Ortega y los banqueros
Estamos en presencia de una especie de forcejeo/disputa entre dos poderes fácticos importantes del país.
Oscar René Vargas
Los banqueros y el gran capital se encuentran perplejos ante un dilema en el se juegan su futuro: le costará caro la condescendencia al aceptar la nueva Ley 842, “Ley del Consumidor”; pero también le pasará factura rechazarla.
Son sólidos los argumentos en favor de no acatar el chantaje de Ortega, así como pasar página y someterse a la voluntad del dictador. Los intereses económicos y políticos de los banqueros aconsejan no acatar la ley. También le aconseja sus intereses regionales e internacionales.
La aprobación de la nueva Ley 842 demuestra que existe una escasa posibilidad de consenso político con el régimen y, al mismo tiempo, que el régimen no tiene la disposición de ceder ninguna cuota del poder al gran capital y los banqueros. Estamos en presencia de una especie de forcejeo/disputa entre dos poderes fácticos importantes del país.
La jugada política de Ortega, que se encuentra detrás de la “Ley del Consumidor”, es obligar a los banqueros a presionar al Gran Capital a sentarse a restablecer el pacto público-privado con algunas variantes sin hacer grandes concesiones. El objetivo es someterlos y que acepten su permanencia en el poder.
Si los banqueros y el gran capital se someten a la voluntad del dictador, Ortega lo interpretaría como que puede cometer cualquier tropelía, hasta llegar a la preservación del poder de cualquier manera, ya sea a la fuerza o fraudulentamente.
La aceptación o no de la nueva Ley 842, de parte de los banqueros y el gran capital, es la clave de bóveda que permita o impida que Ortega se convierta en tirano vitalicio. El error del dictador es sobredimensionar su poder y subvalorar la fuerza del gran capital y los banqueros.
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El dictador sólo acepta los resultados electorales cuando gana, si pierde hace fraude. Él acepta las leyes cuando le conviene o cuando puede leerlas a su gusto. Es decir, para Ortega los votos no son el verdadero factor legitimador del poder.
En política, los errores políticos pueden ser como los tsunamis, una falla puede producir un maremoto. En el mundo de la política, cualquier falla en el sistema se multiplica como un terremoto que se expande a las diferentes instituciones produciendo una crisis generalizada que puede transformarse en el último empujón para que caiga el dictador.
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