misma vida divina. La eucaristía es la memoria de Jesús por siempre.
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Todos sabemos lo importante que es la memoria para la vida humana. Gracias a la memoria poseemos y conservamos nuestra identidad a lo largo del tiempo. Desde que nos levantamos usamos la memoria, para recordar quiénes somos, qué actividades debemos realizar, quienes son nuestros familiares y conocidos, cómo debemos comportarnos, etc. Si no tuviéramos memoria, no podríamos vivir ni convivir con los demás. También existe la memoria de un grupo social, los recuerdos compartidos por un pueblo. Estos recuerdos dan identidad a la sociedad y muchos de ellos se actualizan en forma de celebración festiva. Los individuos y los pueblos tienen memoria y necesitan memoria para poder sobrevivir con identidad propia.
En la Biblia la memoria religiosa encuentra su lugar privilegiado en el culto, en donde se recuerdan y se celebran las obras de Dios. Esta memoria, sin embargo, no es sólo una operación intelectual con la cual se recuerda a algo a alguien, sino que es una acción que verdaderamente nos coloca en presencia de un acontecimiento pasado y de su autor. No es pura evocación del pasado, como lo puede ser la memoria de alguien en una escultura de piedra o en un texto, o la celebración de un cumpleaños que evoca el día del nacimiento de una persona, sino que es en sentido propio una acción en la que se realiza realmente el encuentro con Dios Salvador.
La Iglesia también tiene memoria; es “memoriosa”, dice el Papa Francisco. Hace memoria de Jesús en la Eucaristía en medio del mundo. No somos personas aisladas y separadas, sino personas unidas misteriosamente, que poseemos en común el don de la presencia, del amor y de la salvación de Jesús. La Eucaristía genera y nutre en nosotros una memoria vital. La Eucaristía es el sacramento del recuerdo y de la íntima cercanía y comunión que el Señor nos ofrece a cada uno. La Eucaristía es el memorial de Jesús, a través del cual él se hace realmente presente en medio de nosotros. Por eso, cada vez que comemos de este pan y bebemos de este cáliz, nos invade la presencia cálida de Jesús, nos arropa su amor, su vida y su espíritu nos inundan el corazón. Sin él no podríamos vivir como discípulos suyos. Sin él no podríamos sostenernos en la debilidad y levantarnos después de caer, no seríamos capaces de sanar y de esperar.
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Sin la memoria viva de Jesús no recordaríamos que hemos nacido de su sacrificio de amor, llamados a anunciar al mundo que solo el amor nos hace más humanos y nos salva de los caminos deshumanos y egoístas. Somos el pueblo que mantiene viva la memoria del amor en el mundo, dando testimonio de un amor sacrificado y entregado semejante al de Jesús.
En la Última Cena Jesús no sólo nos dejó su cuerpo y su sangre como memorial suyo, sino que también lavó los pies a sus discípulos, diciéndoles: "Les he dado ejemplo, para que lo que yo he hecho con ustedes, también ustedes lo hagan" (Jn 13,15). Este gesto también forma parte de la memoria de la Iglesia Jesús realizó el humilde servicio que prestaban los esclavos en las casas a quienes llegaban de la calle con los pies sucios por el polvo de los caminos. Era un gesto de acogida y de servicio, con el cual resumía lo que había sido su vida y lo que sería su muerte en la cruz.
Jesús quería dejar grabada en el corazón de sus discípulos la imagen no de un Dios impositivo y lejano, sino la de un Dios que se inclina y se pone a servir al ser humano. Lo que hizo Jesús es lo que hace Dios con nosotros: nos sirve. Se abaja amorosamente hasta nosotros preocupado por lo que necesitamos, deseoso de sanar nuestras heridas y fortalecernos con su consuelo. Al lavar los pies a los discípulos Jesús nos mostró que servir es una acción divina. El servicio humilde, disponible y desinteresado nos asemeja a Dios; la arrogancia, la prepotencia y el deseo de imponernos sobre los otros, nos aleja de Dios.
Así como no debemos dejar de celebrar la eucaristía, pues perderíamos la memoria de Jesús, también debemos lavarnos los pies unos a otros para conservar su memoria. "Les he dado ejemplo, para que lo que yo he hecho con ustedes, también ustedes lo hagan" (Jn 13,15). Hay que aprender a inclinarse frente a las necesidades y sufrimientos de los demás. Las personas demasiado erguidas en su autosuficiencia y su egoísmo hacen mucho daño. Lavarnos los pies unos a otros es renunciar a dominar, es poner a un lado actitudes que excluyen y humillan a otros, es ayudar a los demás con ternura y alegría a cargar el peso de la vida.
Jesús deseó ardientemente cenar la pascua con sus discípulos en la Última Cena para dejarnos una memoria viva de su amor. Acojamos con gratitud los dones que nos entregó para siempre en aquella memorable cena. Que nada opaque su memoria, que nada nos separe de su amor.
SILVIO JOSÉ BÁEZ, o.c.d.
Obispo Auxiliar de Managua