Así es la vida de los vecinos de un expendio de drogas en Nicaragua

Compradores ruidosos, venta de día y de noche, consumidores en la vía pública
Redacción San José
Julio 18, 2023 07:00 AM
Muchos expendios operan en Nicaragua ante la vista de la policía. • Foto: CORTESÍA DE PIXABAY.COM

El concepto 24/7 es el que mejor le cae a los expendios. No importan si es de día, de noche o de madrugada. El abastecimiento siempre es eficiente. Basta con dar dos golpes fuertes en la puerta resquebrajada cuyas fisuras han tratado de cubrir con pintura café, para que el “despachador” de turno saque la mano por el recuadro de la verja oxidada de hierro y haga la “transacción”.

Lo que primero era un rumor, con el paso de los días se convirtió en noticia confirmada. La pequeña casita “del tope”, la del zinc agujereado y la pintura descascarada tenía nuevo dueño y también había dejado de ser solitaria para convertirse en muy concurrida, sin dudas, demasiado concurrida.

La afluencia de clientes no fue de un solo golpe. Al inicio en el día se miraba pasar uno que otro joven que caminaba con sospecha y tocaba la puerta para ser atendido. Después empezaron a llegar taxis, carros de lujos, motocicletas y los de a pie que siempre han sido mayoría.

En el vecindario empezaron las quejas, porque muchos de los clientes empezaron a armar escándalos en las calles, o bien cuando no les vendían porque la plata era insuficiente o cuando algún “compañero” de vicio se les quería ir arriba.

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Los conflictos iban creciendo de tamaño, sobre todo cuando a una cuadra se instaló otro “negocio” de la misma naturaleza. Al inicio, la cantidad de compradores disminuyó, pero luego regresaron como hijos pródigos, pues decían que la del primer “distribuidor” era la mejor.

El problema no es que distribuyen drogas ilícitas, sino que los consumidores poco a poco van perdiendo la vergüenza y el reparo, pues ya pasan sin disimular, pero han empezado a consumir en plena calle, frente a niños y jóvenes.

Cuando las cosas llegaron a ese punto apenas se estaba develando la punta del iceberg, pues, aunque nadie había querido denunciar, algunos tomaron la decisión de hacerlo y lo que vino con la policía fue peor, pero dejémoslo para más adelante.

El “comercio” agarró mucha más fama y de ciudades cercanas empezaron a llegar clientes, pero la hora de mayor demanda comenzó a ser la noche. Desde ese momento, el vecindario no ha tenido tranquilidad.  

Motores ruidosos irrumpen el sueño y caminantes muy conversadores también despiertan a quienes desean descansar. La mayoría de carros y motos se parquean a media cuadra y uno de los clientes es el que baja a adquirir la “mercadería”. A veces pitan estruendosamente para anunciar su llegada al despachador, por si acaso se ha dormido.

Los que no tienen ningún tipo de vehículo son quizás los más estruendosos. Pues llegan en pareja o en grupo y pasan conversando en voz alta, se ríen y ahora hasta se sientan en las aceras del vecindario a platicar de los problemas en sus casas, de las cosas que venden para saciar sus vicios y mil cosas más.

Algunos de los compradores son jóvenes de buena cuna y hasta se sienten en confianza con el vecindario, pues saludan con familiaridad y se muestran educados. Otros jóvenes transpiran pobreza, venden cualquier cosa de casa en casa, desde granos básicos hasta frutas e incluso ropa, para luego ir a comprar.

¿Y la policía?

Desde que empezaron a inhalar las drogas en la vía pública, un par de vecinos decidieron llamar a la policía. Las “autoridades” hicieron caso omiso a las quejas ciudadanas y las cosas siguieron igual.

Semanas después, una joven apareció muerta a una cuadra del expendio. El despliegue policial fue increíble e incluso hizo presencia el comisionado Ramón Avellán. Sin embargo, al fin y al cabo, nadie sabe, nadie supo y al parecer nadie sabrá qué fue lo que sucedió.

Una semana después, llegaron varias patrullas al puesto de distribución. Hoy si lo quiebran, pensaron en el barrio, pues los agentes, incluso antimotines, bajaron con mucha diligencia, entraron en posición de requisa, acordonaron la zona y minutos después salieron.

No hubo detenidos, porque dijeron que no encontraron nada y todo siguió igual. Desde entonces, una vez al mes realizan esta pantomima y los vecinos siguen conviviendo con el expendio, con los clientes y con los dueños que siguen viviendo en la casa maltrecha, pero se movilizan en carros, lucen joyas y han adquirido otras propiedades.    

En el vecindario, quien aún no se acostumbra al ruido y a las conversaciones de media noche de los clientes del expendio, no puede descansar. Ante el actuar policial, la población solo ha bajado la cabeza y se hace de la vista ciega, pues no hay esperanza de que este negocio ilícito vaya a terminar.

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