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Enrique Sáenz: Lecciones del totalitarismo

Mayo 14, 2020 09:35 PM
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Enrique Sáenz

Acabo de terminar de leer un libro cuyo título es “Stasiland”, escrito por la periodista australiana Anna Funder. En realidad es un largo reportaje, de más de 300 páginas, sobre la vida y el sistema de represión en Alemania Oriental, Alemania comunista o República Democrática Alemana (RDA), como usted quiera llamarle.

Vamos a compartir tres cortos relatos para evidenciar cómo se asemejan las dictaduras totalitarias y sus agentes. Sus actitudes, antivalores, lenguaje y acciones siempre se repiten, solamente cambian las formas y los tiempos.

Para comprender mejor los relatos, principalmente para las personas más jóvenes, que probablemente desconocen qué era la RDA, vamos a hacer un breve recordatorio.

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Después de la segunda guerra mundial, la Alemania de Hitler, derrotada, quedó dividida en dos territorios. Uno bajo control de los aliados occidentales, esto es, Estados Unidos, Inglaterra y Francia. Y otra bajo dominio de la Unión Soviética. Rápidamente emergieron dos Estados. En un lado, la República Federal de Alemania, también conocida como Alemania Occidental y, por otro, la República Democrática Alemana, conocida como Alemania Oriental, la RDA.

Berlín, la antigua capital de Alemania quedó dentro de territorio de la RDA, divida en dos partes: Berlín Occidental y Berlín Oriental, con sistemas y gobiernos totalmente distintos. En la misma ciudad se enfrentaban dos sistemas, uno capitalista y otro socialista, una democracia occidental y un régimen totalitario. El enfrentamiento político, ideológico y económico desembocó en que Alemania Oriental, prácticamente de un día para otro, construyó un muro que partió la ciudad en dos. Junto al muro, el régimen de la RDA instaló la llamada “franja de la muerte”, formada por un foso, una alambrada, una carretera por la que circulaban constantemente vehículos militares, sistemas de alarma, armas automáticas, torres de vigilancia y patrullas acompañadas por perros las 24 horas del día. Muchos alemanes orientales perdieron la vida tratando de escapar hacia Alemania Occidental.

La Stasi era la policía política de Alemania Oriental. Estos servicios de espionaje y seguridad alcanzaron renombre internacional por su eficacia y crueldad.

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Ahora volvamos al libro Stasiland. Es un conjunto de entrevistas realizadas a fines de la década de los noventa, a víctimas de la represión y, asústense, entrevistas a exoficiales de la stasi, reconvertidos en ciudadanos comunes y corrientes en la Alemania unificada.

El primer relato es el de Karl Eduard Von Schnitzler, quien desde la década del sesenta dirigió un programa en la televisión cuyo propósito era llevar el discurso oficial del régimen. Todos los días. La periodista registra en su libro la conversación con este personaje, en particular evocando un episodio que se produjo en la navidad de 1965. En un intento de saltar el muro, un ciudadano alemán fue muerto a balazos. En esa oportunidad Schnitzler, refiriéndose a las muertes, dijo en su programa televisivo “Algunos dirán que es inhumano, pero ¿Qué es lo inhumano y lo humano? …Humano es mantener la paz para todos los hombres de la tierra…humano es salvaguardar a la RDA de aquellos que quieran destruirla. El comentarista proclamó en su programa que dar muerte a seres humanos que intentaban escapar a la libertad era un acto de paz, de humanidad. Es decir, una total inversión en los valores. Y una desfiguración de las palabras.

No se si a ustedes también, pero a mi me resulta una actitud muy semejante al personaje que todos conocemos, que habla de amor al prójimo, mientras condena a los nicaragüenses a morir de hambre o de coronavirus.

El segundo relato se refiere a un matrimonio cuyo hijo, producto de un mal parto, tuvo que quedar internado en un hospital, en el lado oeste de Berlín. Cuando construyeron el muro, el matrimonio quedo en el Este y el recién nacido en el oeste. No lo podían sacar del hospital porque se moría. Las primeras semanas le autorizaron el paso para ver a su hijo. Un buen día ya no recibió el permiso. Más tarde la capturaron y en el interrogatorio recibió la propuesta de que recibiría una autorización permanente para visitar a su hijo en el hospital al otro lado del muro, a cambio de que se convirtiera en informante y colaboradora de la STASI. La mujer, finalmente se negó. El resultado es que a ella y a su marido les montaron un juicio bajo la acusación de querer escapar a Alemania Occidental. Fueron condenados a cuatro años de trabajos forzados. La brutalidad de estos métodos es común en los regímenes represivos. Buscan cómo quebrar la moral de la gente y castigan duramente a quienes no se someten a sus designios.

El último relato es sobre los días finales de existencia de la RDA, en 1989. A la cabeza de la STASI estaba un tal Mielke. Cuando empezaron las convulsiones populares que culminaron con la caída del régimen, el jefe de los servicios de seguridad reunió al cuerpo de oficiales y, según el testimonio de un exagente, recogido en una de las entrevistas, Mielke, en su último discurso, sin percatarse que estaban por derrumbarse, dijo lo siguiente: Lo más importante que tenemos es el poder. Debemos aferrarnos al poder a toda costa. Sin el poder, no somos nada. Y agregó “ellos” -refiriéndose al pueblo en rebelión- son nuestros enemigos. O ellos, o nosotros.

No se ustedes, pero a mi me pareció muy semejante a la frase aquella de… cueste lo que cueste, digan lo que digan, el costo más alto es perder el poder…

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Hay cantidad de historias en el libro. Entresaqué estos tres porque me pareció que eran suficientes botones de muestra.

Cualquier parecido con nuestra realidad ¿Será fruto de la casualidad o es que toda mentalidad totalitaria tiene un mismo esquema de razonamiento?

En cualquier caso algo me confirmó el libro: no importa cuánto vigilen, no importa cuánto acosen, no importa cuánto repriman. Las ansias de libertad de los pueblos no se pueden encadenar indefinidamente. Más tarde o más temprano los pueblos rompen esas cadenas.

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