“El Covid-19 no es solo un virus, sino que queda para siempre en quienes lo sobreviven”, dice psicóloga
El 19 de marzo se cumplieron 3 años del primer fallecimiento por Covid-19 en Nicaragua. La alerta se encendió con aquella noticia, sin embargo, lo peor estaba por venir. En abril, pese a que la información oficial era que había pocos casos, los hospitales empezaron a llenarse de pacientes con coronavirus y ya para mayo habían colapsado, pero bajo la política del secretismo.
Tres años después, doña Socorro aún recuerda con lágrimas, cómo el propio día de las madres fue a “entregar” a su hija a un hospital privado donde le dijeron que las esperanzas eran mínimas.
“Mi hija se estaba ahogando. Ella tiene tres niños y lloraba por ellos. Se me complicó porque se estuvo medicando en la casa, atendida por teleconsulta. A los 7 días su oxigenación cayó a 80 y no podía ni moverse. Era el día de las madres y mis otros hijos vinieron a verme, pero para mí no había felicidad”, recuerda la señora.
Al mediodía su hija se desmayó y ella pensó que había muerto. Tomó el carro de la muchacha y la llevó al hospital: “los dos pulmones están afectados y tiene la presión arterial elevada. Haremos lo que se pueda, pero no prometemos nada”, ese fue el diagnóstico devastador.
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La señora vendió el carro de la joven y sus otros hijos hicieron préstamos para pagar el hospital. Andrea sobrevivió, sin embargo, sus pulmones quedaron afectados y desde entonces no ha dejado de usar mascarillas. Su miedo excesivo al virus la llevó a emplear tanto alcohol que sus manos prácticamente se quemaron.
“Mi hija estaba aterrada. Habían pasado meses y ella no quería que saliéramos de la casa. Por suerte le permitieron el trabajo desde la casa pero ella tenía cambios de humor repentinos, lloraba por nada y había quedado enfrascada en ese episodio, hasta que buscamos ayuda sicológica”, comparte doña Socorro.
Un padre de familia de apellido Solano vivió una situación similar, pero a diferencia de Andrea, él estuvo en un hospital público, en una sala repleta de pacientes y vio morir a muchos, lo cual lo atormenta hasta el día de hoy.
“Estábamos en el hospital Alemán. A algunos les daba diarrea y ahí solo había dos enfermeras y éramos como 40, así que a como podía la gente se levantaba y se iba al baño y al rato solo oíamos los gritos, porque caían como moscas, muertos, del solo esfuerzo de caminar hasta el baño”, recuerda.
Solano no puede contar todo de una sola vez, pues las emociones lo traicionan y no pudo evitar las lágrimas cuando recordó los 23 días en aquella sala de la muerte en la que perdió 42 libras y vio morir a mucha gente.
“En un solo día murieron 11 personas, yo estaba mal y solo me preguntaba a qué hora moriría. Un señor me estaba contando, aún cansado, que tenía una camioneta y que la iba a reparar para hacer viajes en el oriental, pero de pronto se quedó callado. Todos estábamos boca abajo y pensamos que se durmió. Horas después lo revisaron y estaba muerto”, continúa su relato.
Asegura que tres años después le cuesta dormir, aunque no es a diario, “pero sí con frecuencia tengo pesadillas. Veo los rostros de esas personas, me veo en una caja y a mi familia llorando, el miedo se manifiesta de diversas formas”, señala.
Dos realidades distintas
Andrea pasó un año en terapia sicológica y también iba a centros de masaje, porque el miedo excesivo al virus sentía que la estaba matando.
“Mi hija siempre ha sido miedosa y cuando pasaron los meses fuertes de los contagios, por todos lados, en las noticias y en las redes sociales solo se hablaba de la reinfección, de si las vacunas protegían o no y eso la asfixiaba. Te dije lo que pasó que se quemó las manos de tanto alcohol, sacó a los niños del colegio y no quería ni que comprara en el súper porque decía que todo estaba contaminado, a los niños también los estresaba”, señaló doña Socorro.
Tras las terapias, ella mejoró, pero tres años después aún no deja el uso de la mascarilla y del alcohol. Se lava las manos constantemente y no permite que nadie ajeno a sus hijos y a su mamá se le acerquen.
En el caso de Solano, él asegura que sufre de insomnios y que nunca recibió ayuda psicológica, pues no cuenta con el dinero para pagar.
“Yo no gasté en médicos y en el hospital me ponían lo que había, sin embargo, después me quedó viendo un internista privado, porque uno de mis pulmones no oxigena a su capacidad total, gasté en medicinas y aunque sabía que necesitaba ayuda, porque lloraba con facilidad, sentía que nadie me comprendía, pero no crea, yo siento como si fuera ayer ese tormento”, reconoce.
Habla la psicóloga
Amanda, una psicóloga clínica especialista en traumas que no usa su verdadero nombre por temor a represalias, asegura que muchas personas piensan que haber sobrevivido al Covid-19 es el cierre del capítulo, pero nadie imagina lo difícil que es seguir adelante después de días y algunos meses de aislamiento.
“Los pacientes que tuvieron ventilación mecánica son de los más afectados, pues no es fácil pasar inmóviles, conectados a una máquina y con la incertidumbre de no saber si después de tanto sufrimiento podrán vencer".
También hizo énfasis en que los que tuvieron “cuadros graves del SARS-CoV-2 no solo lidiaron con el impacto de saber que se habían contagiado, sino que su mente se atormentaba pensando en si habían contagiado a sus familiares o amigos con los que tuvieron relación, además, vieron las noticias de las muertes masivas y toso eso genera un trauma que se debe superar con ayuda profesional”.
“Muchas de estas personas quedaron con ansiedad y todas, talvez sea atrevido generalizar, pero creo que todas sufrieron estrés postraumático, inseguridad y grandes miedos”, prosiguió.
Ella reconoce que en Nicaragua no hay cultura de terapias, así que “la gente no procura su salud mental, sino que priorizan la comida y otros gastos, sin saber que es necesario estar bien psicológicamente para que todo en la vida se armonice”.
“El Covid-19 no es solo un virus, sino una enfermedad que queda para siempre en quienes lo sobreviven, pues además de los traumas también quedan secuelas a nivel neurológico. Nervios que mucha gente no sabía que existían se activan y provocan neuralgias, entre ellas la neuritis intercostal, que es de las peores, pues hay una afectación del Sistema Nervioso Central y eso queda, tengo pacientes que ya llevan tres años con estos padecimientos dolorosos”, señala.
Ella recomienda que nunca es tarde para empezar una terapia que ayude a cerrar ese ciclo doloroso. Además, dice que algunos quedaron con insomnio y aunque seguramente fueron tratados con Melatonina, no podían tomarlo para siempre y la falta de descanso también genera secuelas a largo plazo.
Asimismo, lamenta que “por la política oficial de ocultar la cantidad de contagios y de muertes, el gobierno de Nicaragua tampoco fue capaz de proveer terapias a los pacientes que vivieron el horror de enfrentarse a esta pandemia”.