Alegrémonos ante la represión
Frente a la embestida de la persecución, los cristianos hallamos fortaleza en la unidad solidaria, desafiando con entereza toda adversidad.
La certeza que nos guía es la convicción de que todas las cosas, sobre todo aquellas que se presentan como obstáculos en el sendero de nuestra fe, redundan en bien para aquellos que aman a Dios.
En las arboledas del evangelio, donde las palabras del Nazareno resplandecen como destellos de luz divina, se nos revela una verdad ineludible: la promesa de la persecución, un amargo fruto que aguarda a aquellos que siguen el camino del Redentor. En las páginas del Evangelio según Juan, capítulo 15, versículo 20, resonó la voz del Maestro:"...Si a mí me han perseguido, también a vosotros os perseguirán".
En las veredas de sus enseñanzas, antes de este anuncio, Jesús, con la serenidad de quien conoce el futuro de sus elegidos, advierte a sus discípulos que el mundo los aborrecerá, pues él los ha seleccionado de entre las sombras que el mundo abraza con fervor (versículos 18 y 19).
En las epístolas, en 2 Timoteo 3:12, se traza otra promesa certera: "todos los que quieren vivir piadosamente en Cristo Jesús padecerán persecución".
Así, los cristianos, desterrados del mundo por su llamado, se ven destinados a enfrentar la tormenta de la persecución, una danza en la cual algunos serán ultrajados con la ligereza de la burla y otros soportarán el peso brutal de la tortura, la cárcel y el asesinato. Pero seremos perseguidos.
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Entonces, el interrogante que se yergue ante nosotros no es cómo eludir la persecución, sino cómo articular nuestra respuesta ante el ineludible destino. Debemos abrazar la actitud justa y contemplarla con la mirada que solo Dios posee.
El libro de Santiago, capítulo 1, versículo 2, nos susurra al alma: "tened por sumo gozo cuando os halléis en diversas pruebas", revelando que la dicha suprema se anida en las pruebas, pues son estas las que forjan la fe y propician el crecimiento espiritual.
En las bienaventuranzas proclamadas por Jesús, en Mateo 5:10-12, se eleva el testimonio de los bienaventurados, aquellos que sufren persecución por la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos.
Es un gozo, un regocijo ante la adversidad, un testimonio que resuena a lo largo de la historia de los profetas que fueron perseguidos antes que nosotros.
La bienaventuranza florece cuando somos perseguidos por nuestra fe en Jesús. En la carta a los Filipenses, Pablo nos lega su ejemplo, considerando un privilegio la participación en los padecimientos de Jesús (Filipenses 3:10).
La persecución no es un escollo a evitar, sino una senda a transitar con la certeza de que el resultado será beneficioso.
Nos persiguen por que hablamos y actuamos conforme al corazón de Dios. No nos persiguen por permanecer en un silencio complice.
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Como José, en los salones de Egipto, proclamó: "Vosotros pensasteis mal contra mí, mas Dios lo encaminó a bien" (Génesis 50:20), aludiendo a su venta como esclavo.
La persecución, instrumento maleable en manos del mundo para perpetrar el mal, es, en las manos de Dios, un orfebre que moldea nuestro bien.
Entre las sombras que proyecta la persecución, emerge una luz inesperada. La apreciación de lo que poseemos en Cristo se agiganta. La promesa resuena en Filipenses 4:19: "Mi Dios, pues, suplirá todo lo que os falta conforme a sus riquezas en gloria en Cristo Jesús".
En la forja de la persecución, la confianza en esta promesa se afianza, y como resultado, nos apoyamos más en Dios, prescindiendo del sustento efímero de este mundo.
Podemos deleitarnos en las cosas terrenales, pero ya no las necesitamos.
Otro tesoro se revela en la unidad de la Iglesia, tejida con los hilos de la persecución. Cuando la tormenta arrecia, los hijos de la fe se abrazan en solidaridad, forjando una comunión que desafía las adversidades. La historia atestigua que, ante el aumento de la persecución, la Iglesia se une, se fortalece en su fragilidad compartida.
En el crisol de esta perspectiva, donde la persecución es un medio divino, nos regocijaremos cuando, por causa de nuestra fe en Cristo, seamos perseguidos.
En este escenario de sufrimiento, la luz de la bienaventuranza resplandece, recordándonos que, así como los profetas del pasado, somos portadores de una esperanza que trasciende las sombras de la persecución.
Mi aprecio, oraciones a mis hermanos Obispos, sacerdotes, pastores y laicos que hoy sufren cárcel y persecución en Nicaragua. Doy gracias a Dios por sus vidas y me alegro por que son dignos discípulos del Maestro.
“Les digo todo esto para que encuentren paz en su unión conmigo. En el mundo, ustedes habrán de sufrir; pero tengan valor: yo he vencido al mundo.” Juan 16:33.
Que Dios bendiga a Nicaragua.