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Madres y padres de Abril:  “La esperanza no la perdemos” por libertad y justicia en Nicaragua

El 18 de abril de 2018 marcó un antes y un después en la mente de los nicaragüenses. La juventud que por mucho tiempo se consideró desconectada de la realidad nacional demostró con masivas protestas y movilizaciones en las calles que era el momento de un cambio

Abril 18, 2022 07:00 AM

En el cuarto aniversario de la rebelión nacional 100%Noticias conversó con sobrevivientes, padres y madres de víctimas mortales de los ataques quienes contaron como ese año cambió para siempre sus vidas. Son familias separadas, desempleadas y empujadas al exilio por elevar sus voces ante el mundo al exigir investigación, justicia, verdad, reparación y memoria de las víctimas en Nicaragua. 

El 18 de abril de 2018 marcó un antes y un después en la mente de los nicaragüenses. La juventud que por mucho tiempo se consideró desconectada de la realidad nacional demostró con masivas protestas y movilizaciones en las calles que era el momento de un cambio. También lo demostró el gobierno de Daniel Ortega que dejó atrás el discurso de vivir bien, vivir bonito en la Nicaragua cristiana, socialista y solidaria por el uso desmedido de las fuerzas armadas paraestatales contra todas las voces disidentes.  

El jueves 19 abril la muerte de los primeros nicaragüenses enlutó a todo el país. Darwin Manuel Urbina de 29 años, Hilton Rafael Manzanares de 33 años y Richard Pavón Bermúdez de 17 años. Un trabajador de supermercado, un policía y un estudiante de secundaria, respectivamente. Víctimas que no pidieron ser héroes. Con estas muertes la represión gubernamental selló los inicios de las violaciones de derechos humanos. 

De acuerdo con datos de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) al menos 355 víctimas perdieron la vida entre abril de 2018 y julio de 2019 en el contexto de las protestas sociales en Nicaragua. 344 de las víctimas eran hombres (23 era agentes policiales) y 15 mujeres. De las víctimas totales 27 eran niños, niñas y adolescentes.

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A cuatro años del estallido social se cuenta más de 181 presos políticos en una nación dominada por las violaciones de derechos humanos. Cada día se suman nuevos nicaragüenses forzados a solicitar protección internacional. Solo en la vecina Costa Rica ya suman más de 150, 000 desplazados, según datos de la Agencia de la Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR). Mientras tanto, entre enero de 2021 y febrero de 2022, la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza de Estados Unidos registró la detención de 111, 872 pinoleros en sus fronteras sureste.

“Cuatro años y sigue doliendo” 

En el domicilio que por quince años habitó el adolescente Álvaro Manuel Conrado Dávila se mantiene el altar a su memoria. En una esquina están las fotografías, diploma, bicicleta, guitarra, medallas y otras pertenencias de aquel estudiante de secundaria que el 20 de abril de 2018 fue asesinado de un disparo en su garganta cuando llevaba agua a los estudiantes universitarios de la Universidad de Ingeniería (UNI).

Alvarito como le llamaba su familia, era el mayor de tres hermanos. A cuatro años de fallecido, su padre Álvaro José Conrado de 53 años lo imagina como un universitario estudiando derecho o tal vez siguiendo sus pasos en la ingeniería.

 “Estuviera en segundo año de su carrera”. También lo imagina hablando inglés.

 “Cuando fue asesinado estaba en el nivel séptimo”.

“Me imagino que con 19 años ya tuviera su novia”. 

A este padre orgulloso, se le ilumina el rostro cuando piensa en el futuro de su primogénito si no le hubieran arrebatado la vida a los 15 años. Recuerda que Alvarito era amante del dibujo y practicaba atletismo, pero el aniversario de su muerte lo trae a la dolorosa realidad.

“Lo que nos pasó a nosotros, no debió habernos pasado si en realidad estuviéramos en un país democrático. Y si el gobierno no hubiera dado la orden de disparar todos esos muchachos estaría vivos”, dice a 100% Noticias desde la sala de su casa con la imagen de su hijo de fondo. 

“Todo mundo sabe que había personas -policías- armadas en el Estadio Nacional de Béisbol, Denis Martínez”, de donde señalan que salió la bala con dirección a los manifestantes de la UNI y terminó alcanzando al adolescente. 

El padre de Alvarito Conrado dice que le negaron atención a su hijo en el hospital Cruz Azul porque sus directivos recibieron la orden de no asistir a los reclamantes heridos.

 “Fueron cinco o diez minutos claves”, afirma que en la muerte de su hijo hay muchos responsables directos e indirectos.

 “La justicia terrenal todavía no ha sido efectiva”

Para la familia Conrado Dávila, también llegó la separación por denunciar las violaciones de derechos humanos de los nicaragüenses a nivel internacional.

 “Los niños hablan diario con ella, pero no es lo mismo”, dice que a su esposa la han amenazado porque en el momento que ella ponga un pie en el país será detenida por las nuevas leyes represivas.

“Cuatro años sin mi hijo y sigue doliendo. Creo, que con mayor intensidad. Son cuatro años de lucha. Cuatro años sin justicia. Cuatro años de tratar de sobrevivir al dolor y más por la forma que me lo arrebataron. Yo creo que es un dolor que me va acompañar hasta el último momento de mi vida”, dice Lisseth Dávila, madre de Alvarito Conrado. 

“Es un sentimiento encontrado porque en abril el nació, pero también en abril me lo arrebataron”.

 Trata de refugiarse en la fe cuando siente que las fuerzas le fallan ante el ambiente adverso del país.

 “Como madre pido justicia para mi hijo y a los jóvenes asesinados porque fue algo cobarde lo que hicieron con ellos y tengo derecho a conocer la verdad”.

Para Lizeth es inconcebible que se les haya quitado la vida por pensar diferente y reclama por el hecho de que estando herido su hijo se le negara el derecho a recibir atención médica. “Me indigna y me llena de frustración porque pasó mucho tiempo esperando”.

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Aunque este año no podrá llevar una flor a la tumba de su hijo como hubiera deseado, seguirá denunciando las violaciones de derechos humanos que ocurren en el país desde su exilio. Reafirma que los recuerdos los llevará en su alma hasta el día que muera.
 
“Ningún exilio es bonito porque nadie te espera con los brazos abiertos. Se sufre y es triste porque se pasan dificultades y humillaciones. Te toca arar el mundo sin familia, sin hijo y sin nada. Lo único que tenes vida y salud para lograr ver el objetivo por el cual fuiste forzada al exilio”. Su propósito lo tiene claro. 

“Las madres luchamos por una memoria histórica y se conozca por todas las generaciones lo que hizo Daniel Ortega con los jóvenes nicaragüenses a los que trató de callar y no sabía que levantó a un pueblo”.

A Lisseth Dávila le gusta pensar en el hijo que tuvo y le regaló tantos momentos de felicidad. 

“Traje al mundo a un niño maravilloso, pero me da coraje las injusticias porque le arrebataron su vida cuando intentaba ayudar a los demás”. 

Por ahora, acepta que se está luchando por la justicia terrenal, pero está convencida que existe la justicia divina y tarde o temprano llegará. 

“Dios es justo y trabaja en su tiempo. Vamos a ver justicia, democracia, libertad y un día volveremos al país los que estamos afuera”.

“Orlandito tiene una madre fuerte”

A partir del 30 de mayo para mi familia y para mí dio un giro 100% demasiado rápido. Al punto que nos encontramos unidos por la comunicación, pero sin convivir en el mismo hogar”, cuenta Yadira Córdoba desde su exilio en Estados Unidos donde sigue pidiendo justicia por el asesinato de su hijo y luchando por sobrevivir el día a día. Misión nada fácil.

Orlando Aguirre Córdoba de 15 años acudió a la “Madre de todas las Marchas”, el 30 de mayo de 2018. Esa tarde, una bala impactó su tórax frente al Estadio Nacional de Béisbol donde testigos aseguraron se encontraban francotiradores.

 “Todos mis hijos tienen un lugar especial y ninguno puede superar a otro”. 

Es el segundo exilio para esta madre que huyó del asedio policial. Vivió dos años en Costa Rica y recientemente llegó a Estados Unidos, pero en su ser arrastra el dolor de perder a un hijo.

 “Nos asesinaron a nuestros hijos y nos obligan a emigrar todavía. Nos obligan a desplazarnos de nuestros hogares. Descaradamente llegaron a ofrecerme indemnización y yo no voy a aceptar un centavo de mano de los asesinos, porque al aceptar ellos quieren que uno acuse a gente inocente y yo por mi parte no lo voy hacer”. 

A casi cuatro años de la masacre donde 19 personas perdieron la vida (en marcha del día de las madres), Orlandito como esta madre prefiere llamarlo, se encontraba entre las víctimas mortales, pero la memoria de aquel niño alegre y apasionado por el fútbol se mantiene viva en la mente de Yadira Córdoba y acepta que es en ese recuerdo que encuentra fuerzas. 

“Me imagino a mi hijo como un muchacho aplicado en las cosas de Dios porque era el baterista de la iglesia”.

“Siempre lo recuerdo como un niño alegre, que no le gustaba verme triste.

 "Cuando me miraba llorar buscaba la manera que yo sonriera”, dice mientras intenta evitar las lágrimas que asaltan su rostro. “Eso es lo que a mí me mantiene firme y me rio, cuando la tristeza llegaba porque siempre él trataba de que yo no estuviera triste”.

Este año se encuentra separada de todos sus hijos.  Mientras dos están en Nicaragua, uno se enucentra exiliado en Costa Rica.

 “Jamás me imaginé vivir lejos de mis hijos porque nunca los anduve dejando con familiares ni nunca me separé de ellos”.

 A Yadira la acompaña una fotografía de Orlando, dice que a medida que se aproxima mayo revive el dolor de su muerte y también renueva el compromiso de luchar.

 “Quiero continuar demostrando que Orlandito tiene una madre fuerte que continuará exigiendo esa justicia, esa memoria y esa verdad”.

Exilio de madre de Gerald Vásquez

Susana López tiene once meses de vivir exiliada en Costa Rica. Asegura que está pagando el precio por no quedarse callada al denunciar el asesinato de su hijo mayor Gerald Vázquez de 20 años. Este joven recibió un disparo en la cabeza el 14 de julio de 2018 cuando se encontraba atrincherado en la Universidad Autónoma de Nicaragua (UNAN-Managua) y junto a otros manifestantes buscó refugio en la iglesia Divina Misericordia para protegerse del ataque armado que inició el 13 de julio. Narra que su hijo se involucró en las protestas antigubernamentales a raíz de las injusticias cometidas dentro de las mismas universidades de las cuales fue testigo. 

“Formamos la organización Madres de Abril con el objetivo de mantener viva la memoria de nuestros hijos y exigir justicia por los crímenes de lesa humanidad cometidos en Nicaragua”. Agrega López. 

“A nosotras como madres de asesinados no solo nos dañaron físicamente también en la parte emocional porque nos ha generado enfermedades. Lo último que me dio a mí fue una neuropatía que me ha costado recuperarme y la depresión que uno carga también es muy duro porque es doloroso ver cómo te asesinaron a tu hijo y ni siquiera podés vivir en tu propio país”.

Esta madre cuenta que desde el asesinato de Gerald su familia abandonó su vivienda en Masaya para frenar las amenazas y el asedio no solo policial también de simpatizantes sandinistas. 

“Ahora que estoy fuera del país me da temor que la arremetan contra mis hijas y le pido protección a Dios”.

Para Susana, madre de cinco hijos, el exilio fue la última alternativa de sobrevivencia, sin embargo, los primeros seis meses estuvo desempleada sin poder ayudar económicamente a su familia y hasta ahora es que siente un poco de estabilidad. 

“Lamentablemente no me pude traer a mis hijas, pero confío en Dios que un día volveré a Nicaragua con todas las garantías. Es la última esperanza que tengo y si nosotros como madres de asesinados que hemos salido del país para resguardar nuestras vidas no la hemos perdido, le pido al pueblo nicaragüense que no pierda la esperanza”.

”No podré visitar la tumba  de mi hijo”

Cada 23 de junio, se celebra el día del padre en Nicaragua, pero en 2018 Nelson Lorío aguardaba junto a un pequeño féretro blanco. En su interior yacían los restos de su hijo Teyler Lorío Navarrete de tan solo 14 meses.  Su muerte quedó registrada en un video cuyo fondo estaba dominado por sonidos de disparos. Una bala impactó directamente la cabecita del niño quien falleció al ser llevado al hospital Alemán Nicaragüense.

A cuatro años de las protestas antigubernamentales, Nelson sostiene que la bala de su pequeño estaba dirigida para él por haberse involucrado y está seguro que provino de paramilitares de la Policía. Cuenta que el 19 de abril frente a sus ojos vio desangrarse a Darwin Manuel Urbina, la primera víctima de la represión. Después de casi dos meses la vida de su bebé fue arrebatada de sus manos.

“Tengo un video tatuado en mi memoria, no necito verlo por las redes. Tengo grabado en mi corazón el llanto de mi esposa y de mi hija. El grito de los muchachos que se pusieron alrededor pidiendo ayuda para sofocar al niño que en ese momento todavía estaba vivo”, dice este padre quien confiesa que evita ver esas imágenes en internet.

Cada día se esfuerza por intentar descubrir el propósito de la muerte de un ser tan inocente. “Dios tiene un propósito y lo vamos a ver en un futuro”. 

Sin embargo, este padre no tolera que en el acta de defunción de su hijo se registrara el “suicidio” como una de las causas de muerte ni el cambio de arma de fuego por arma blanca. 

Por elevar su voz reclamando justicia Nelson Lorío ha pagado un alto precio que le valió desde asedios, amenazas, persecución a su familia hasta el exilio forzado. Este 19 abril, será diferente a los años anteriores que acudía a la tumba de su hijo a meditar. 

“Yo llegaba y me quedaba pensando qué podía hacer con ese niño en un futuro, gracias a Ortega muchas familias no podemos ni visitar las tumbas. Aún no hemos llorado ni hemos podido tener el duelo que merecemos”.

Además de la pérdida de su hijo, Nelson Lorío, sufre el dolor de su madre quien padece diabetes y la muerte de su padre quien no logró ver justicia para su nieto. También a miembros de la familia de su esposa les han perseguido por denunciar.

 “Aún hay muchas secuelas en nuestras familias que todavía las seguimos viviendo”, dice desde su exilio.

 A través de Facebook, este padre mantiene viva el recuerdo de Teyler Lorío. El pasado 7 de abril, su pequeño hubiera cumplido sus primeros cinco años de haber llegado a este mundo, Nelson sintió la necesidad de mejorar su tumba auque la distancia los separe por ahora.

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En diciembre pasado Nelson Lorío junto a su esposa e hija pidieron asilo en Estados Unidos. Como un migrante más la vida ha sido difícil para él y toda su familia. Asegura que hasta ha pasado hambre porque no ha tenido empleo por tres o más semanas. 

Para este hombre la falta de papeles ha sido uno de sus principales desafíos y dice estar convencido que el sueño americano es una idea mal contada porque el precio de la renta es elevado, lo que en ocasiones les obliga a solicitar ayuda, sin embargo, prefiere reservarse sus carencias para evitar ser criticado.

 “Yo no soy del tipo que va a vivir de ayuda. A mí me gusta ganarme mi bocado”, señala.

Está consciente que son muchos los nicaragüenses que como él llegan a esa nación a empezar de cero.

 “Hay muchos inmigrantes como nosotros, sin papeles, aquí hay desempleo y los salarios devaluados ante tanta mano de obra”. 

Revela que se ha enfrentado con algunas organizaciones que utilizan el dolor de las víctimas y sus familiares para hablar en nombre de Nicaragua, pero una vez que se necesita de su apoyo en el extranjero le dan la espalda y él lo ha vivido en carne propia. 

Nelson Lorío cree que lo primero que hará al volver a Nicaragua será visitar la tumba de su hijo y la tumba de su padre para derramar todas las lágrimas que ha evitado soltar y abrazar a su sufrida madre. “Deseo y sueño volver a mi tierra de la que nunca debí salir”.

Por ahora, desde el extranjero, continuará exigiendo justicia, democracia, libertad de expresión, de pensamiento y la liberación de todos los presos y presas políticas.  Pero aclara que su retorno lo hará hasta que haya nuevas autoridades.

“Con la dictadura en el poder no”.

 “Yo sobreviví a un disparo en mi rostro”

La fecha del 23 de junio de 2018, Alba Mendoza Rocha la tiene grabada en su memoria y la cicatriz de su nariz se la recuerda cada vez que se ve al espejo. “Yo salí herida vea”, dice mientras se lleva los dedos a la nariz y alza la mirada al cielo. 

“Me pegaron con arma de fuego”, dice esta mujer de 54 años quien narra que no solo le ha tocado sobrevivir a ese impacto de bala sino a persecución permanente por declararse opositora.

Recuerda que una joven motorizada la llevó herida al hospital Alemán Nicaragüense y le fue negada la atención médica luego de responder al médico que había sido atacada con arma de fuego por francotiradores alineados al gobierno en un barrio capitalino que en ese momento realizaban la eliminación de barricadas, acción que luego se conoció como Operación Limpieza.

 “Le voy a pedir un gran favor: váyase, porque nosotros estamos igual que ustedes”. 

En ese momento, ella vio llegar herido al niño Teyler Lorío, un pequeño de 14 meses que tenía un balazo en su cabeza.

 “Yo salí llorando porque vi al niño”. Antes de abandonar el centro recuerda que se acercó a un policía que estaba y lo confrontó: “¿No tienen familia ustedes? ¿no tienen hijos o no tienen hermanos?”.

Un vecino de su barrio la trasladó en otra moto al hospital Vivián Pellas donde fue atendida de inmediato y aprovechó para poner su denuncia ante miembros de la Comisión Permanente de Derechos Humanos (CPDH) que se encontraban en el lugar y también denunció su caso ante el Centro Nicaragüense de Derechos Humanos (Cenidh).

Desde finales de abril Alba Mendoza decidió involucrarse en las protestas antigubernamentales y apoyó a los estudiantes atrincherados como lo hicieron decenas de vecinos de todas las edades que habitaban en barrios aledaños a la Universidad Politécnica de Nicaragua, una entidad privada que en febrero de este año fue despojada de su personería jurídica. 

A los quince días de haber sufrido la lesión en su rostro esta manifestante escuchó por la radio que los estudiantes atrincherados de la UNAN-Managua estaban siendo atacados.

 “Yo me arrodillé y le pedí a Dios que no permitiera la muerte de más muchachos”.

 Ante la preocupación que la situación le generaba se movilizó en un taxi hacia el recinto para apoyar a los jóvenes. “Estando ahí me agarran cinco hombres y me pusieron pistolas”.

A Alba Mendoza sus atacantes, quienes estaban todos encapuchados, le reprochaban que desobedeciera las órdenes de su comandante Daniel Ortega y la despojaron de su celular.

“Habían mujeres también paramilitares y llegó uno a decir que el jefe había dicho que hicieran lo que quisieran”. Recuerda que entró en pánico y les suplicó a sus captores que no le hicieran daño. “Uno me dice: ¿qué te pasó ahí? Y le digo en la casa me caí”, dice que no le creyeron y la siguieron golpeando, luego otro le preguntó: “¿por qué no matas a esta vieja?”. Su preocupación aumentó.

 Después de ser golpeada en varias partes de su cuerpo y pedir misericordia por su vida, fue liberada, pero antes fue amenazada.

 “Me dijeron si vos haces un Facebook y nosotros te vemos de tu casa te vamos a sacar hija de la cien tal…”. Dice salió por la parte trasera de la UNAN-Managua y escuchó cuando uno de ellos dijo que le estaba permitido retirarse, sin embargo, la sentenció que si ella se desviaba le dispararía en la cabeza.

“Dejemos que se vaya si ella se va para donde nosotros pensamos, le damos solo en la ‘setasa’, que significa cabeza. Uno se puso en una esquina y otro en otra esquina con el arma”. Su cuerpo se llenó de miedo como nunca antes.

 “Con el balazo no sentí miedo porque ni sabía que me iba a morir, pero cuando ellos me agarraron si tuve mucho miedo”.

Empezó a caminar, mientras seguía siendo vigilada, veía a los lados y le pedía a Dios que no le dispararan por la espalda, un hombre al verla se cruzó la calle y ella le pidió ayuda. La orientó que se trasladara a la iglesia Divina Misericordia ubicada a pocos metros de la universidad donde estaban resguardados los manifestantes. Aprovechó que un grupo de mujeres se acercaban y se pasó con ellas. “Llegué a la iglesia y les dije a los padres lo ocurrido”.

Los mismos estudiantes tenían miedo de ella porque habían sido retirados a balazos de la UNAN-Managua. 

“Creían que yo era infiltrada, pero había muchachos que me reconocieron de la Upoli y uno de ellos me prestó un celular para comunicarme con mi hijo porque en el celular que me quitaron tenía fotos y toda la información de mis hijos”.

Alba Mendoza es una mujer fuerte, no obstante, al hablar de sus hijos rompe en llanto. Afirma que ni el balazo, ni el secuestro ni los cuatro días que fue detenida frente a la Upoli cuando intentaban hacer una vigilia ha sido tan doloroso como la persecución hacia los suyos que ha soportado en estos cuatro años. 

Tres de sus cuatro hijos están exiliados en Costa Rica. Dos fueron acusados de quemar un bus y estuvieron detenidos seis meses en el Sistema Penitenciario La Modelo. En 2018 fueron liberados (fueron tratados como presos comunes) y como madre resolvió que lo mejor era buscar refugio para ellos.

 El año pasado su tercer hijo buscó refugio y su esposo fue condenado a tres años de prisión por un supuesto robo donde la víctima es “fantasma” porque ni siquiera la dirección que citan es real. 

 Mientras que Alba ha sido dos veces retenida y sobre su cabeza mantiene una amenaza policial. Seguimos siendo perseguidos, después de cuatro años, todavía el sábado 9 de abril, llegó la policía y me sacaron de la casa”. 

Sin embargo, afirma que está dispuesta a seguir pidiendo justicia y libertad para todos los reos políticos. 

“No tengo miedo por mí, ni miedo de caer presa. Yo temo más por mis hijos y por eso prefiero que estén lejos”.

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