Memoria, olvido y perdón
La represión implementada por la dictadura Ortega-Murillo tiene consecuencias impredecibles, en lo político (el tejido político ha quedado hecho jirones), en lo jurídico (el sistema judicial se ha convertido en un garrote político) e incluso en la historia del país al querer falsificarla y manipularla.
Al régimen nada le impide dar rienda suelta a su rabia, a su sed de venganza y utilizar la impunidad. Además, al presentarse como víctima de un “golpe de estado”, ha decidido esgrimir la represión sin precedentes contra todo y contra todos.
Operación Comején
La historia reciente de Nicaragua es también la historia del enriquecimiento inexplicable de algunos miembros de la clase dominante, perpetrado en condiciones excepcionales. El enriquecimiento ilícito de los supuestos emprendedores exitosos, de esos que se autodefinen “hechos por sí mismo”, cuyas fortunas han sido forjadas al amparo de la dictadura Ortega-Murillo en detrimento del poder adquisitivo de los asalariados y del bienestar de los “ciudadanos de a pie”.
La nueva oligarquía y la vieja oligarquía han seguido las ideas del viejo dictador, Anastasio Somoza García (1936-1956), que aceptaba el enriquecimiento inexplicable e ilícito con tal que lo dejaran gobernar como él quería. Constatamos que los muertos nos gobiernan con sus ideas. Incluso cuando el actual dictador jura que no las asume. Ortega ha fusionado sus intereses empresariales con sus objetivos políticos. La historia nos enseña que político o empresario que se enriquece veloz e inexplicablemente es sinónimo de corrupción. Para manipular la historia, Ortega necesita, para lograrlo, de la alianza de los poderes fácticos.
El “pacto para olvidar” establecido entre los poderes fácticos y el régimen tiene la finalidad no solo de perder la memoria y pasar página; sino que quieren poner de moda la ausencia del pasado. Los medios de comunicación oficiales han adoptado valores e interpretaciones de los hechos para que se pierda la memoria, con el objetivo de legitimarse a sí mismos sin necesidad de nuevos pactos ni consensos. Hacer tabla rasa promoviendo el olvido y la impunidad. La historia oficial, al intentar cambiar los hechos, se vuelve perversa.
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La dictadura, herida en su amor propio por el veredicto popular, ha decidido falsificar y adulterar la historia para tratar de permanecer inmune a los efectos colaterales del terremoto sociopolítico de causado por la rebelión de abril de 2018. Nadie se atreve a pronosticar cómo será su final, en todo caso estamos viviendo su declive alimentado por el proceso en desarrollo de la implosión de sus pilares de sostenimiento al ser carcomidos/socavados por las termitas con “la operación comején” que analizaremos en un próximo artículo.
El Pacto del Olvido y Perdón
La dictadura, siguiendo la lógica totalitaria, aplica la siguiente estrategia: el que controla el presente, con su versión de los hechos y de la historia, controla el pasado y la memoria. El régimen trata de modificar, permanentemente, la historia y manipular los hechos, ya que si perdemos la memoria quedamos a la deriva. La memoria es un antídoto contra el engaño de falsificar la historia a través del “pacto del olvido y perdón”.
El “pacto del olvido y perdón” busca, por todos los medios posibles, diseminar la memoria en el espacio y arrojarla a las cenizas del tiempo, sólo la memoria puede resistir a esta pulverización de los hechos. La memoria permite reconstruir los recuerdos y evitar que desaparezcan como pretende la dictadura. La memoria conserva y reelabora los recuerdos en función del presente.
Olvido y perdón, dos palabras que no parecen encontrar su camino en los rituales de la memoria actual política nicaragüense. El olvido tal vez no alivie, pero une, rescata. Esa es la meta que persigue el régimen Ortega-Murillo: recibir perdón y olvido. Ese será el juego del régimen en el futuro diálogo con los poderes fácticos y/o con los políticos tradicionales. Es el argumento central de muchos miembros de los poderes fácticos para olvidar y perdonar, ya que de esa forma se evita futuras confrontaciones innecesarias (?), proponen perdonar a quienes realizaron actos ilegales y ordenaron la matanza de los ciudadanos “de a pie”.
Al igual que los individuos, las sociedades no se olvidan por un acto de conveniencia y/o voluntad política o por una decisión jurídica. Existe una memoria voluntaria, lo que queremos recordar; y otra involuntaria, lo que recordamos a pesar de lo perturbador y ruin que sea. La memoria social sigue los mismos procedimientos.
Al igual que un actor en una obra de teatro, el régimen Ortega-Murillo aprendió a adoptar diversos papeles a cada instante. El régimen ha adoptado la plasticidad de los actores de teatro, que puede moldear su rostro según la emoción exigida, y es capaz de adaptar su máscara a la situación.
Los individuos y las sociedades somos memoria, en ese sentido somos pasado. El régimen quisiera que se perdiera la memoria y se abandonaran principios y valores éticos, para facilitarles una salida política a la crisis actual. Buena parte de los poderes fácticos no giran en torno a lo que hacen o dicen, sino a lo que no hacen o callan.
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Hay un deseo del régimen de eludir su responsabilidad de la represión generalizada y sus consecuencias. La sociedad civil no puede olvidar. Hay que presentar batalla por la defensa de la memoria de quienes fueron asesinados, torturados, amenazados y secuestrados por los paramilitares, fuerzas de choque, policías y militares.
La obligación moral de la sociedad nicaragüense es conseguir la deslegitimación moral y condena del terrorismo dictatorial para reivindicar a las víctimas. No se puede recuperar las vidas, no se puede destruir el pasado, pero sí está en nuestras manos luchar contra la desmemoria, acabar con el miedo y construir el camino de dignidad y de justicia.
Anestesiar a los ciudadanos
Algunos poderes fácticos y/o políticos tradicionales creen que la “salida al suave”, a través de unas elecciones, es la mejor medicina para anestesiar a los ciudadanos “de a pie”, víctimas de la represión generalizada. Los acuerdos políticos de las cúpulas no constituyen una muestra de tolerancia, sino una contraofensiva política del régimen en busca del perdón y del olvido de los crímenes de lesa humanidad.
La propaganda y la manipulación del régimen tratan de anestesiar la memoria de la mayoría de los ciudadanos para conseguir el olvido o, al menos la condescendencia de los actos represivos de los miembros de los aparatos policiales y paramilitares. Los traumas y las heridas provocadas por el régimen quieren que sean parte de una historia que se queda en el olvido.
Los represores y una buena parte de los corruptos quieren lo mismo, unos con el objetivo de seguir impunes y otros con la finalidad de obtener la legitimidad de los bienes mal habidos desde el 2007. La lucha contra el olvido no puede terminar como una gran farsa ni enmarañarse/embrollarse en una tragicomedia.
Pero no solo las personas, también las sociedades caen en esa vana ilusión del renacimiento por voluntad, en olvidar por decreto. Para muchas personas o para los poderes fácticos la memoria pesa, por eso se les antoja quitar lastres y desechar recuerdos, olvidar. Los poderes fácticos olvidan que la historia no es una película que empieza cuando se inicia una negociación política. Olvidar el pasado reciente siempre será más atractivo para el poder que cargar con el lastre de la estrategia desencadenada por la estrategia del “vamos con todo”.
En la lógica del régimen Ortega-Murillo y de sectores de los poderes fácticos, la negociación es entendida como renuncia a la verdad y postergarla “sin dei” (sin tiempo). Es decir, con arreglos políticos a espaldas de la opinión pública, en lo oscurito. La negociación es vista, por los poderes fácticos, como un comercio vergonzoso en el que la fórmula cínica pudiera ser: “acepto lo que me pides y me debes una; aceptas lo que te pido y te debo una”.
Acallar la memoria en busca de la paz “a cualquier precio”, puede ser resultado de una mezcolanza de influencias, desde las creencias religiosas hasta personales. El olvido también puede implicar que el régimen y sus aliados pesen y obliguen más que la razón. El “pacto para el olvido” trata de difuminar la cadena de responsabilidades. La historia de la política tradicional nicaragüense está plagada de esas circunstancias, donde los deseos de quienes reivindican la memoria como elemento esencial para transformar el presente se topan con los poderes fácticos que buscan sepultarla para aquietar el pasado.
El régimen Ortega-Murillo quiere que se olvide la represión, los heridos, los muertos, las confiscaciones de propiedades, la corrupción, el enriquecimiento ilícito, el destierro, el exilio y los presos políticos. Proponen el desdén por la memoria colectiva. ¿Debe la sociedad nicaragüense, para garantizar su funcionamiento, construirse sobre el olvido? La memoria es la capacidad de adquirir, almacenar y recuperar la información de los hechos. Sin memoria no somos capaces de percibir, aprender y pensar.
El olvido como bastión del poder
El olvido como bastión del poder es un negocio redondo para el régimen. La culpa no existe, borrón y cuenta nueva reclaman sectores de los poderes fácticos. La historia no es importante, no hay verdad absoluta reclaman otros grupos de poder. Salvaguardar las razones de Estado es motivo suficiente para amortajar/envolver la memoria, apelan los políticos tradicionales.
Parecería que “dejar en paz” la memoria, así como fomentar la no-opinión y el olvido de la sociedad es una de las metas del “aterrizaje al suave” que los poderes fácticos se proponen implementar. Los represores de la memoria, el régimen y algunos miembros de los poderes fácticos, quieren borrar las huellas de sus actos y facilitar el olvido del pasado reciente.
La impunidad es otro factor que siempre va unido al olvido. Si quieres que la gente olvide un hecho lo que hace el régimen es que no haya culpables; por eso, 6 años después del tsunami sociopolítico de 2018, no hay culpables de los asesinatos de más de 370 ciudadanos, de cientos de desaparecidos y miles de heridos.
La memoria colectiva no le conviene al régimen. La memoria colectiva cuestiona las redes políticas tradicionales, evidencian los subterfugios del poder y los secretos de la impunidad. Por eso, el régimen fomenta el olvido, impulsando el pensamiento cero o único, falsificando la memoria, desechando el pasado, y aceptando el olvido. Las élites quieren socializar el olvido.
Lo que predomina, en los poderes fácticos, es el interés personal, la indiferencia, la ignorancia, la cerrazón implementando el “pacto para olvidar”. Los que apoyan la represión se apoyan en la mentira y la comodidad. De la desmemoria nace la ignorancia, de la ignorancia renace la tolerancia hacia la violencia autoritaria, y en la tolerancia vuelve a retoñar la represión. El régimen Ortega-Murillo quiere transformar a Nicaragua en un país sin memoria.
No podemos olvidar que la memoria es el vínculo fundamental con el pasado, igual que la esperanza es el gozne que nos une al futuro. La lucha por el futuro sólo existe si el ejercicio de la memoria le imprime valor al pasado. Perder la memoria es vivir el presente sin vínculos con el pasado, es no tener conciencia de nuestra realidad, es una forma equivocada de enfrentarse al futuro.
El régimen está decidido a no ceder nada. Se ha preparado para asestar fuertes y contundentes golpes a los movimientos sociales. No hay que olvidar que no se ha organizado militarmente para inflar chimbombas. Hará uso de golpes bajos y otras marrullerías para enmarañar todavía más el proceso político-social. Siguen aferrados a la lógica de “el poder o la muerte”. Piensan que mientras tengan los “fierros” pueden conservar el poder.
El dictador ha caído en el ensimismamiento rayando en el endiosamiento. La soberbia le acompañará hasta el final. Su ambición va acompañada de una dosis nada despreciable de mesianismo. Está convencido que superará la crisis sociopolítica sin variar la estrategia represiva y promoviendo el olvido y adulterando la memoria histórica.
La memoria es importante para no repetir los crímenes del pasado. Repetir el pacto público-privado solo nos condenará a más de lo mismo, y peor aún, mantener la impunidad que conlleva a un claro estímulo a la repetición y a las masacres de abril 2018, sumadas al exterminio de campesinos opositores. Es momento de rescatar la memoria, rechazar la impunidad y resolver la crisis de la injusticia.
En la historia política nicaragüense se ha demostrado una y otra vez que ir en solitario y caer en un aislamiento arrogante siempre fracasa. Es necesario romper con esa dinámica, lo que significa mucha voluntad política. No es una cuestión de testosterona, ni declaraciones pomposas. Ningún conflicto se soluciona descalificando a los interlocutores. La solución a la crisis requiere inventiva, tender puentes, altura de miras, sentarse y dialogar para buscar consensos entre las diferentes tendencias del bloque opositor.
La dictadura Ortega-Murillo tiene el propósito de reescribir la historia, de intentar cambiar el pasado, de borrar las huellas de la represión, de suprimir los rastros de los asesinatos cometidos y de eliminar la memoria de los acontecimientos en la conciencia colectiva. Por eso, la lucha contra el poder dictatorial es, también, la lucha de la memoria contra el olvido.
Oscar-René Vargas, sociólogo y economista. Autor y co-autor de 57 libros. Ex preso de conciencia y miembro de los 222, desterrado, desnacionalizado y confiscado. El hecho de confiscar mis propiedades por parte de la dictadura es un acto de robo y violatorio de las leyes constitucionales e internacionales.