Báez: Juan fue enviado por Dios para dar testimonio de luz en sociedad oscurecida por autoritarismo

En las sociedades oscurecidas por la maldad, la mentira y la irracionalidad a los testigos de la luz no siempre les va bien, reflexionó Monseñor Báez en su homilía III de Adviento
Monseñor Silvio Báez
Diciembre 17, 2023 12:30 PM
Monseñor Silvio Báez, Obispo Auxiliar de Managua. • Foto: Captura de pantalla

Queridos hermanos y hermanas:

En este tercer domingo de adviento, acercándonos ya a la fiesta del Nacimiento del Señor, el evangelio nos vuelve a presentar la figura de Juan el Bautista, el profeta que dio testimonio de Jesús anunciando que ya estaba presente entre nosotros. Así lo presenta el texto de hoy: “Hubo un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan. Éste vino como testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de él. Él no era la luz, sino testigo de la luz.” (Jn 1,6-7).

Dios lo había enviado no para que hablara de sí mismo, expusiera sus propias ideas o llevara adelante algún proyecto religioso o político. No. Dios lo había enviado para ser testigo, testigo que reflejara con su vida y su palabra una luz que estaba por llegar. No era la luz, era solo su testigo. Un testigo no se mira a sí mismo ni pretende llamar la atención sobre su propia persona. Está interesado en aquello de lo que da testimonio. Da indicaciones, hace señas, compromete su palabra. Eso era Juan.

Juan fue enviado por Dios para dar testimonio de la luz en una sociedad que estaba oscurecida por el autoritarismo de los poderosos, la hipocresía de la religión y la desilusión e impotencia del pueblo más pobre. La gente estaba agobiada por la religión oficial de Jerusalén, estéril y ritualista, que sofocaba con pesados mandamientos y se había sometido políticamente al poder imperial. Quienes gobernaban dominaban despóticamente, y se imponían con violencia sobre el pueblo. Los movimientos mesiánicos surgían por todas partes y confundían a la gente, que ya no sabía a quién creer o qué esperar. Se pensaba que el Mesías podía llegar de un momento a otro. Todos esperaban algo, aunque sin comprender del todo qué esperaban. Algunos se desilusionaban, la mayoría dejaba de esperar.

Juan Bautista aparece como una voz luminosa en medio de aquella sociedad oscurecida. Juan era un servidor de la luz. Dice el evangelio que “no era él la luz, sino quien debía dar testimonio de la luz” (Jn 1,8). Con su estilo de vivir austero, íntegro y religioso reflejaba una luz que a todos hacía bien. Su vida y su predicación resultaba exigente pero atractiva. Al oírlo, la gente se convencía de que las cosas podían cambiar y que el futuro podía ser diferente. Con su presencia provocaba deseos de algo mejor, más justo y verdadero. ¡Cuánta necesidad tenemos hoy de testigos de la luz como Juan Bautista!

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Al encontrarse con Juan la gente sentía que Dios estaba cercano y que no se había olvidado de su pueblo. El profeta del desierto despertaba nuevas esperanza e invitaba a abrir el corazón a Dios. Dice el evangelio que Juan vino “para que todos pudieran creer por medio de él” (Jn 1,7). Su misión era abrir los ojos y contagiar a todos de la luz que a él lo iluminaba. Dios no lo envió para pronunciar discursos doctrinales o establecer un culto religioso, sino para invitar a todos a confiar en Dios y dejar que su luz iluminara sus corazones. Juan sabía que el Mesías ya estaba en medio del pueblo y se dedicó a señalarlo, invitando a todos abrirse a la alegría de creer en aquel que lo transformaría todo. ¡Cuánta necesidad tenemos hoy de testigos de la luz como Juan el Bautista!

Lo que hizo Juan en el pasado nos toca a nosotros hacerlo hoy. Ser testigos de la luz que irradia Jesús. Como testigos de la luz estamos llamados a llevar el consuelo y la alegría de la cercanía del Señor a quienes están abatidos y sin fuerzas. Como testigos de la luz estamos llamados a contagiar del gozo de creer en Jesús a quienes no creen o se han alejado de la fe. Como testigos de la luz debemos esparcir esperanza, no pesimismo; esforzarnos en hacer felices a los demás, no en hacerlos sufrir. Como testigos de la luz debemos ir por la vida contagiando la rebeldía evangélica, que nos lleva a denunciar y a oponernos a todo lo que atenta contra la dignidad del ser humano. Juan Bautista nos recuerda que quienes creemos en Jesús debemos vivir en la luz y ser testigos de la luz.

En las sociedades oscurecidas por la maldad, la mentira y la irracionalidad a los testigos de la luz no siempre les va bien. El testigo se siente débil y limitado. Muchas veces comprueba que su fe no encuentra apoyo ni eco social. Incluso se ve rodeado de indiferencia o rechazo. Desde Jerusalén, las autoridades religiosas de Israel enviaron una comisión de sacerdotes y levitas hasta el río Jordán, donde estaba Juan, no para escucharlo, sino para investigarlo y eventualmente poder desautorizar su misión (Jn 1,19-28).

En torno a Juan había comenzado a surgir un movimiento popular que preocupaba a quienes tenían el poder, porque mucha gente iba hasta el Jordán donde él estaba, superando obstáculos y miedos abiertos a una nueva esperanza. Las iniciativas de las periferias siempre resultan sospechosas para quienes están en el centro dominando todo. Todo proceso de concientización o de movilización popular, produce mucho miedo en los poderosos. Por eso, los pueblos no deben desmayar en su esfuerzo por informarse, organizarse y alzar la voz aunque parezca como la de Juan, una voz en el desierto.

Quienes llegaron desde Jerusalén interrogaron a Juan en el desierto: ¿Quién eres tú?, ¿quién te crees que eres? ¿Elías? ¿El profeta que todos esperan? ¿Quién eres?, ¿qué dices de ti mismo?, ¿por qué bautizas? Un interrogatorio áspero que buscaba descalificar a Juan. A las preguntas que le hacen, él responde tres veces diciendo que “no”: “No… No lo soy” (cf. Jn 1,19-22). Deja claro que él no es ni el Mesías, ni Elías, ni el profeta que debía venir. Las respuestas de Juan son breves. No está preocupado en decir quién es. Él no ha venido para hablar de sí mismo. No dice quién es, sino que afirma lo que no es. En lugar de decir con arrogancia, “yo soy”, Juan prefiere decir con humildad, “no soy”.

Los testigos son como Juan. No se da importancia. No busca llamar la atención. Sencillamente vive su vida con autenticidad. Se le ve que Dios ilumina su vida. Lo irradia en su manera de vivir y de creer. Quiere ser solo testigo de la luz. Esta es la grandeza de Juan Bautista. Los profetas no surgen acumulando méritos y colocándose por encima de los demás, sino aceptando sus límites y bajando para servir a Dios en medio de la gente. Los grandes líderes no lo saben todo, ni lo pueden todo, no se consideran indispensables, ni se creen mejor que los demás. 

Juan solo está interesado en el Mesías que ya está en medio del pueblo, aunque todavía la gente no lo conoce porque no se ha manifestado (cf. Jn 1,26). Juan desea que todos abran los ojos, crean en él y lo acojan. Es él quien interesa. Así es la misión de los profetas y los testigos de Dios: disminuir, diluirse, abajarse, hasta desaparecer. Así debemos ser nosotros, así debemos ser los testigos de Jesús.

Juan Bautista nos enseña que no somos más que pequeños seres humanos capaces de reflejar la luz de Dios. Nadie es “la luz”, pero todos podemos irradiarla con nuestra vida. Juan Bautista nos enseña que no somos más que frágiles voces llamadas a ser eco de la Palabra de Dios. Nadie es “la Palabra de Dios”, pero todos podemos ser voces de Dios que gritan su palabra en el desierto del mundo.

Silvio José Báez, o.c.d.

Obispo Auxiliar de Managua

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