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Báez: Opresores nunca serán iluminados por Palabra de Dios porque quieren imponer pensamiento único, anulando y sometiendo

Báez aseguró que "viven alejados de la luz de la Palabra de Dios quienes aman las palabras mentirosas que deforman la realidad en favor de sus intereses, quienes con sus palabras agresivas hieren, humillan y ofenden la realidad en favor de sus intereses"

Diciembre 25, 2023 12:31 PM

Monseñor Silvio Báez, obispo auxiliar de Managua, durante su homilía en la Misa del día de Navidad, recordó que "Viven cerrados al misterio de la Palabra de Dios los opresores que se imponen por la fuerza, arrebatando la libertad y la dignidad de los demás" en alusión al régimen en Nicaragua que mantiene preso a los obispos Rolando Álvarez, Isidoro Mora y al vicario de la diócesis de Matagalpa Monseñor Óscar Escoto.

"Nunca serán iluminados por la Palabra de Dios, que es fuente de diversidad armoniosa, quienes a toda costa quieren imponer un pensamiento único, anulando y sometiendo. Viven alejado de la luz de la Palabra de Dios quienes aman las palabras mentirosas que deforman la realidad en favor de sus intereses, quienes con sus palabras agresivas hieren, humillan y ofenden creando tristeza y esparciendo en el mundo desilusión y desesperanza. A diferencia de estas palabras humanas, oscuras y destructivas, la Palabra de Dios es siempre fuente de vida y de libertad, principio de comunión en la diversidad y fuerza de consuelo y de esperanza" manifestó el obispo.

Les compartimos la homilía íntegra de Monseñor Silvio Báez en la misa de navidad por el nacimiento de Jesucristo.

Queridos hermanos y hermanas:

En este día santo de Navidad hemos escuchado el prólogo del evangelio de Juan. Es un texto solemne y grandioso. Es un hermoso poema que tiene un tema central: la Palabra de Dios encarnada, Jesucristo su Hijo, que ha venido al mundo para mostrarnos el rostro cercano, tierno y compasivo de Dios. 

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“En el principio existía la Palabra y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios” (Jn 1,1). El texto evangélico inicia con las mismas palabras con que inicia el primer libro de la Biblia, el Génesis: “En el principio creó Dios los cielos y la tierra”. “En el principio existía la Palabra”. La Palabra es el principio absoluto desde el cual ha surgido todo. Desde toda la eternidad existe “la Palabra”. El término griego usado por el evangelio es lógos, que puede significar tanto “palabra”, como “razón” o “sabiduría”.

Con este término el evangelio alude al mismo tiempo a la palabra creadora de Dios en el Génesis, a la sabiduría de los escritos bíblicos y a la razón del universo de la filosofía griega. En el principio de todo ha existido una “palabra”- lógos, que representa la voluntad amorosa de Dios que desde toda la eternidad ha querido buscarnos, hablarnos, mostrarnos su amor y darnos una vida para siempre. Dios es desde siempre una palabra compasiva y enamorada de la humanidad.

Al mismo tiempo, la palabra - lógos es la razón de ser de todo cuanto existe y por medio de la cual se ha creado todo: “Todo fue hecho por ella y sin ella no se hizo nada de cuanto llegó a existir” (Jn 1,3). La Palabra no solo creó el universo, sino que lo diseñó como una maravillosa obra en la que conviven la diversidad y la armonía, como una obra de arte de amor hecha de comunión y de belleza.

La palabra eterna de Dios es soberana y omnipotente, pero nunca se impone ni atenta contra la identidad de las cosas y la libertad de los seres humanos. Por eso, lamentablemente, como dice el evangelio de hoy, la palabra ha venido a “los suyos”, pero no la han recibido (cf. Jn 1,11). Sí, hay personas impermeables a la Palabra de Dios, empecinadas en rechazar su luz y su verdad.

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Nunca podrán acoger la Palabra de Dios los agresivos y los crueles, que con sus palabras y acciones hieren, humillan, provocando dolor y actuando con violencia. Viven cerrados al misterio de la Palabra de Dios los opresores que se imponen por la fuerza, arrebatando la libertad y la dignidad de los demás. Nunca serán iluminados por la Palabra de Dios, que es fuente de diversidad armoniosa, quienes a toda costa quieren imponer un pensamiento único, anulando y sometiendo. Viven alejado de la luz de la Palabra de Dios quienes aman las palabras mentirosas que deforman la realidad en favor de sus intereses, quienes con sus palabras agresivas hieren, humillan y ofenden creando tristeza y esparciendo en el mundo desilusión y desesperanza. A diferencia de estas palabras humanas, oscuras y destructivas, la Palabra de Dios es siempre fuente de vida y de libertad, principio de comunión en la diversidad y fuerza de consuelo y de esperanza.

A pesar del rechazo, la Palabra de Dios no se ha escondido. Tiene una historia, cuyo punto culminante es descrito en el evangelio de hoy con estas solemnes palabras: “La Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros” (Jn 1,14). El término “carne” indica la caducidad y la debilidad de todo ser humano, la fragilidad y la mortalidad humana. La Palabra eterna de Dios se ha hecho frágil y mortal y ha aparecido en el mundo con un rostro, con un corazón y una historia como la nuestra. 

La Palabra de Dios asumió nuestra condición humana en Jesús. En la humanidad de Jesús Dios se ha hecho infinitamente cercano a nosotros hasta el punto de hacerse igual a nosotros. Naciendo como un niño en Belén, se ha revelado cercano, tierno y compasivo con todos los seres humanos. La Palabra se hizo carne viniendo a nosotros sin privilegios ni ventajas, sin hacer alarde de grandeza ni produciendo mucho ruido. Quiso venir al mundo como vienen todos los seres humanos.

El día de Navidad celebramos que Dios ha nacido en medio de nosotros para vivir con nosotros para siempre. Aun con toda nuestra historia de violencias y bajezas, a pesar de nuestras idolatrías y pecados, Dios se ha enamorado de la humanidad. Se ha enamorado de ti, de mí, de cada uno de los seres humanos. Nuestra pequeñez no lo escandaliza, ni nuestras rebeldías no lo mantienen alejado. Nos ama a cada uno como somos, nos invita a acogerlo sin temor. Solo nos pide confiar en él. Ha venido para ser nuestro hermano y llenar de felicidad y de sentido nuestra vida.

San Juan de la Cruz resume el misterio de la Palabra de Dios encarnada en Cristo con estas hermosas palabras: “Porque en darnos, como nos dio a su Hijo, que es una Palabra suya, que no tiene otra, todo nos lo habló junto y de una vez en esta sola Palabra, y no tiene más que hablar” (2 Subida 22,3). Dios no tiene otra Palabra, sino su Hijo. Todo cambia cuando descubrimos que Jesús es el rostro y el corazón humano de Dios. Todo se hace más claro, más sencillo, más atrayente. Contemplando a Jesús sabemos cómo nos mira Dios cuando sufrimos, cómo nos busca cuando nos perdemos, cómo nos entiende y perdona cuando lo negamos.

En el pesebre de Belén Dios ha querido nacer frágil como nosotros para comprendernos y estar a nuestro lado en el sufrimiento, consolándonos y comunicándonos su misma vida. Nació lleno de ternura para hacernos entender que no ha venido para juzgarnos sino para darnos su perdón y liberarnos de todas nuestras esclavitudes. Nació como un ser humano necesitado, con su manito mendigando amor, para enseñarnos a acoger a cada ser humano como a un hermano al que amar y no como a un rival o un enemigo al que derrotar y someter.

La Palabra eterna nació como un niño que no sabe hablar para enseñarnos que cuando Dios parece callar es que nos está hablando de otra manera.  Nació llenando de luz la noche para que no nos desanimemos ante las dificultades y los fracasos, asegurándonos que él siempre estará allí, sufriendo y luchando con nosotros. Iluminando la luz de la noche de Belén ha querido comunicarnos la esperanza de que ninguna noche de este mundo es para siempre.

Desde que Dios nació humano como nosotros en Belén, nadie debe sentirse solo o sin futuro, nadie abandonado y sin fuerzas. Con el nacimiento humano de Dios todo renace. Vayamos a Belén y adoremos en silencio, con asombro amoroso, el gran regalo de Dios a la humanidad, a cada uno de nosotros.

Peregrinemos amorosamente con el corazón y vayamos alegres hasta el pesebre para acoger a Jesús, “la Palabra hecha carne”. Contemplando al Niño de Belén, comprenderemos que Dios no nos pide nada, ni nos exige nada. Sus ojitos brillan de amor por ti y por mí, por todos, solo nos pide que creamos que somos lo más valioso para él, que confiemos en él y que hagamos espacio en nuestra vidsa a su ternura y su compasión.


SILVIO JOSÉ BÁEZ, o.c.d.
Obispo Auxiliar de Managua.

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