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Félix Maradiaga: Cuando la Libertad Toca Tierra

Abordé ese avión con un nudo en la garganta al saber que estaba iniciando mi tercer exilio. En 1988 partí hacia Estados Unidos siendo entonces un niño. En 2019 estuve brevemente exiliado después de sobrevivir dos intentos de asesinato y varios juicios fabricados en mi contra. El 2023 sería la tercera vez que la misma organización criminal, el FSLN, y Ortega, me obliga a salir del país que amo

Febrero 09, 2024 02:35 PM
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Félix Maradiaga: Cuando la Libertad Toca Tierra
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Félix Maradiaga

El 9 de febrero de 2023 aterrizó en el aeropuerto Dulles de Washington DC, Estados Unidos, un vuelo chárter con 222 presos políticos excarcelados por el régimen dictatorial de Daniel Ortega en Nicaragua.

Muchos se han referido a ese evento como El Vuelo Hacia la Libertad. A un año de ese episodio, todavía recuerdo con una dosis de asombro la magnitud de ese momento. Pocas horas antes de que nos trasladaran de El Chipote hacia una sección especial del aeropuerto de Managua, las horas avanzaban con su habitual lentitud en la soledad del centro de detención y de tortura más emblemático de Nicaragua. La noche del 8 de febrero, como todas las noches, varios presos rezábamos en susurro el rosario o hacíamos las oraciones de la noche bajo el regaño insistente de los guardias.

Por razones que no comprendo, esa noche yo estaba inusualmente inquieto. No podía dormir, así que estaba despierto cuando escuché a varios oficiales entrar en el pasillo cargando ropas y zapatos civiles en sus manos. ¡Todo el mundo arriba! ¡Despiértense! gritaron. Luego nos agruparon en celdas comunes donde pude ver a otros hermanos de lucha que sabíamos que estaban presos, pero que dada las condiciones de aislamiento no nos habíamos comunicado.

Los rostros de los guardias indicaban claramente que lo que venía era favorable para nosotros. No tenían el triunfalismo habitual y el tono de burla con que en otros momentos nos trasladaron a auxilio judicial o a otras áreas de El Chipote. La mirada de los oficiales fue mi primera señal de que nos excarcelarían en la madrugada. En los cientos de interrogatorios previos muchos de ellos nos habían dicho que nos pudriríamos en la cárcel. ¿Cómo se explicarían que pocas horas después llegaríamos a Estados Unidos en un vuelo fletado?.

Ya en el aeropuerto la ley del silencio, tan común en El Chipote, seguía siendo implementada. Estábamos esposados y no podíamos hablar para especular sobre nuestro destino. Subió al autobús un comisionado de la policía y explicó que teníamos que firmar una hoja que tenía dos líneas en blanco. Una línea debía ser llenada con nuestro nombre y la otra con el país de destino. El papel indicaba que voluntariamente aceptábamos irnos a Estados Unidos.

No puedo decir que, en mi grupo dentro de ese bus, hubiera total alegría. Varios titubeaban si firmar o no. Atrás quedaban familias, esposas, hijos. Atrás quedaba el país por el que tanto habíamos luchado. Meses antes mi abogado internacional Jared Genser le explicó a Berta que era posible que nos deportaran hacia Estados Unidos, pero que no era nada garantizado. Estados Unidos le había mandado un mensaje a Ortega: “Nosotros estamos dispuestos a recibir a todos los presos políticos”. Ortega no había respondido, pero Jared y Berta me mandaron ese mensaje y me pidieron que, si esa recóndita posibilidad se materializaba, yo les debía prometer que aceptaría. Así que mi decisión estaba tomada. 

El 09 de febrero del 2023, Félix Maradiaga, uno de los 222 presos políticos desterrados a EEUU. 

Me quitaron las esposas y salí del autobús. Viendo por primera vez en casi dos años el cielo de Managua sobre mi cabeza, en esa madrugada histórica, hice una rápida oración de gratitud. Luego vi a una querida amiga diplomática estadounidense que, junto a una sonrisa en sus ojos, me preguntó: ¿Aceptas ir a Estados Unidos? Asentí con mi cabeza y caminé hacia otra funcionaria que tenía una caja con pasaportes nicaragüenses nuevos. Me arrodillé rápidamente para besar el suelo nicaragüense y tomé el pasaporte que paradójicamente pocas horas después sería revocado por la misma dictadura que lo emitió.

Abordé ese avión con un nudo en la garganta al saber que estaba iniciando mi tercer exilio. En 1988 partí hacia Estados Unidos siendo entonces un niño. En 2019 estuve brevemente exiliado después de sobrevivir dos intentos de asesinato y varios juicios fabricados en mi contra. El 2023 sería la tercera vez que la misma organización criminal, el FSLN, y Ortega, me obliga a salir del país que amo con cada parte de mí. No obstante, en esta ocasión me acompañaba un amor tan grande como el amor que tengo por Nicaragua. El amor a mi familia. La voz del Espíritu me decía casi audiblemente que era hora de luchar desde otras trincheras, sin separarme de mi familia.

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En septiembre de 2019 salí de Miami, Florida, hacia Managua. En aquella mañana del 16 de septiembre me despedía en el aeropuerto mi hija Alejandra, mi esposa Berta y mi madre Carmen. Yo regresaba sabiendo que me esperaba una dura e incomprendida travesía en el desierto. Los videos que en aquella ocasión dejé grabados para mi hija Alejandra, estaban hechos para diferentes escenarios. Uno de los videos iniciaba diciendo: “Hija, si estás viendo este video es porque estoy preso.” Otro, el más duro de filmar, decía, “Alejandra, hija mía, si estás viendo este mensaje es porque me asesinaron por tener estas ideas de libertad. Quiero pedirte perdón por dejarte, pero quiero que sepas que este camino era necesario.” Doy gracias a Dios que ese segundo video nunca tuvo que ser utilizado, pero yo sabía que ya era momento de regresar.

A un año de aquel episodio agridulce de libertad y destierro, como uno de esos 222, siento la necesidad imperiosa de renovar el compromiso con Nicaragua. Ser parte de ese número no es meramente simbólico; representa una porción de esperanza, una comunidad de voces que fueron sofocadas en un intento por silenciar la disidencia. Hoy, mientras respiro el aire libre, mi corazón rebosa de gratitud hacia aquellos que hicieron posible este segundo nacimiento. Pero también siento el compromiso de renovar los votos con el lugar especial que la familia merece. A veces esta es una decisión difícil para aquellos que lo dejamos todo o casi todo, incluida la familia, por luchar por nuestros principios y por nuestro país.

Félix Maradiaga junto a su esposa Bertha Valle y su hija Alejadra. 

Es paradójico que el acto de desterrarme, en su ilegalidad, me haya concedido la oportunidad de reevaluar lo que significa ser libre. La democracia no es meramente un sistema de gobierno, es una pulsión del alma que clama por la verdad y la dignidad. Mi esposa Berta, con su incansable campaña por nuestra libertad, y mi hija Alejandra, con su anhelo de abrazos paternos, son la personificación de esa lucha diaria por la justicia.

En el vacío dejado por mi ausencia, Berta Valle surgió como una columna de fuerza y determinación. Su amor por mí, por nuestra familia y por Nicaragua se transformó en una campaña incansable por la justicia y la liberación de todos los presos políticos. Con cada palabra y cada paso, Berta se convirtió en más que una esposa y madre; se convirtió en la portavoz de un pueblo cuyas voces habían sido sofocadas.

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Su jornada no conocía fronteras; recorrió el mundo, llevando consigo la pesada carga de nuestro sufrimiento colectivo, pero también la inextinguible luz de la esperanza. Habló en foros internacionales donde la voz de Nicaragua no había sido escuchada antes y se aseguró de que la injusticia que se vivía en Nicaragua no fuera ignorada ni olvidada. Con cada encuentro, cada entrevista y cada noche sin descanso, Berta tejía una red de solidaridad que se extendía mucho más allá de nuestras fronteras. Su tenacidad y su pasión inspiraron a muchos a unirse a nuestra causa, y su presencia se convirtió en un faro de esperanza para las familias de los prisioneros políticos. Hoy, mientras escribo estas palabras de libertad y reflexión, no puedo evitar sentir una profunda gratitud y admiración hacia ella.

El abrazo con mi hija al llegar a Washington DC fue mucho más que un reencuentro familiar; fue un acto de sanación, un lazo que se rehízo y que simboliza la inquebrantable voluntad del espíritu humano. Las cadenas de la prisión no pudieron contener el amor y la determinación de una familia, de una comunidad internacional que se atrevió a poner la humanidad por encima de la política.

Reflexionar sobre la libertad es reconocer que cada aliento libre es un regalo inmerecido. Es entender que la libertad no es solo la ausencia de cadenas, sino la presencia de oportunidades, la seguridad de la justicia y la dicha de la expresión. La libertad es la piedra angular de la dignidad humana, y ningún mar de política o poder puede ahogar ese deseo inherente que reside en cada corazón.

Quiero expresar mi profundo agradecimiento a todos los que han sido parte de este camino: desde mi esposa Berta y mi madre, hasta Jared Genser y los amigos que siempre estuvieron ahí, pasando por los diplomáticos que tejieron los hilos de nuestra libertad. Mientras celebro este año de vida renovada, reafirmo mi compromiso con aquellos que aún esperan, que aún luchan, que aún sueñan con el día en que puedan abrazar a sus seres queridos sin miedo, en nuestra amada Nicaragua. La verdadera medida de nuestra libertad radica en la liberación de todos nuestros hermanos y hermanas nicaragüenses.

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