Oscar René Vargas: Ortega-Murillo y los poderes fácticos
El régimen Ortega-Murillo y su círculo íntimo de poder son erráticos, irracionales y están dispuestos a hacer pedazos cualquier parte de la Constitución que sea un obstáculo para obtener sus caprichos. El régimen ha utilizado al ejército, la policía, los paramilitares e incluso a agentes de paisano para intimidar a los manifestantes de las protestas sociales y se apoya estratégicamente en ellos porque sabe que su base social se ha menguado.
La vocería del régimen está cada día en los medios de comunicación, contando mentiras, fomentando la discordia y el odio, y lo peor de todo es que, sus exabruptos y groserías absorben constantemente la atención de la oposición. Las acciones y las palabras importan, animan a otros a ser crueles, feroces y desalmados al justificar la represión de los policías y los paramilitares contra la población. El odio termina estupidizando a las personas, porque las hace perder objetividad frente a la realidad.
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La lógica de la administración Ortega-Murillo ha sido la lógica de la acumulación cortoplacista y hacer del Estado un instrumento para el enriquecimiento inmediato e inexplicable de unos cuantos. Los partidos zancudos y el gran capital han sido espectadores silenciosos de las denuncias de los actos de corrupción gubernamental, mientras Ortega-Murillo convertía a nuestro país en un país dominado por la cleptocracia. Es decir, los poderes fácticos se avienen al sistema corrupto.
Gobernar significa afrontar racionalmente y con seriedad las crisis, y el régimen Ortega-Murillo ha demostrado que son incapaces de dirigir un país en un periodo histórico difícil. Por ejemplo, siguen negando el impacto real del coronavirus para ocultar su incompetencia. El nivel de torpeza y desinformación permitió que el número de fallecidos sea mayor a 6,000 personas, realidad que se pudo evitar si hubieran hecho lo básico.
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La dictadura Ortega-Murillo ha puesto de manifiesto que los poderes fácticos no están comprometidos con la democracia. El principal rasgo que comparten los poderes fácticos con Ortega-Murillo es el gusto por el autoritarismo. Prefieren a un líder fuerte y autocrático antes que el proceso de construcción de consensos, a menudo lento y caótico, inherente a la democracia.
Los poderes fácticos no comprenden ni la democracia ni la seriedad del arte de gobernar. Prefieren la rigidez y la obediencia, mientras callan frente a la criminalización de los presos políticos, la destrucción de las instituciones defensoras de los derechos humanos y la represión cotidiana a los que protestan en las calles de las ciudades.
El país no aguanta más, las evidencias están a la vista de la confluencia de las cinco crisis (económica, social, política, sanitaria e internacional) más la crisis ecológica, y la desigualdad social tocando su máxima nivel. Es obvio que se requiere una transformación en todos los ámbitos de la vida social.
La rebelión ciudadana es la demostración de un malestar colectivo que vislumbra o intuye la necesidad de un cambio profundo, pero que no alcanza a realizarlo y menos a construirlo. El problema es que, desde abril 2018, las protestas y resistencias se enfocan en objetivos parciales o secundarios y no llegan a reconocer las causas profundas de cada una de las cinco crisis en desarrollo.
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La dictadura se empantana frente a las cinco crisis, pero sin desenlace final. En la oposición hay una carencia de estrategia e instrumentos a la altura de la complejidad de las cinco crisis. Esta traba es la propia limitación de la oposición real y requiere la superación de los métodos de la política tradicional que, enclavados en la cultura política nicaragüense, se ha vuelto un estorbo.
La oposición requiere un programa, un corpus de ideas y propuestas. El pueblo necesita conocer una propuesta antagónica al modelo de la dictadura. El régimen ha demostrado tanto su ineficiencia como su capacidad de irradiar injusticias. Cada día queda más verificado que la permanencia en el poder de Ortega-Murillo es totalmente incompatible con los derechos humanos y la recuperación económica y social.
Subestimar la inmensa fuerza de la realidad socioeconómica constituye un error. Creer en algo, defenderlo y exponerlo con argumentos serios es un camino, a veces complicado, pero más sólido que otro tipo de atajos con exceso de tacticismo que acaban confundiendo el horizonte estratégico.
No es posible solucionar los problemas con el mismo procedimiento y cultura política con que han sido creadas las diferentes dictaduras en Nicaragua. Hay que romper con la cultura de los pactos, de los arreglos. Hay que empoderar lo social frente al poder político y al poder económico. Hay promover la gobernanza desde abajo, esto es, la democracia participativa. Hay que impulsar el poder de las comunidades locales y municipios y favorecer la economía social.