Félix Maradiaga: La paranoia de Daniel Ortega y su aislamiento internacional
En los últimos días, Ortega se ha embarcado en una confrontación pública con los presidentes de Brasil y Colombia. Al presidente brasileño, Luiz Inácio Lula da Silva, y al colombiano, Gustavo Petro, los llamó “arrastrados” por cuestionar los resultados electorales en Venezuela y abogar por una solución negociada y pacífica en ese país
Félix Maradiaga
Daniel Ortega, el dictador de Nicaragua, ha llevado su paranoia a extremos insospechados. En su obsesión por ver la mano injerencista de Estados Unidos detrás de cualquier acción que promueva el cumplimiento del derecho internacional, Ortega ha erosionado sus relaciones con líderes progresistas de América Latina que alguna vez fueron sus aliados. Su desconfianza hacia el mundo exterior ha transformado su régimen en una suerte de Corea del Norte tropical, donde cualquier lazo con la comunidad internacional es percibido como una amenaza existencial.
En los últimos días, Ortega se ha embarcado en una confrontación pública con los presidentes de Brasil y Colombia. Al presidente brasileño, Luiz Inácio Lula da Silva, y al colombiano, Gustavo Petro, los llamó “arrastrados” por cuestionar los resultados electorales en Venezuela y abogar por una solución negociada y pacífica en ese país. La respuesta de Petro fue que, a diferencia del régimen de Ortega, su gobierno no arrastra "los derechos humanos del pueblo". Este cruce de declaraciones deja en evidencia el profundo aislamiento en el que Ortega ha sumido a Nicaragua, separándose incluso de aquellos que alguna vez compartieron la visión ideológica trasnochada del Frente Sandinista.
Este no es un comportamiento nuevo para Ortega. En septiembre del año pasado, durante un discurso en el 44 aniversario de la policía sandinista, Ortega no dudó en atacar al presidente de Chile, Gabriel Boric, comparándolo con una versión en miniatura del dictador Augusto Pinochet. “Boric, vos sos un pinochetito”, lanzó Ortega en respuesta a una nota de protesta enviada por Chile después de que el régimen nicaragüense criticara al cuerpo policial de Carabineros. Estas palabras subrayan su desconexión con la realidad y su creciente desesperación por mantenerse en el poder.
Ortega se ha convertido en un tirano rodeado de su propia paranoia, un tirano que ha perdido incluso el respaldo de aquellos que alguna vez fueron sus aliados. Mientras en Europa incluso sectores de la izquierda más extrema, que aún apoyan a regímenes dictatoriales como los de Cuba y Venezuela, han decidido tomar distancia de Ortega, considerándolo indefendible. La retórica incendiaria y la represión brutal que caracterizan su régimen han dejado a Nicaragua en un aislamiento cada vez más profundo, sacrificando cualquier posibilidad de mantener vínculos internacionales constructivos.
La realidad es que Ortega ha perdido el control, y su estrategia de confrontación solo lo ha dejado más aislado. Su hostilidad hacia gobiernos de la región, como Chile, Colombia, y ahora Brasil, no es más que un síntoma de su miedo a perder el poder. La Nicaragua de Ortega no es más que un régimen en descomposición, donde el miedo y la represión han reemplazado cualquier vestigio de gobernanza democrática.
No es necesario esperar que la historia juzgue su legado; el mundo entero ya sabe quién es Daniel Ortega. Para aquellos que siempre fuimos sus férreos opositores, nunca ha existido duda de su perversidad. No obstante, para un selecto grupo de la izquierda nostálgica internacional, hasta hace pocos años Ortega seguía siendo un símbolo revolucionario. El hecho de que su máscara haya caído y que incluso sus antiguos aliados lo vean como lo que es, un dictador que lleva a Nicaragua a la ruina por su insaciable sed de poder, ya es en sí mismo un triunfo de la memoria histórica.
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