Oscar René Vargas: Estamos a un tris de un final catastrófico
La realidad es que el destino del país está en manos de un sociópata, es impactante. Estamos corriendo hacia al borde de un desastre social, mucho peor que cualquier cosa que haya sucedido a los nicaragüenses en la historia. Sin embargo, la fragilidad del régimen Ortega-Murillo nunca había sido tan extrema. En tanto, los políticos tradicionales permanecen insensible a los altos riesgos y las consecuencias que significa el empobrecimiento de la sociedad.
Ortega-Murillo y sus secuaces están a la cabeza en la carrera hacia al abismo. Los políticos tradicionales y los poderes fácticos con la idea de evitar el precipicio huyen hacia la estulticia. Con la implementación de la “guerra biológica”, el régimen ha matado a decenas de miles de nicaragüenses, haciendo de este país el peor lugar de la región centroamericana por la política criminal e inoperante para mitigar el coronavirus.
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Saldremos de la pandemia, pero no saldremos de otro crimen que Ortega ha cometido, el empobrecimiento generalizado de la sociedad. Nunca ha habido una figura en la historia política que se haya dedicado tan apasionadamente a asesinar los ciudadanos que no piensan igual a él.
Muchos miembros de los sectores hegemónicos siguen con el hábito de aprovecharse del dinero público y albergan un profundo sentimiento de impunidad con la certeza de que su estatus social disuadirá a cualquiera de demandarlos ante los tribunales de justicia. En el sistema de castas en el que vivimos ellos están en la cumbre de la pirámide, eso perpetuara la impunidad. Las castas han demostrado ser impermeables y refractaria a la transparencia y a la institucionalidad democrática. Con una “salida al suave”, la fiesta de la corrupción seguirá.
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Los poderes fácticos no perciben el advenimiento de una catástrofe sanitaria y social, aunque nos hallemos pisando el borde del despeñadero. Las amenazas de las cinco crisis avanzan, y, sin embargo, los poderes fácticos permanecen impasibles, permaneciendo en la estrategia de una “salida al suave” a través de elecciones.
El modelo público-privado necesitaba de un gobierno favorable a los intereses privados (vieja oligarquía + burguesía tradicional + nueva clase oligárquica); pero, además, requirió de unas fuerzas armadas (ejército y policía), capaces de sujetar las protestas del campo y las ciudades, y reprimirlas.
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Las elites dominantes no toman conciencia que estamos a un tris de un final catastrófico con una venda en los ojos: siguen durmiendo con el enemigo por más que se rompan algunas piezas del rompecabezas que construyeron junto con la dictadura Ortega-Murillo.